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Ser madres después de los 40, una tendencia que se afirma cada vez más

Es creciente el número de mujeres que deciden postergar la maternidad y encararla recién a los 45 o incluso después de esa edad. Historias detrás de un fenómeno que expresa cambios culturales

18 de Octubre de 2014 | 00:00
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VALENTINA ES LA SEXTA HIJA DE TERESA. LA TUVO A LOS 45
VALENTINA ES LA SEXTA HIJA DE TERESA. LA TUVO A LOS 45

Por MARISOL AMBROSETTI

¿Hay una edad ideal para la maternidad? Ser o no ser madre ¿Sigue siendo prioritario en el mundo femenino? ¿Es verdad que hoy se tienen más hijos a los 40 que a los 20?

Algunos datos duros: en la provincia de Buenos Aires nacen unos 281 mil bebés al año. La mayoría, un 25 por ciento de las que dan a luz, son jóvenes de 20 a 25 años. Sin embargo, más de 10 mil bonaerenses tienen sus hijos a los 40 o más años. Poco más de 700 se embarazan y tienen bebés a los 45 o más años. Sí, más también. Cuatro mujeres que atraviesan esa experiencia cuentan por qué eligieron tener hijos cuando muchas empiezan a resignar la maternidad para acomodarse, lentamente, en el sillón de “la abuela”.

Marinés Améndola (52), Manela Cuenca (48), Teresa Bell (56) y Fernanda García (45) fueron madres cuando promediaban la cuarta década. Son de esas mujeres que temen pero no se amedrentan frente a las advertencias médicas. Es que los especialistas explican que, conforme pasan los años, la reserva de óvulos de las mujeres se agota, irremediablemente. Mes a mes se pierde uno, cada vez son menos y de peor calidad.

A la inversa, especialistas en salud mental opinan que, a más edad, más compromiso y disposición para la crianza, más capacidad de “maternizar”. En esto coinciden estas cuatro mujeres que se animaron a ser madres, no ya a los 40, sino a los 45 o más años de edad.

CONTRA EL NIDO VACÍO

Teresa Bell tuvo a Valentina en una cesárea complicada, hace 12 años. Acababa de cumplir los 45 cuando se enteró del embarazo. Su médico la miró preocupado.

“Estaba convencido de que iba a tener un nene con problemas, un bebé con síndrome de Down”, recuerda. La idea la perturbaba, porque sabía que a más edad, mayor es el riesgo de ese tipo de alteraciones cromosómicas. Le preocupaba sobre todo a ella, no tanto a Eduardo, su marido, un optimista empedernido, convencido de que todo iría bien. “Viniera como viniera lo íbamos a tener, a querer y a criar igual, eso ya estaba decidido”, confirma Tere. No sabía que solo cuatro años más tarde sería abuela. Es que Valentina fue la última de seis hermanos.

Durante la década de 1980 Teresa y Eduardo tuvieron, con notable puntualidad, un hijo cada dos años. En el ‘82 nació Silvina, en el 84 Patricia, en el ‘86 Marisa, en el ‘88 Miguel y en el ‘90 Juan. Teresa era ama de casa y su marido, camionero. Cuando él viajaba, ella sola lidiaba con la crianza de los cinco. Por eso, cuando nació el último varón todos coincidieron en que ya era suficiente. Pero pasó el tiempo y los más grandes empezaron a crecer y a estar cada vez menos en casa. A Tere se le hizo un vacío incómodo en la boca del estómago. Le faltaba el alboroto, la alegría de un chico alrededor. “Lo empecé a pensar, me dejé de cuidar y quedé embarazada, yo nunca tuve problema para quedar”. Lo sospechábamos.

CON AYUDA DE DIOS

Mariné, en cambio, busca durante años quedar embarazada pero no hay caso. A los 32, esta profesora de historia conoce a Alberto, su actual marido. Se aman y pretenden formar una familia pero después, más adelante. Primero tienen ganas de vivir solos, tener una casa confortable, viajar un poco y ganar bien. Cuando comienzan “a buscar” ella tenía 40 y el plan no resulta tan sencillo como imaginaban.

“Fui a dos centros de fertilización, pagué dos tratamientos que no nos funcionaron y, en el verano de 2010, hicimos el tercer intento in vitro: con 47 años cumplidos quedé embarazada”, cuenta contenta.

