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La Ciudad |LA ANGUSTIA DEL DESAMPARO EN LA PERIFERIA DE LA PLATA

Una Ciudad olvidada detrás de los suicidios adolescentes

Villa Elvira es un heterogéneo mosaico urbano atravesado por carencias y penurias. En la zona golpeada por la tragedia de los suicidios juveniles, no hay escuelas de oficios ni polideportivos. Hacinamiento educativo y déficit de espacios verdes

NOTA II

27 de Septiembre de 2016 | 02:21

LEA TAMBIEN: NOTA I Suicidios adolescentes: una tragedia en Villa Elvira

Una geografía de carencias y penurias. Así podría definirse al barrio que, en apenas diez meses, ha llorado los suicidios de cuatro chicos de entre 16 y 20 años.

En 13 y 89, a sólo treinta cuadras del centro de La Plata, familias numerosas viven hacinadas, sin cloacas ni gas natural; muchas “enganchadas” al tendido eléctrico. Son calles de tierra, intransitables cuando llueve y polvorientas en días secos. No hay árboles y las zanjas se confunden con trampas peligrosas. Los basurales crecen hasta convertirse en focos infecciosos, transmisores de riesgos sanitarios.

Buena parte de Villa Elvira parece una ciudad olvidada. A pesar de ser la zona de la periferia que más ha crecido en las últimas dos décadas, su paisaje urbano es completamente heterogéneo. Y a simple vista se observan carencias que repercuten sobre la vida de los jóvenes y sus familias.

Villa Elvira no tiene ninguna escuela secundaria pública que cuente con edificio propio. Todas funcionan dentro de escuelas primarias, a las que han quitado espacios. “La zona sufre un problema de hacinamiento educativo”, advierte el ex delegado municipal y actual concejal José Ramón Arteaga. La última escuela primaria pública de Villa Elvira se construyó en 1963, hace ya 53 años. Y el último jardín de infantes se inauguró en 2005 (el de 11 y 607).

Villa Elvira tiene 120 mil habitantes y es la zona que más creció en la última década. Sufre un enorme déficit de espacios verdes

Con un enorme déficit de espacios verdes, Villa Elvira no cuenta con ningún polideportivo municipal o provincial que pueda albergar a chicos y adolescentes, como no tiene -tampoco- una escuela de oficios que ofrezca capacitación para la inserción laboral. “Lo que pedimos es algún tipo de emprendimiento que les dé trabajo y oportunidades a los pibes”, dice la tía de Leandro, uno de los adolescentes que se suicidó en los últimos meses y que se sumó a una lista que representa, en sí misma, un grito sobre la tragedia de este barrio.

Muchas cosas han quedado a mitad de camino y se han convertido en una postal del abandono. Sobre 11 entre 81 y 82, al costado de los monoblocks del barrio Monasterio, hay una cancha de básquet prácticamente en ruinas. “No viene nadie a enseñarles a los pibes, aunque sea a darles una pelota…”, dice un vecino. Frente a la cancha, donde supo funcionar una escuela de oficios, se ha instalado ahora una dependencia municipal para extender licencias de conducir.

Villa Elvira es un mosaico de contrastes con barrios bien diferenciados. Incluye las zonas del casco (como Monasterio, Jardín, barrios UPCN, ATE y 8 de Marzo), pasa por Aeropuerto y San Carlos, y llega hasta el Palihue, Villa Montoro, Ponsati y Villa Alba. Conforma un rectángulo entre la avenida 72 hasta la calle 630 y desde la avenida 13 hasta la 122. En toda esa geografía no se ha desarrollado, sin embargo, un centro comercial. Tampoco hay ninguna sucursal bancaria y no existe infraestructura para el desarrollo de una oferta cultural. La escuela Nº 84, de 7 y 76, tiene un teatro con un gran escenario, pero sólo se usa ocasionalmente para actos escolares.

La especialista Silvia Dowdal ha observado, en diferentes comunidades, una vinculación entre el contexto ambiental y los casos de suicidio juvenil. Al describir la situación en otras ciudades ha señalado la falta de una urbanización que invite al encuentro social; la ausencia de plazas, de confiterías, de cines o teatros. Podría ser una perfecta radiografía de Villa Elvira. Muchas veces eso contribuye a que los jóvenes vivan “metidos para adentro”. Y el suicidio tiene que ver con eso, con una agresión para adentro. Así lo describe la periodista y escritora Leila Guerriero en “Los suicidas del fin del mundo”, un libro que aborda los casos registrados en la década del 90 en la localidad santacruceña de Las Heras.

En Villa Elvira hay que sumar una situación sanitaria muy precaria. Un estudio oficial reveló que los casos de dengue en esa zona duplican a la media de la Región.

En este paisaje, los indicadores sociales son alarmantes. No hay estadísticas rigurosas, pero el diagnóstico coincidente de maestras y trabajadores sociales es que la deserción escolar alcanza, en algunos niveles, tasas superiores al 50 por ciento. Eso significa que abandona más de la mitad de los que empiezan. No hay, frente a esa problemática, un programa para facilitar la reinserción de los chicos que dejan las aulas.

