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Información General |PASCUALOTO, EL GOLPE DE LA FORTUNA

¿Quién quiere ser millonario?

El 4 de junio de 1994, el platense Pascual Rendani ganó 14 millones de dólares y fue noticia de primera plana. Desde entonces, debió desaparecer del asentamiento en el que vivía en San Carlos. Dijeron que construyó una mansión con una capilla, y que la suerte le trajo también una maldición que lo fulminó de cáncer, hundido en la depresión, seis años después. Por primera vez, la verdad detrás de la leyenda. El final de su historia

10 de Noviembre de 2012 | 00:00
Pascual Rendani en una foto del álbum familiar. Quedo en la historia platense como Pascualoto. Un sorteo cambió su vida para siempre y lo convirtió en un millonario atormentado
Pascual Rendani en una foto del álbum familiar. Quedo en la historia platense como Pascualoto. Un sorteo cambió su vida para siempre y lo convirtió en un millonario atormentado

Por

Cintia Kemelmajer

Todos soñamos con convertirnos en Pascual Alberto “Lito” Rendani alguna vez. Y el tipo que todos quisiéramos ser dejó este mundo el mismo 29 de julio en que René Favaloro escribió su última carta de puño y letra y sofocó su corazón de un disparo. Ese día, el cortejo fúnebre cumplió con su deseo final: al partir de la sala velatoria hacia el Cementerio local, se desvió para que se despida de su primera casa en pleno asentamiento en San Carlos. Era joven -63 años- pero un cáncer de esófago lo fulminó. Habían pasado tan sólo seis años de aquel día en que el cartonero y después sereno en el corralón del Ministerio de Economía se convirtió en “Pascualoto” y saltó sin red a la tapa de los diarios locales, a las páginas de los diarios nacionales, se coló en los informativos radiales y en los noticieros. Su mediático mérito había sido tener el azar de su lado. Alcanzar la riqueza material para todo el porvenir, sin poner más esfuerzo que para recibir de manos abiertas, como un catcher a su pelota de béisbol, el golpe de suerte. Pascual acertó los seis números del Loto y ganó el pozo acumulado más abultado de Latinoamérica hasta ese entonces: 14 millones de dólares.

¿Qué hizo con el dinero? El ganador desapareció por un largo tiempo, pero en el barrio los mitos al respecto se engendraron como piojos. Y un 29 de julio del año 2000, en el Cementerio local, el verdadero desenlace de la historia de Pascual quedó sepultado bajo tierra para siempre. Hasta hoy.

FELIZ DOMINGO. 01-02-05-08-21-29. “Me parece que son nuestros números, Poroto”, le dijo Pascual a su hijo de cator ce años, que había ido unos días atrás a comprar el billete. Ese mismo 4 de junio de 1994, Chacarita jugaba el Ascenso y volvía a la B Nacional conquistando el récord de treinta partidos invictos, moría Massimo Troisi, actor italiano protagonista del film “El cartero de Neruda”, se conmemoraba el 50° aniversario del desembarco aliado en Normandía, y en el barrio platense de San Carlos, Pascual miraba estupefacto la pantalla del televisor. Después, como era domingo y estaba de franco, padre e hijo se acostaron a dormir. Amanecieron el lunes y Pascual no sabía qué hacer. Fue hasta la esquina de 143 y 32 a desahogarse con el canillita de toda la vida: “Che, saqué el loto, no sé qué hacer”. Tomó el colectivo en la avenida y se lo fue a contar a su jefe, que lo acompañó hasta el edificio de Lotería en 7 y 46. El gerente general revisó los números del billete y sí: en frente suyo estaba el ganador de los codiciados 14 millones.

Antes del 4 de junio, durante el día tomaba mate. Cazaba pajaritos. Estaba todo el día en la casa de sus hermanos o de sus amigos, que vivían todos por el barrio. Era un tipo sencillo, buena gente. Su jornada laboral empezaba recién a las siete de la tarde. Con Poroto en andas, rumbeaba hacia el corralón del Ministerio de Economía en 19 y 526. Allí trabajaba de sereno. Estab a recién separado y no tenía con quién dejarlo durante el turno, así que le llevaba un almohadón y una frazada y el pibe dormía a su lado; y cuando terminaba a las siete de la mañana, lo dejaba en el colegio. Antes de agarrar ese trabajo por el que le pagaban 400 pesos al mes, había sido cartonero. “Pasó una infancia muy dura, eran once hermanos, todos trabajaban en la calle, cirujeando”, recuerda Roque Rendani, su primo, peluquero.

Fernando Di Luca, el médico del barrio, lo recuerda como uno de esos pacientes obsesionados con una patología: Pascual le pedía que le recetara descongestivos porque tenía terror a enfermarse de cáncer de próstata. “No tenía antecedentes en la familia, pero misteriosamente él creía que en cualquier momento le iba a agarrar”.

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GUSTOS. Cuando se enteró de la fortuna que el destino había amasado para él y la vio toda junta depositada en la primera cuenta de banco que tendría en su vida, Pascual se re fugió en un hotel en Mar del Plata con quince de sus familiares más cercanos. Mar del Plata fue la ciudad adonde más lejos lo llevaron sus millones: nunca salió del país. Algunos dicen que fue porque le tenía miedo al avión.

Al mes, Pascual volvió a vivir a La Plata, a una casa-quinta que le alquiló un primo, entre Villa Elisa y City Bell. Los gustos que se dio con el dinero fueron austeros: se compró un campo con criadero de gallinas ponedoras de camino a Estancia Chica; le regaló un departamento a cada hijo; cien mil pesos a la mayoría de sus hermanos y también a sus hijos políticos. Se compró un par de caballos de carrera, hizo algunos negocios inmobiliarios y abandonó su casa con piso de cemento en San Carlos para comprarse una mansión en Gonnet con cuatro habitaciones -dos en suite-, pileta, quincho, cancha de bochas y en el fondo de la casa -a pedido de Norma, su última esposa- una capilla.

