Las vidas y sueños que mata la inseguridad

NORMA BEATRIZ GONZÁLEZ, EN SU CASA DE 525 ENTRE 29 Y 30, AYER NO TENÍA CONSUELO. SE AFERRABA A LA FOTO DE LUIS RAMOS Y LO ÚNICO QUE PEDÍA ERA JUSTICIA POR EL POLICÍA MUERTO. “NOS AMÁBAMOS CON LOCURA”, PUDO DECIR LA MUJER.

Lugar común, la inseguridad. Y el dolor. Un dolor que no tiene límites y que, en cuestión de horas, se apoderó de dos familias distintas en el mismo barrio. El sábado fue Luis Ramos, un policía de 58 años al que dos motochorros le dispararon durante un asalto a un súper chino de 133 entre 49 y 50. Un día después, en 32 y 149, la misma postal pero otra víctima: dos motochorros le dispararon a Matías Fiori, un cantante de rock criollo que tenía 26 años y varios sueños en el horizonte.

Lugar común, la desolación. Y el desconsuelo. Porque desolación y desconsuelo es lo que se respiraba ayer en la casa de Norma Beatriz González, la última pareja de Luis y quien todavía no podía entender que el amor de su vida ya no estuviera más.

“Sola no voy a poder seguir”, decía Norma en un llanto infinito. Se habían conocido un 23 de junio de 2008 y desde hacía tres años y medio vivían juntos en 525 entre 29 y 30. En agosto pasado se habían comprado juntos una camioneta y tenían el sueño de casarse. “Nos amábamos con locura -pudo decir Norma, acongojada-. Cada vez que se iba yo le decía: ‘cuidate negro, cuidate’. Y él me sonreía en la puerta y me decía que sí, que me quedara tranquila...”.

Padre de dos hijos -Martín, de 31, y Paola, de 29- y abuelo de cinco nietos, Luis había cumplido el 2 de mayo pasado treinta años de servicio en la Policía. Desde hacía cinco años hacía horas extras como custodio del supermercado de la calle 133, y además de su trabajo como efectivo de la bonaerense tenía dos pasiones a las que cada vez le dedicaba más tiempo y fervor: irse a Punta Lara a pasar una tarde de pesca y, cada vez que tenía un rato libre por las noches, armar relojes artesanales y temáticos que él mismo pintaba y luego vendía los domingos en un puesto del parque Saavedra.

“Era un amor de persona -comentaba ayer Silvia, una vecina del barrio que conocía a la pareja y tampoco podía entender lo que había pasado-. Se iba a laburar siempre con una sonrisa. Salía a las nueve y media y a las tarde volvía de la policía. Descansaba un rato y después volvía a salir para ir al súper. Laburaba mucho porque con Norma estaban ahorrando para casarse y tener unos pesos juntos. Tenían varios sueños y eran una pareja muy feliz”.

Familiero y amante de las tardes al aire libre, sobre todo en la ribera ensenadense, Luis se tomaba todos los días su pastilla para controlar el colesterol y soñaba con un futuro no muy lejano en el que su única preocupación fueran los relojes y las tardes en el río. “Ahora ya no queda nada -concluía Norma, destrozada-. Se lo llevaron y me mataron a mí también”.

MATIAS, EL CANTANTE

Matías Fiori tenía 26 años y dos pasiones marcadas a fuego: la música y Estudiantes de La Plata. “Era un pibe lleno de amigos -lo recordó ayer Claudia, su madre-. Tenía una voluntad de fierro y le metía para adelante pese a todo lo que le había tocado sufrir”.

Es cierto: en 2005, con apenas 18 años, un tren lo había arrollado en 1 y 42 y, luego de luchar por su vida durante varios días de internación, perdió el brazo izquierdo y la pierna derecha. Pero Matías, o “el Chino” como todos lo conocían, no aflojó. Al contrario: armó una banda de rock criollo -Epopeya, de la que era cantante- con la que solía hacer varios covers de Los Redonditos de Ricota y de Soda Stereo y, para recuperar fuerzas físicas, iba tres veces por semana al gimnasio Ironman, donde en los últimos días había logrado hacer cuarenta minutos en la cinta de correr. “El año pasado tuvo un bajón grande pero logró reponerse -contó su madre-. Los amigos lo sacaban adelante, además de la música y el pincha. A Estudiantes lo seguía a todos lados y se desvivía cada vez que jugaba. Era su orgullo, su felicidad”.

El segundo de siete hermanos, Matías había estudiado en la Escuela Nº 30 -de 15 entre 521 y 522- y en los últimos años había logrado terminar el colegio secundario en la nocturna de 36 entre 2 y 3. Su madre lo había ayudado a conseguir trabajo en el Registro de la Propiedad y hacía poco se había ido a vivir solo a 31 y 161.

“Era imposible no quererlo -contaba ayer Mauro, uno de sus hermanos-. Ultimamente le estaba yendo muy bien con la banda. A él le encantaba el rock criollo y tenía como ídolo al Indio Solari. Incluso habían tocado varias veces en el bar de 5 y 50 y en el Teatro Argentino”.

Varios de esos recitales pueden verse en Youtube, donde la banda liderada por el Chino Fiori había subido muchas de las interpretaciones que, con un estilo muy personal, hacían de varias canciones clásicas del rock nacional.

Al igual que Norma -la pareja de Luis Ramos-, ayer la madre de Matías pedía nada más que justicia. “No puede ser que se lo hayan llevado y nadie pague nada”, decía en algo parecido a una súplica. Sin conocerse pero abrumada por el mismo dolor, Norma se estremecía de impotencia y gritaba en un llanto: “Quiero justicia, quiero tenerlo conmigo. No puede ser que ayer lo tenía conmigo y ahora no voy a verlo nunca más”.

Eran dos mujeres llorando y sufriendo por lo mismo. Dos historias quebradas por el mismo y repetido drama: el de la inseguridad.

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