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La Ciudad |Nota III

Una “pensión sin papeles” en aulas que quedaron olvidadas

La escuela 124 de Tolosa, abandonada por el Estado y ocupada por algunas familias

24 de Noviembre de 2016 | 02:34

Por LUCIANO ROMAN

¿Qué se podría hacer, para ayudar a los jóvenes, en el sólido y cómodo edificio en el que funcionaba una escuela, en el corazón de un barrio vulnerable?

Planteada en cualquier ámbito, esa pregunta daría lugar -seguramente- a una larga lista de ideas. Sin ir más lejos, al formular el interrogante entre vecinos, maestras y comerciantes de Tolosa, surgieron decenas de alternativas: centro de capacitación laboral, de tratamiento de adicciones o talleres para el desarrollo de actividades culturales, artísticas y deportivas. Instalación de una biblioteca, de una escuela de cocina y de cursos para el desarrollo de huertas familiares. Montaje de un estudio de grabación para jóvenes a los que les gusta la música; gabinetes de atención psicológica para padres; programa de apoyo escolar y espacio para una Orquesta-Escuela.

La Dirección General de Educación de la Provincia, a la que pertenece el viejo edificio de la Escuela 124 (emplazado en 118 entre 522 y 523) lleva, sin embargo, más de cuatro años sin haberle encontrado un destino a ese inmueble de casi 500 metros cuadrados en el que, en realidad, podrían desarrollarse varias de las propuestas mencionadas.

El lugar quedó vacío en septiembre de 2012, cuando la escuela se mudó a una moderna sede de 2.500 metros cuadrados, sobre la avenida 120. Allí integra el complejo edilicio en el que también funcionan la Secundaria 50 y el Jardín de Infantes 981. 

Con más de 97 mil millones de pesos este año, la Dirección de Educación bonaerense absorbe la mayor partida presupuestaria de la Provincia

Como se detalló en la edición de ayer (en la segunda nota de esta serie que termina hoy), la escuela quedó abandonada hasta que vecinos del barrio decidieron ocuparla “porque se había convertido en un aguantadero”. Hace más de cuatro años, el Estado se retiró. Y el inmueble (en buenas condiciones estructurales y con buen equipamiento) se convirtió en una suerte de “pensión” o “albergue” para algunas personas que necesitan una vivienda. La Dirección General de Educación se desentendió de su cuidado y su mantenimiento, además de no darle ningún destino.

La última función comunitaria que había cumplido ese edificio escolar fue en el 2013, cuando se improvisaron sus instalaciones como centro de evacuados para víctimas de la trágica inundación.

 

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“Acá creo que estaba 4to. grado. Este era el gabinete escolar. Abajo, donde está mi mamá, funcionaba la Dirección...” Hace de guía una de las mujeres que vive dentro de la escuela.

Enclavada en una zona vulnerable, donde los vecinos han llamado la atención sobre el flagelo de la droga, por dentro la escuela está “loteada”. La ocupan entre diez y quince personas (un total de siete familias, algunas con chicos) a las que un “referente” del barrio les ha permitido instalarse.

Enclavada en una zona vulnerable, donde los vecinos han llamado la atención sobre el flagelo de la droga, por dentro la escuela está “loteada”

“Nosotros somos un grupo de vecinos. Conseguimos sacar a los pibes que se venían a falopear acá y se la dimos a esta gente, que necesita un lugar donde vivir. Entre todos la mantenemos y, por lo menos, le damos una utilidad social...” Lo dice María, una de las “encargadas” de la escuela. Ella pertenece a la iglesia Pueblo Nuevo (un culto evangélico con fuerte penetración en barriadas de la Ciudad). “Es preferible que estén ellos, que necesitan un techo. y no que esté desocupada”. Por ahora, funciona como una especie de albergue o refugio “sui generis”. Pero la deserción estatal abre la puerta para cualquier otro destino. Si se impusiera la “ley del más fuerte”, no habría que descartar que alguna organización narco la tomara como base de operaciones. 

Cada una de las aulas de la escuela está convertida ahora en una vivienda precaria. Algunas fueron subdivididas y tabicadas. Los ocupantes comparten áreas comunes: los baños, dos patios, una cocina convertida también en lavadero, un salón de usos múltiples. “Somos como una familia grande... Nos llevamos bien; no tenemos problema”, cuenta una de las habitantes de la “escuela-pensión”.

El edificio está deteriorado por el paso del tiempo y algunas “adaptaciones”. Pero se nota que es un inmueble sólido y firme que, con pocas tareas de refacción y mantenimiento, podría ponerse en perfectas condiciones de uso.

La mayoría de los ocupantes trabaja; algunos en cooperativas, otros en “changas” informales. ¿Alguien les cobra por dejarlos vivir allí? Aseguran que no.

¿Tienen algún permiso o autorización del Estado? “Creo que algo se estaba tramitando”, dice María. El que sabe -cuenta- es un hombre del barrio que ahora no está.

 

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Daniela tiene un comedor comunitario a 50 metros de la escuela. Es la esposa de “El Pela”, que hasta hace poco manejaba una de las cooperativas que prestaba servicios municipales. Ellos son, de alguna forma, los “encargados” ahora del antiguo edificio de la Primaria 124. “Nosotros limpiamos todo; sacamos cinco camiones de mugre de acá. Y dejamos que viva gente que necesita; que tiene problemas y se quedó sin techo. Acá está, por ejemplo, Dorita, que perdió la vista y se le quemó la casa. Viven familias sanas, que no andan en nada raro. Lo único que necesitan es una vivienda”, cuenta Daniela.

Admite que nunca les dieron la llave. Y que ellos juntaron 220 firmas en el barrio para que allí se instalaran un centro de formación laboral y un comedor social. Dice que se inició un expediente, pero que nunca tuvieron novedades.

 

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Leé también:

NOTA I: Familias arrasadas por la droga y la impotencia

NOTA II Narcomenudeo alrededor de una escuela abandonada por el Estado

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Fundada en 1958, la escuela 124 lleva el nombre de la madre de Sarmiento, Paula Albarracin. Su mobiliario original incluía, en el despacho de la directora, un pesado escritorio de roble (cuyo destino es incierto), y una mesa de madera maciza y patas torneadas que ahora está en el comedor que maneja Daniela en la otra cuadra. “Acá la cuidamos para devolverla el día que nos digan”, cuenta.

Hasta la mudanza, el edificio de la 124 albergaba a unos 300 alumnos. La matrícula de la primaria era de 120 chicos, pero compartían aulas con la secundaria 50. Funcionaba un comedor escolar, del que quedan una cocina industrial y cámaras frigoríficas que ahora utilizan los actuales ocupantes.

Luminoso, el edificio tiene dos patios. En uno se improvisó una parrilla donde, “de vez en cuando”, se hacen algunos chorizos. En un pequeño espacio verde que tiene en el frente, los ocupantes han plantado hortalizas y verduras de estación.

Un amplio salón de usos múltiples permanece vacío. “Alguna vez trajimos a un predicador”, cuenta María, la vecina que pertenece a la iglesia Pueblo Nuevo.

“Este es un barrio olvidado”, dice Daniela. Es una frase que se escucha una y otra vez en la periferia de La Plata. Y de eso parece hablar el edificio de la escuela 124.

En cada una de las aulas, todos dicen lo mismo: nosotros no tendríamos problema en irnos. Lo que necesitamos es un lugar donde vivir. Por ahora forman esta comunidad que ocupa una “pensión sin papeles”, allí donde el Estado dejó olvidada una escuela y donde podría hacerse mucho por el futuro de los jóvenes.

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