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Opinión |MIRADA ECONOMICA

Economía en ojotas para unas vacaciones inolvidables

5 de Enero de 2014 | 00:00
Economía en ojotas para unas vacaciones inolvidables

Por MARTIN TETAZ (*)

Twitter @martintetaz

Todavía recuerdo las angostas cuchetas de aquel departamento que alquilamos en Gesell. Los propietarios habían convertido el dos ambientes en un dormidero para seis personas, aunque todos los demás servicios no se habían enterado de la ampliación.

En esas condiciones de hacinamiento la clave de la supervivencia pasa por el clima; cada día que el tiempo no acompaña es una amenaza, una provocación a la paciencia, un desafío al precario equilibrio de distribución de los espacios, que se rompe ante la más mínima invasión de soberanía.

En “Sobre la agresión; el pretendido mal”, el Etólogo y Premio Nobel Konrad Lorenz, explica que la agresión intraespecie es en realidad un mecanismo de supervivencia que permite que se aprovechen de mejor manera todos los recursos de un ambiente, al garantizar un grado de separación espacial ideal entre los miembros de un grupo determinado.

Por esta razón no es casual que las familias (y los grupos de amigos) tengan grandes peleas en las vacaciones, porque por lo general veranean en una superficie per cápita menor a la que tienen en su hogar.

VALIO LA PENA

Así y todo, cuando estemos de vuelta, el reporte general de la experiencia estival (salvo alguna excepción) será sin dudas altamente satisfactorio y todos habremos sentido que valió la pena gastar tanto dinero. Pensemos, que en las últimas vacaciones, según la CAME, unas 25 millones de personas viajaron hacia algún tipo de destino, gastando 35.228 millones de pesos.

La clave es que como demostró el padre de la Economía del Comportamiento, Daniel Kahneman, una cosa es la utilidad que efectivamente experimentamos durante nuestras vacaciones y otra muy distinta es el recuerdo que nos queda al regreso, porque nuestro sistema de memoria, lejos de funcionar como la pista de un CD que todo lo graba, trabaja cometiendo muchísimos errores, en su estrategia por simplificar el mecanismo.

Sabemos, gracias a las investigaciones de psicólogos cognitivos como Daniel Shacter o Elizabeth Loftus, que sólo guardamos un pequeño porcentaje de nuestra experiencia que por lo general está caracterizado por ser ese que se sale de lo normal, de modo que si es el segundo día que usted está encarando para un playa de Mogotes, va después de la cena a tomar el mismo café a Bunge y Libertador, o repasa nuevamente las rabas del barcito típico de San Bernardo, es el momento de cambiar, porque cuando un comportamiento se torna habitual deja de ser almacenado en su memoria, pero sigue erosionando la billetera.

Más aún; como cuando éramos chicos, lo mejor conviene dejarlo para el final. En un famoso experimento, el doctor Don Redelmeier sometió a 682 pacientes a una colonoscopía separándolos en dos grupos: ambos pasaban por la misma fase de intenso dolor (hay que pensar que este experimento es de los años ’70 cuando las técnicas eran más “invasivas” que ahora). A la mitad de ellos se les retiraba el colonoscopio inmediatamente después de ese desagradable momento, mientras que en el restante 50% de los casos, al facultativo se le “olvidaba” el instrumento en esa zona que usted ya sabe, por unos minutos más.

Al fin de la intervención, paradójicamente los pacientes a los que se les había retirado antes la sonda reportaron haber tenido una experiencia más molesta que aquellos individuos que habiendo pasado exactamente por la misma situación, habían debido soportar un tiempo extra la molestia.

PICOS EN LA MEMORIA

La clave es que la gente almacena en su memoria los picos de la experiencia y algunos momentos definitorios, como el principio o final de la misma, por esa razón al grupo al que le habían dejado el colonoscopio adentro no le pareció tan mala la situación, porque el instrumento realmente no molestaba tanto al yacer inerte por unos minutos en la zona.

En resumen, las lecciones son las siguientes:

Si va a pasar varios días de vacaciones haga que cada uno de ellos sea distinto al anterior y escape a la rutinización (si se me permite el invento de la palabra) del “playa, casa, caminata por el centro, cama, playa, casa, etcétera”. En caso que no sea capaz de lograrlo vuélvase antes y ahórrese unos pesos, porque 15 días repitiendo lo mismo se recuerdan en la memoria exactamente igual que 10.

Guarde lo mejor para el final, porque el sabor de las vacaciones será el de los últimos días y si puede ser una experiencia no material mejor. Pienso en algo poco común que deje marca en la memoria, como una carrera en karting, tirarse en paracaídas, pescar embarcado en medio del océano, o alquilar un jet sky. El dinero así gastado rendirá mucho más que una cena afuera, o la entrada de un boliche bailable.

Si todavía no alquiló, priorice los metros cuadrados del depto y las amenidades del hotel, por encima de la distancia al mar, porque de otro modo las jornadas de mal clima le garantizarán una trifulca y si eso pasa en los últimos días, es altamente probable que le arruine las vacaciones.

Por último, si usted es de la otra mitad que como yo, este verano no salen, conserve la calma que las investigaciones del Profesor Derrik Wirtz y del Neuroanatomista Antonio Rangel demostraron que el placer también está en la anticipación y en la planificación.

Soñar con unas futuras vacaciones todavía es gratis. Aprovechemos.


(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) e investigador visitante del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS)

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