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Opinión |ESTO QUE PASA

Las palabras y los silencios

3 de Marzo de 2013 | 00:00
LA PRESIDENTA FRENTE A LA ASAMBLEA LEGISLATIVA
LA PRESIDENTA FRENTE A LA ASAMBLEA LEGISLATIVA

Por PEPE ELIASCHEV

Twitter: @peliaschev

Emitió casi 26.000 palabras y habló durante tres horas y 47 minutos. Nunca usó la palabra “inflación” y el vocablo seguridad tuvo mejor suerte, apareció 11 veces. A lo largo de esas 25.907 palabras, se valió del “recuerdo” nada menos que en 16 oportunidades, como si en vez de configurar el futuro, y los tres años que aún le faltan para completar su mandato, estuviera ya preparando su retiro. Habló incluso de escribir un libro de memorias.

Pero si para ella la inflación no existe y a la seguridad la despachó con once menciones, se nombró en cambio a sí misma en 57 oportunidades. En 51 de ellas dijo “yo” (llamo, tengo, decía, veía, digo, era, tuve, quiero, estimo, espero, odiaba, espero, estaba, tengo, pedí, quiero, no quiero, fui, trabajé, soy abogada, lo viví, pienso, me negué, no voy, la vi, soy parte de, pienso, creo, estoy, era) y en seis se aludió de modo taxativo (esta Presidenta, quien les habla, esta Presidenta, en mi condición de legisladora, he sido legisladora, para mí como militante política).

MEMORIAS

La parte evocativa de las palabras presidenciales fue muy llamativa. Todo lo que el discurso ante el Congreso no tuvo de programa, lo que le faltó de futuro, lo que no mentó en términos de estrategia y su falta de diagnóstico de cara al porvenir, en cambio lo compensó con una poderosa letanía melancólica.

“Es imposible no reparar en omisiones y errores muy expresivos de la manera que la Presidenta adopta para hablarle al país”

Es necesario seguir su deriva retórica porque es muy elocuente: “Me acuerdo cuando se fue Berlusconi, recuerdo que la primera medida de Néstor, me acuerdo el discurso de Lino, me acuerdo que Lino habló ahí, me acuerdo que cuando fuimos a inaugurar en Rosario, recuerdo a uno de esos científicos, me acuerdo del doctor Alfonsín padre, me acuerdo cuando yo era diputada o senadora, me acuerdo de una ruta en Tucumán, me acuerdo de un diputado radical, me acuerdo de Lucy de Cornelis, me acuerdo que un día Melchor..., me acuerdo, como si fuera hoy, una reunión... me acuerdo que nos recibió, me acuerdo que el doctor César Arias”.

PALABRERIO

Como sucede con todos los regímenes opacos a la curiosidad periodística, se expresó con menciones y omisiones: Fue llamativo su interés en subrayar nombres que la reconfortan: Hebe de Bonafini, Débora Giorgi, Sergio Berni, José Luis Manzur, Lino Barañao, Julián Domínguez, Hernán Lorenzino, Amado Boudou, Sergio Urribarri, Diana Conti y Beatriz Alperovich (tres veces). Silencio glacial (¿letal?), en cambio, para Héctor Timerman, Florencio Randazzo, Carlos Tomada y Nilda Garré. Palos inclementes para Daniel Scioli, José Manuel de la Sota, Sergio Massa y Carmen Argibay. Empalagosos y nada creíbles requiebros para los radicales Ernesto Sanz, Ricardo Gil Lavedra y Ricardo Alfonsín.

Como se trata de la postura oficial de la Presidenta de la Nación ante los 256 diputados y 72 senadores que integran el Congreso, es imposible no reparar en omisiones y errores muy expresivos de la manera que ella adopta para hablarle al país. En el torneo lamentable para competir con las logorreas infinitas de Fidel Castro y Hugo Chávez, la Presidenta argentina no lee sus piezas oratorias y se condena inexorablemente a perpetrar errores gruesos. “desde los años 70 hubo una formidable fuga de cerebros de la República Argentina que comenzó la Noche de los Bastones Largos”, dijo, cuando aquella jornada de pesadilla ocurrió en 1966. Tras el golpe militar-sindical del 28 de junio de 1966, el régimen fascistoide del general Onganía emprendió una virulenta campaña contra las universidades nacionales, moliendo a palos y echando a centenares de profesores. La fuga mencionada por la Presidenta fue inmediata: a comienzos de 1967 ya se había ido del país una muchedumbre de científicos y universitarios. Para aquel entonces, Juan Perón pedía desde Madrid “desensillar hasta que aclare”.