Tampoco hay cifras sobre embarazo adolescente, pero los testimonios son coincidentes: es “una epidemia”.

En Villa Elvira, la última escuela primaria estatal se construyó hace 53 años. Ninguna secundaria pública tiene edificio propio

Cristina tiene 39 años. Tuvo su primera hija a los 15 y ahora está embarazada. Espera a su hijo número 11. Ya es abuela. Su sobrino se ahorcó y ella lucha por salvar a uno de sus hijos. “Tiene 20 años pero un cerebro de 10 u 11. El resto se lo quemó el Poxi Ran”, cuenta. Y se ilusiona: “Ojalá se pueda hacer algo para que no se nos vaya otro guachín…”.

El problema de la maternidad precoz -apuntan varios especialistas- engendra una espiral traumática y de alto riesgo. Las chicas son madres a una edad en la que no están preparadas; la mayoría llega a esa instancia sin una perspectiva de pareja consolidada; con pocas posibilidades de completar su escolaridad y con enormes limitaciones para insertarse en el mercado laboral.

Detrás de la maternidad adolescente existe, en general, un contexto de abandono. El economista Martín Tetaz cita la observación, sobre este punto, de una trabajadora social durante un relevamiento de campo: “Las chicas de estos barrios sienten que no pueden retener nada; son abandonadas por sus familias primero y por sus hombres después; no tienen estudios, no tienen empleo, no tienen absolutamente nada. Y sienten que siendo madres podrán por fin tener una certidumbre, algo que nadie podrá quitarles por el resto de sus vidas; algo de ellas”.

La realidad se aparta, en todo caso, de ese imaginario. “Muchas veces sentís que el pibe se te va de las manos”, cuenta Cristina, a la espera de su décimo primer hijo.

Funcionan dos CPA (para atender problemas de adicción) pero ninguno tiene sede propia

Durante el día, la zona de 13 y 89 vive un ritmo sosegado. Decenas de nenes descalzos o con zapatillas rotas corren de acá para allá. Las casas son una pequeña romería. Entra y sale gente. En cada vivienda -calculan los propios vecinos- viven hasta tres familias: padres, hijos y nietos. Cuando oscurece, el paisaje se transforma. “Se pone denso…”, cuentan en el barrio.

Es el horario de los pibes con sus motos. “Acá todos andan en moto, más chica o más grande. Se las prestan entre ellos; un día aparecen con una, otro día con otra”, cuenta una vecina.

Los más chicos se meten en las casas. Los más grandes -desde los 13 o 14 años- salen sin tener a donde ir. “Ahí es donde se nota que no hay contención para ellos. Los adolescentes no encuentran algo para hacer, un lugar que los cobije, un proyecto que los motive…”, dice una docente con años de experiencia en esa zona.

VEA TAMBIEN: El drama de Villa Elvira en un video documental

La oferta estatal en materia de prevención, programas de inclusión y asistencia ante cuadros de adicciones o casos de embarazo adolescente están, al menos, dispersas. El ministerio de Salud de la Provincia ha diseñado un programa denominado 10x10 orientado a dar respuesta a las principales problemáticas adolescentes (consumo problemático de sustancias, salud sexual, intentos de suicidio y discriminación). Pero los vecinos del barrio coinciden: “Acá no viene nadie”. Tanto en el oratorio Don Bosco como en la iglesia evangélica que funcionan alrededor de 13 y 89, no hay apoyatura estatal para desarrollar alternativas de contención y asistencia psicológica a madres y adolescentes. Fuera de esas organizaciones religiosas, en el barrio no hay estructuras institucionales. Los siete centros de salud municipales que funcionan en Villa Elvira están “mal localizados”, según dirigentes barriales. O han quedado en zonas más urbanas (como el de 7 y 82) o ya en el límite con Berisso, como el de 122 y 81. En Villa Elvira funcionan dos Centros Provinciales de Atención (CPA), pero sin infraestructura propia. Uno está en el Club Victoria (Diag. 73 y 119) y otro funciona en la Delegación Municipal (7 y 82) pero sólo atiende tres horas por día (de 9 a 12).

Frente a la envergadura del drama social, a veces suelen imponerse el escepticismo y la desesperanza. Sin embargo, con sólo escuchar a los vecinos, a las madres y a los propios jóvenes, se advierte que es posible marcar la diferencia.

Tanto especialistas en trabajo social como líderes comunitarios y religiosos, coinciden con docentes y vecinos en reclamar estructuras de apoyo y orientación psicológica; emprendimientos para los jóvenes; actividades deportivas y culturales; escuelas de oficios; contención y apoyatura familiar, así como mejora de las condiciones urbanas. No es un camino desconocido, ni siquiera uno que no se haya empezado a transitar. Pero las tragedias de los últimos meses plantean un desafío urgente. Ahí está, por ejemplo, la cancha de básquet abandonada en 11 entre 81 y 82. Pintarla, cambiar las redes de los aros y ponerla a funcionar sería, posiblemente, un primer paso. Por algún lado se puede empezar.

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