Especialistas en salud mental opinan que, a más edad, más compromiso y disposición para la crianza, más capacidad de “maternizar”

De algo está segura: más que el tratamiento, el embarazo fue obra de la Virgen salteña del Cerro, a la que fue a pedirle que le conceda esa bendición bajo el sol abrasador de enero.

Ella, que fue hija única, se preocupa por no ser sobreprotectora. Pero Fabricio, que tiene 4 años, todavía toma la teta. “La maestra me dice que la corte, pero es difícil decirle que no”, comenta mientras el nene se le trepa y le reclama atención.

No tendrá la energía de los 25 para saltar con él sobre la cama. Pero tiene una paciencia que, asegura, no hubiera tenido más joven. El domingo Fabricio cumplió 4 años y todo el salón se vistió de Transformer Optimus Prime, su personaje favorito. Marinés confiesa: “Yo no sé bien ni qué es, pero a él, le encanta”.

TRES AL HILO

A los 39 años Manela Cuenca está casada pero no tiene hijos. A los 47 tiene tres: Dante, Román y Sebastiana. “A la nena la tuve a los 44”, dice orgullosa y muestra las fotos en su oficina del Rectorado.

La historia tiene sus pormenores. Cuando a los 33 años le diagnosticaron cáncer de mama se le vino el mundo abajo. No había tiempo para pensar en una pareja estable, en una familia. Primero tenía que asegurarse vivir. Por suerte se lo detectaron enseguida la operaron y la quimioterapia que recibió fue tan leve que no alteró sus posibilidades de tener hijos.

“Si hace diez años me decías que yo iba a tener tres hijos, hubiera pensado que estabas loca”. En realidad, confiesa, “yo empecé a pensar en tener hijos cuando me sentí preparada y en condiciones de hacerme cargo de otra persona, antes no hubiera podido”.

Se reconoce una mamá “relajada” que no es lo mismo que “descuidada”. “Siempre estamos atentos pero no encima, en casa se habla de todo, se les responde sobre todos los temas y, como suele suceder, con la tercera estoy mucho menos pendiente y expectante que con el primero”, cuenta Manela.

Con su marido se reparten las tareas. Él se encarga de llevarlos a hacer deportes, ella pasa a buscarlos por la escuela y, a las reuniones de padres, van una vez cada uno.

Es verdad, las mamás de las compañeritas de Sebastiana, la más chiquita, se ven más jóvenes, “pero tampoco tanto”. “No siento demasiado la diferencia, soy una mamá como cualquier otra, con las mismas preocupaciones y las mismas preguntas que las demás, al fin y al cabo, ninguna tiene el manual para ser una buena mamá”.

LOS MIEDOS

Dicen que los principales obstáculos vienen de nuestra cabeza, de nuestros pensamientos indómitos. A las madres “tardías”, por ejemplo, las atormenta pensar hasta qué edad podrán acompañar a sus hijos y todas hacen cuentas del tipo: “Cuando él tenga 25, yo ya voy a tener 70 ¿Y si no llego? ¿Y si estoy muy achacada?”

Fernanda García, vive en La Plata, tiene 44 años y una beba de siete meses. Es psicóloga y, desde hace años, se especializa en adicciones. En su vida, la maternidad siempre había sido una meta importante. Confiesa que ha dejado parejas porque no le cerraban como padres de sus hijos. Recién a los 35 conoció al hombre que la convenció de formar una familia. Él ya tenía dos hijos veinteañeros de su primera esposa. Pero no se echó atrás.

El proceso fue largo. Hizo intentos fallidos, inició tratamientos de fertilización, perdió embarazos y tuvo miedo, mucho miedo de ser una mamá demasiado “grande”.

“Pero entendí que esas cuentas, ese miedo no podían ser el punto de partida para tomar la decisión de ser mamá”. A esa conclusión llegó después de intensos meses de terapia. Entendió también que nadie tiene la garantía de vivir muchos años y que no es solo tiempo material lo que se le deja a un hijo.

Hoy amamanta a Magdalena, de siete meses y la mira con devoción. “Lo volvería a hacer, la volvería a buscar sino la tuviera”. Ya se olvidó del miedo a no tener energía para criarla. Se cansa, sí, como cualquier otra mamá, pero hay una apreciación que todas repiten y parece no fallar: ser madre a los 45, rejuvenece.


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