Fue, por otra parte, muy fuerte la omisión de la tragedia de Once de febrero de 2012. Habló de “las inversiones que vamos a hacer y estamos haciendo en materia de ferrocarriles. Sé que muchos me preguntarán por qué no antes. Claro: si uno se pone a pensar en todo lo que hizo, ‘por qué no antes’”. No se respondió a ese por qué no antes, porque la respuesta era obvia: antes no, porque con Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi el negocio era de y para los concesionarios amigos, bendecidos por el tsunami de subsidios que los hicieron felices desde 2003.

SINCERIDAD

Con respecto al pacto con la República Islámica de Irán, también prevaleció la chapucería. Dijo: El primer atentado fue en marzo de 1992 y el segundo atentado fue el 18 de julio de 1994, en uno murieron 22 personas y en el otro, si mal no recuerdo, 84”. ¿Si mal no recuerdo? Los muertos en la embajada fueron 29, no 22, y los de la AMIA fueron 85, no 84. En total 114 muertos, no 106, como devaluó una mujer que se considera omnisciente o es demasiado altanera para leer lo que debe decir.

Pero ese error, grueso, no fue lo peor. Tras la desgraciada tropelía antisemita de Miguel Pichetto (las víctimas del atentado contra la AMIA de 1994, dijo, fueron “argentinos-argentinos” y “argentinos de religión judía”), la Presidenta fue ahora por mucho más. Literalmente, aludió a “toda la comunidad y cuando hablo de comunidad me refiero a la comunidad argentina y también a la comunidad judía”. De nuevo la misma venenosa traición del inconsciente: la comunidad argentina no es para ella lo mismo que la comunidad judía. ¿Hablaría acaso de la “la comunidad árabe” a secas? Sin embargo, la magnitud de su confesión no evitó que cargara fuerte contra los judíos argentinos y contra el Estado de Israel.

“En resumidas cuentas, (para la Presidenta) los judíos fueron cómplices del atentado contra la AMIA y, antes de eso, Israel se desinteresó de la voladura de su embajada”

Sus palabras fueron inequívocas: “no quiero hablar de algunas autoridades de la Comunidad, mejor quiero obviarlo (…), porque el papel fue lamentable. Parte del movimiento se debe también a esa complicidad (sic), es decir, una parte de la dirigencia comunitaria”. Tras zamarrear a los judíos, perpetrando la enormidad de que el ataque terrorista contó con la “complicidad” de los “rusos” (como llama ella a los judíos), la Presidenta condenó a Israel: “nunca tuvimos información, ni aún en el día de hoy nadie tiene información de lo que pasó con la voladura de la Embajada de Israel. Y repito que a mí me llama poderosamente la atención que no se estén preocupando (sic) por lo que constituye una violación de territorio, como es la voladura de una embajada”. En resumidas cuentas, los judíos fueron cómplices del atentado contra la AMIA y, antes de eso, Israel se desinteresó de la voladura de su embajada. Lenguaje más cercano al cargo de “deicidio” descartado por el Concilio Vaticano.

FACTURAS

Tuvo tiempo de cobrarse varias facturas. Siempre absorbida por sus evocaciones interminables, le dio a Sergio Massa para que tenga y para que guarde. “Me acordaba ahora de lo que pasó hace pocos días, en un enfrentamiento también de barras bravas, de la hinchada de Tigre, donde un intendente había inaugurado modernas cámaras de televisión, pero que justamente cuando se balacearon dos bandas de barras bravas, de las cuales una persona falleció, uno acaba de fallecer -creo que ayer u hoy-, esas cámaras se habían dañado y no se obtuvo ninguna filmación. Hay que hablar en serio de la seguridad. No utilizar la seguridad como instrumento político, sino utilizarla como una preocupación real de toda la ciudadanía”. Ella nunca olvida recordar cuando necesita castigar a los indóciles. Al dedicarle ese párrafo al intendente de Tigre, ella confesó que le teme.

Antes de terminar, se sinceró: “me he extendido mucho, (…) Me falta mucho, tendría que haber hablado de otros temas también”. Hubiera querido seguir hablando del pasado.

www.pepeeliaschev.com

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