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Bullying: cuando las medidas que toman las instituciones resultan ineficaces

Se habla de la problemática, pero los casos no paran. En septiembre se suicidó un nene santafesino

Bullying: cuando las  medidas que  toman las instituciones resultan ineficaces

Bullying: cuando las medidas que toman las instituciones resultan ineficaces

10 de Octubre de 2016 | 02:58

Si bien en los últimos años el Bullying cobró gran notoriedad mediática y la problemática fue abordada de diferentes maneras por medios e instituciones, los hechos no dejan de sucederse y muchos adultos siguen sin saber cómo reaccionar.

El último caso registrado con final trágico ocurrió el mes pasado (18 de septiembre) en una escuela de Venado Tuerto. Un chico de 15 años, víctima de bullying, entró con un arma al Instituto Agrotécnico al que asistía y se suicidó. Muchos padres se quejaron porque, ante la tragedia, el centro educativo se limitó a publicar un mensaje alegórico en la cuenta de Facebook de la institución sin siquiera decretar un día de duelo.

Otro caso con características similares fue el del niño norteamericano de 13 años que se suicidó en agosto de este año, tras sufrir reiterados episodios de acoso escolar. “Me rindo”, escribió Daniel Fitzpatrick en la carta que dejó a sus padres. “Al principio estaba bien. Tenía muchos amigos, buenas notas y una buena vida, pero todo cambió. Mis antiguos amigos cambiaron. Dejaron de hablarme y yo dejé de caerles bien”.

El chico lamentó que ningún adulto haya intervenido para frenar las agresiones que sufría: “Los profesores no hicieron nada. Mrs. Goldrick (la directora) no hizo nada. Les conté a todos los profesores y no hicieron nada, excepto Ms. D’Alora. Es la mejor profesora. Ella me comprendió e hizo algo, pero no duró mucho”.

Según señalan los expertos, la intervención de los adultos es fundamental. Y aunque se insistió sobre el tema, los hechos demuestran que todavía son muchos los que deciden “hacer la vista gorda”, ya sea por minimizar el problema o por no saber cómo actuar.

Una encuesta realizada a casi 600 docentes por la ONG Argentina Cibersegura, reveló que el 64% de los maestros consultados vivió un caso de ciberbullying en su escuela y sólo intervino el 30%.

“Se habla mucho de bullying y da la impresión de que todos entienden de qué se trata y la importancia de frenarlo, pero la realidad es que son pocos los adultos e instituciones que toman cartas en el asunto”, dice Santiago Resett, licenciado en psicología y en ciencias de la educación, investigador del Conicet y de la fundación Uade, especializado en bullying.

“No hay una intervención sistemática frente a la problemática porque los docentes no saben qué hacer o cómo trabajar con los alumnos. En algunos casos, se llevan a cabo programas que no han sido evaluados con eficacia. Muchas escuelas organizan talleres, pero no miden si funcionan o no”, detalla el especialista.

Dos escuelas de la provincia de Salta son las únicas de la Argentina que se sumaron al programa finlandés anti-bullying llamado KiVa, que cuenta con eficacia probada y se está aplicando en escuelas de distintos países.

Resett plantea que la mayoría de las investigaciones que existen en el país sobre el tema no son rigurosas y mezclan diferentes tipos de agresión que no necesariamente son bullying. Estos errores llevarían a abordar la problemática de manera inadecuada.

“Es importante que docentes, directivos y padres entiendan que no se trata de un conflicto y no puede solucionarse con una mediación. Al hacer esto se pone a las partes en el mismo nivel y no están en el mismo nivel, porque existe un agresor y una víctima”, dice el especialista.

Pese a los intentos de visibilizar los casos de bullying, en la actualidad la mayoría pasan inadvertidos y el 56% de las víctimas no cuenta su padecimiento. Sin embargo, siempre hay testigos/espectadores que deciden no intervenir.

Según una encuesta realizada por el Observatorio de la Convivencia Escolar de la UCA, 1 de cada 4 alumnos de entre 10 y 18 años manifestó tenerle miedo a alguno de sus compañeros. El 46% dice sufrir violencia indirecta “a veces” y el 11%, “mucho”. Mientras la agresión física y verbal suele aparecer entre los chicos más chicos, en el secundario la violencia generalmente es indirecta: rumores, mentiras, amenazas, robos, exclusión del grupo o dejar en ridículo a la víctima.

El 32% de los alumnos dijo sufrir a veces agresiones físicas y el 62% agresiones verbales. Del otro lado, el 62% confió haber maltratado a sus compañeros a veces y el 6% continuamente.

“El bullying se produce por la inacción de las autoridades de la escuela, de los padres y de los mismos alumnos. Los chicos deberían ver que los adultos tratan el tema con seriedad y le dan el espacio que merece para que ellos también se lo tomen en serio”, dice Resett, y plantea que muchas veces los padres deciden no intervenir porque consideran que es un tema que le compete solucionar a la escuela y, por otro lado, los docentes no tienen la capacitación necesaria para hacerlo.

La importancia de frenar el bullying a tiempo también radica en impedir que los chicos interioricen este modo de comportamiento. “Los efectos no son contemporáneos. Las víctimas cuando se convierten en adultos jóvenes suelen ser más depresivas, ansiosas y tienen la autoestima más baja. Por lo general siguen siendo maltratadas en la universidad y en el trabajo. Los agresores también siguen con el mismo patrón de conducta, porque se van tornando características estables de la personalidad”, explica el especialista.

Si bien el bullying y el ciberbullying comparten algunas características, también existen elementos diferenciales entre las dos modalidades de agresión.

Especialistas explican que las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de criticar desde el anonimato o agredir sin estar frente a la víctima generó un aumento de casos.

“Otra diferencia es que con el ciberbullying no existe tiempo ni espacio (ya no se da únicamente en la escuela), la víctima es continuamente revictimizada y hay mayor desinhibición por parte de los agresores porque no ven la reacción del otro”, afirma Resett, y marca una diferencia en el perfil de los agresores: “Suelen ser chicos que en la escuela se muestran agradables, con recursos intelectuales, pero cargan con un perfil más ‘psicopatón’, que los lleva a crearse cuentas falsas y a planificar más cada acción virtual. El otro ‘piensa menos’, es más impulsivo y va al choque”.

Dado que más de la mitad de las víctimas no cuentan que están siendo agredidas por sus pares, es necesario que los padres estén atentos a cambios de conductas drásticos que pueden ser indicadores de maltratos.

“Si se vuelven reservados, comen o duermen mal, se orinan en la cama, no quieren ir al colegio, le roban o le rompen los útiles, los adultos deben hablar con docentes y otros padres para indagar si saben algo y mirar el comportamiento de los chicos con sus pares. Tienen que monitorear”, aseguran.

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