Pasados unos meses del golpe de suerte, Pascual no lo pudo evitar y volvió a caer a tomar mates a lo de sus amigos y familiares del barrio. O paseaba por el centro. Los jueves iba al Hipódromo platense y, a veces, al de San Isidro. Lo llevaban y lo traían sus sobrinos, porque él no tenía auto. “Yo un día le pregunté por qué no se compraba un auto”, cuenta Fernando Di Luca. Al día siguiente, Pascual fue a su consultorio contento, para mostrarle su chiche nuevo.

-¡Sos un hijo de puta!- reaccionó Di Luca.

-Pero si yo venía emocionado a que lo veas, ¿por qué me decís esto?

-¡Te compraste un Duna Weekend gasolero!

“Al final, se compró un Toyota Camry azul. Y mejoró un poco el pilcherío, pero casi nada, no sabía combinar la ropa”, señala Di Luca, y dice que siempre estará agradecido con la ayuda que recibió de Pascual: cuando lo asaltaron a él y a su familia en su propia casa, Pascual le prestó por un largo tiempo uno de sus departamentos en 25 y 40.

A la quiniela de Luiggi, adonde compró el billete ganador, volvió recién el 6 de diciembre y de allí en más día por medio para jugar 100 pesos a algún cartón. Luis Medina, el dueño de esa quiniela desde 1989, mantiene fresco el recuerdo de todo lo sucedido con Pascualoto y conserva como un tesoro el papelito con los números anotados que Poroto le dio cuando fue a comprar el billete ganador. Aunque no puede ocultar la amargura que le quedó: “Pascual no era cliente nuestro, siempre jugaba en una quiniela a un par de cuadras de acá. Apareció a fines de 1994 con anteojos negros y me preguntó si yo lo conocía, le dije que sí, me comentó que los chorros lo tenían a maltraer, pero no me dio nada de la millonada, ni un centavo”.

EMPANTANADO. Cuando llueve, San Carlos es un barrio al que se le desaparece la i: barro, puro barro. Cuando sale el sol, muta de pantano a geografía de casas bajas y humildes de fisonomía diversa: conviven, unas al lado de las otras, casillas de chapa y chalets de material a medio pintar. Los perros desgarbados juegan entre la basura y los pibes rondan las calles en bicicleta y llenan sus cabezas con acordes de cumbia que salen de sus auriculares y se perciben en el ambiente como un rumor lejano. San Carlos es un barrio fuera del mapa de ciudad de diagonales perfectas trazado por Pedro Benoit, pero se sintió más adentro que nunca aquel 4 de junio de 1994 que lo tuvo como escenario principal. Después de ese día, Pascual vio con sus propios ojos cómo en el pantano se despertaban los cocodrilos: su familia y sus vecinos comenzaron a desfilar por su casa con los más diversos pedidos que decantaban, al fin y al cabo, en un solo fin. Obtener su tajada de la flamante e inesperada fortuna.

“Yo siempre le dije que el Loto fue para él una plata maldita. A Pascual lo enfermó la gente”. La que lo dice es una de sus últimas novias -que prefiere el anonimato-, a la que Pascual le regaló cadenitas de oro, anillos y muchas joyas. “Pero al final, vos sos millonaria”, solía decirle él cuando veía la relación que tenía con sus hijos, y se lamentaba: “Yo nunca le dije te quiero a mis hijos, no tuve oportunidad”. Pascual tuvo muchas parejas. Sus cuatro hijos nacieron de madres distintas. “A veces no quería venir al barrio porque le pedían plata todo el tiempo, ´prestame 500 pesos´, le decían”, recuerda ella.

Pasados tres años de ganar el Loto, un día Pascual lo llamó a Di Luca y le comentó que le costaba tragar. Una endoscopía de urgencia le detectó cáncer de esófago avanzado y lo mandó directo al quirófano. “Yo le dije que vaya a operarse a Estados Unidos, o al menos a Buenos Aires, adonde iba a encontrar tecnología de avanzada para curarse, pero él insistió en que yo lo había atendido toda la vida, que quería que lo intervenga yo”. Aunque en el barrio se creó el mito de que le habían traído un estómago nuevo de Alemania, Di Luca lo sometió a la operación de rigor, sin parsimonia, en el Hospital Español. Pascual se recuperó durante un tiempo pero luego volvió a recaer. Sobre el final de su vida, escupía todo el tiempo y ni siquiera podía tragar su propia saliva, hasta que la enfermedad lo venció. “Eso lo pintó de cuerpo entero: un tipo que no sabía lo que tenía, podría haberse salvado pero prefirió operarse acá como cualquier persona. Cuando se enfermó su nieto, el hijo de Poroto, también, lo operaron en el Hospital de Niños”.

Las riñas familiares que habían comenzado cuando Pascual ganó el Loto se profundizaron con su muerte. En el 2000, a sus hijos y a su mujer los agarró el corralito y perdieron gran parte del dinero, aunque aún hoy sus hijos viven de las rentas que les generan las propiedades compradas con los millones. La historia de Pascualoto sigue haciendo ruido en el barrio San Carlos, adonde cada vecino sabe de quién se habla cuando se lo nombra, adonde alguno de sus hermanos aún sangra por la herida porque piensa que “a Pascual lo cambió la plata, para mí se murió cuando ganó esa millonada”. Quizás, Pascual esté tomando mate y escuchándolo todo desde su tumba, o desde el cielo, hacia donde el destino -ese maldito destino que le dio suerte y también desgracia-, le compró un pasaje de ida un domingo 4 de junio de 1994.

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