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Información General |El consumo colaborativo se afianza

Las fórmulas de “economía alternativa” para viajar, trabajar y vivir con menos

El fenómeno creció de la mano de internet. Todavía no existe regulación y se multiplican las propuestas

17 de Mayo de 2015 | 01:54

Agustina Mussio

En 2013 el grupo de jóvenes que se nuclea bajo la asociación civil Ciudad Alterna fantaseó con armar el primer festival de cultura rock en la Ciudad, sin fines de lucro, y financiado por el público. Plantearon la idea en un sitio de internet y consiguieron que 190 personas colaboraran: juntaron 18.338 pesos, que sirvieron de base para impulsar el proyecto. “La gente colaboró para que el evento sucediera, y se sintieron parte. Fue muy bueno”, dice Juan Pablo Morales, uno de los organizadores. El método que emplearon se llama financiación colectiva, y forma parte de un entramado más grande que se conoce como consumo colaborativo.

También lo que hace Sebastián Ortiz Bordenave se encuadra en esta corriente: forma parte de una comunidad de couchsurfing que le abre posibilidades de alojarse en casas particulares en sus viajes y hospedar a turistas. La movida pretende crear un red de sociabilización y una suerte de economía alternativa, según plantean sus propulsores.

El concepto de consumo colaborativo es amplio y abarca una variada gama de actividades: acuerdos para compartir auto (carpooling) con el objetivo de optimizar recursos y reducir costos; compartir espacios de trabajo (coworking) con desconocidos e intercambiar objetos o servicios, entre otras prácticas.

“Ahora podemos imitar los intercambios que antes tenían lugar cara a cara, pero a una escala y de una manera que nunca habían sido posibles”

El español Albert Cañigueral, uno de los referentes en el tema, lo define como: “La manera tradicional de compartir, intercambiar, prestar, alquilar y regalar redefinida a través de la tecnología moderna y las comunidades”. Uno de los pilares fundantes del movimiento reposaría sobre la idea de que lo importante no es ser dueño de un bien, sino poder acceder al él.

El sistema no es nuevo, pero con la popularización de internet multiplicó su alcance y algunas prácticas llegaron a consolidarse, como ocurrió con el intercambio de casas durante las vacaciones y el carpooling en algunos países de Europa. También las plataformas que permiten escuchar la música que otros guardan en sus computadoras, o el sistema de bicicletas compartidas que funciona en muchas ciudades, son ramas de esta corriente.

En palabras de Rachael Botsman y Roo Rogers, según los citan en el sitio www.consumocolaborativo.com: “Ahora vivimos en un mundo global donde podemos imitar los intercambios que antes tenían lugar cara a cara, pero a una escala y de una manera que nunca habían sido posibles. La eficiencia de Internet, combinada con la capacidad de crear confianza entre extraños ha creado un mercado de intercambios eficientes entre productor y consumidor, prestador y prestatario, y entre vecino y vecino, sin intermediarios”.

La idea de descentralizar el intercambio entre pares, obviando a las empresas, sería otra de apuestas del modelo. Sin embargo, en muchos casos no se aplica: generalmente quienes presentan una nueva propuesta en este sentido pretenden ganar dinero con ella. De hecho, varias de las plataformas que sirven de nexo para la vinculación entre personas se convirtieron en grandes empresas.

Tampoco está del todo definido -cuando hay dinero de por medio- en qué casos se puede hablar de “consumo colaborativo” y cuándo se trata de una maniobra para hacer negocios sin contratos y evitando impuestos.

“El concepto se está debatiendo. Todavía no se termina de definir. Por eso a veces se arma revuelo”, señala la licenciada en administración de empresas Rosana Puricelli, que está preparando una tesis sobre consumo colaborativo relacionado al turismo. Según considera, lo definitorio del modelo sería “la conexión virtual entre particulares para establecer una red de consumo basada en la confianza”.

Los puntos polémicos

Los detractores del modelo denuncian la “competencia desleal” con las empresas tradicionales (por este sistema también se alquilan autos y viviendas) y la ausencia de regulación que posibilita “abusos”. En caso de algún problema los usuarios quedan a la deriva, ya que no hay contratos ni garantías.

Bajo esta modalidad la mayoría de los acuerdos “son de palabra”. La confianza se apoya en los comentarios y valoraciones que otras personas dejan en las plataformas. Para el funcionamiento del sistema es clave la reputación online.

“En el couchsurfing está prohibido cobrar hospedaje, pero algunos lo hacen por lo bajo. También están los que quieren usar la página para ‘concertar’ citas de ‘camas compartidas’, pero no es la idea y nosotros tratamos de denunciarlo”, dice Sebastián Ortiz Bordenave, que formar parte de la comunidad couchsurfing La Plata, que cuenta con unos 30 miembros.

La comunidad de couchsurfing internacional se fundó en 2004 sin fines de lucro. Con la idea de que sus miembros, radicados en distintas ciudades y países, intercambien hospedaje y hospitalidad. En 2011 sus creadores decidieron incluir publicidad y la transformaron en una empresa comercial. De todos modos, el registro es gratuito. Para 2013 ya había alcanzado los 6 millones de usuarios, distribuidos en 100.000 ciudades de todo el mundo.

Los miembros de la comunidad se ponen en contacto antes de los viajes y chatean para medir la afinidad. En base a eso deciden si quieren o no alojar a la persona que solicita un lugar. “Además del beneficio económico, la motivación es cultural: si vas a otro país te sirve para conocer la cultura desde adentro de una casa. Ves cómo viven”, dice Sebastián.

Los miembros de La Plata, cuentan con un grupo de Facebook y se reúnen los días 9 y 24 de cada mes. “La mayoría de los que vienen a la Ciudad son de Venezuela, Colombia, Francia, Alemania e Italia. Generalmente recurren al couchsurfing hasta que encuentran un alojamiento definitivo.

Financiamiento colectivo

El financiamiento colectivo es otra rama del consumo colaborativo. “Cuando alguien, que puede ser una empresa, un grupo o una persona tiene una idea que necesita difusión o financiamiento la publican en el portal”, explica Agustina Lipovich, que es responsable de proyectos en Idea.me.

Las personas que presentan la idea tienen que poner cuánto dinero necesitan y en qué lo gastarían. La meta es convencer a otros de colaborar económicamente para que el proyecto se realice. A cambio se ofrece un sistema de recompensas: remeras, tazas, entradas u otros. Los proyectos pueden ser grabar discos, pasar un blog a formato libro y filmar cortos, entre otros.

“Si alguien agarra la plata y desaparece sin cumplir con lo prometido, lo incendian en las redes sociales”, cuenta Lipovich. El portal se queda con el 10 por ciento más IVA de lo recaudado.

“Las plataformas no dejan de ser empresas, pero eso no invalida que el sistema sea alternativo”, dice Marcela Basch, creadora del portal de economía colaborativa El Plan C. Sostiene que la tendencia crece a nivel mundial: “Según un informe publicado en marzo de 2014, hay por lo menos 113 millones de personas involucradas en este sistema sólo en Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá”. Del 11 al 17 de mayo se celebrará por segundo año la semana de la economía colaborativa,

Dentro de esta tendencia también funcionan grupos de ayuda sin fines de lucro. Lucila, que vive en el barrio La Loma, y prefiere que no se publique su apellido, en 2012 recurrió a uno de ellos (“Alguien tiene...yo tengo”) cuando el ortopedista le recetó la férula de Dennis Brown para su hija: “Me salía $3.000 y no tenía la plata para comprarla. Mi marido es taxista. En mi desesperación recurrí a los grupos solidarios. Apareció un señor que tenía una y me la regaló. Unas personas del mismo grupo hicieron una colecta y pude comprarle las botitas que son de cuero y me salían $600”, cuenta la mamá.

Con objetivos menos altruistas, pero también enfocado en la cooperación y en la idea de “crear comunidad” surgieron los coworking. Consiste en compartir espacios y herramientas de trabajo. “Generalmente vienen profesionales independientes y emprendedores. Muchos trabajadores freelance que prefieren salir del aislamiento de sus casas y venir a trabajar acá, porque se relacionan, se ayudan entre ellos y muchas veces surgen proyectos conjuntos”, dice Belén Pérez, una de las fundadoras del espacio de coworking que funciona en la Ciudad. El espacio es como una suerte de oficina compartida que se alquila.

Aunque muchos pretenden sacar provecho y todavía existe un limbo legal, relacionarse, cooperar y formar comunidad parecieran ser las premisas de este movimiento que va sumando adeptos.

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