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Séptimo Día |PUNTO DE VISTA

¿Casarse? ¿Por qué? ¿Para qué?

¿Casarse? ¿Por qué? ¿Para qué?

El matrimonio ¿se ha convertido en una institución en desuso? El debate involucra desde aspectos religiosos hasta sociales, jurídicos y culturales

14 de Febrero de 2016 | 00:28

Por HECTOR AGUER
ARZOBISPO DE LA PLATA

La gente ya no se casa. He oído frecuentemente pronunciar este juicio y quizá yo mismo alguna vez lo repetí, con ligereza. Es una manifiesta exageración. Mucha gente sigue casándose –me refiero, obviamente, a mujeres y varones- aunque menos que antes y, como resulta evidente, también se descasa y se vuelve a casar. El lenguaje en uso, tanto el oral cuanto el escrito, parece reflejar la nueva realidad. Ya no resuenan con exclusividad los términos esposo-esposa, marido-mujer; más aún la manera de expresarse en sociedad, el estilo y el modo de hablar ha reemplazado de hecho aquellos nombres consagrados por otros que no significan lo mismo. Pertenecen a la misma área semántica pero dicen otra cosa; lo que se ha evaporado en el cambio es la realidad del matrimonio.

TERMINOLOGIA

Deténganse ustedes en las noticias policiales y en los chimentos de la farándula que pueblan la Sección Espectáculos: leerán invariablemente novio-novia, pareja, y una frecuente referencia a lo que fue y ya no es manifiesta en el empleo del ex, como preposición o prefijo. Curiosamente, ha caído en desuso “concubinato”, la relación marital de un hombre con una mujer sin estar casados. Parece que suena mal, despectivo, incriminatorio. Novio y su femenino, según el diccionario, designa a la persona recién casada, a la que está próxima a casarse y cuya relación conlleva la expectativa del matrimonio. Es verdad que algunas de esas parejas convivientes, al cabo de un período de prueba acaban casándose, en especial cuando sobreviene un embarazo. Suena peor, más impropio, hablar sin más de “pareja”, que es el conjunto de dos personas, animales o cosas que tienen entre sí alguna correlación o semejanza, y especialmente la formada por varón y mujer; el diccionario añade, en una cuarta acepción la relación circunstancial del compañero o la compañera en los bailes. No parece anticuado: en los “boliches” de hoy se forman “parejas”. ¿Puede justificarse esta moda? ¿Acaso ahora se aparejan los humanos como los bichos, como se rejuntan objetos en un estante? No, la naturaleza de la persona no lo consiente; lo que ha ocurrido es que la voluntad de amor, libre y duradera, así como la rica y bella humanidad del eros –de la que tan bien dijeron los antiguos- queda reducida al impulso soberano del placer sexual. No lo afirmo yo, sino el escritor Juan Luis Becerra, que reduce el sexo a “un instinto bestial impulsado por la fuerza de la naturaleza”; según este pornógrafo, que halla espacio en un diario importante, “la literatura que lo representa debe hacer honor a esa bestialidad”. Cosa de bestias, entonces, la pareja y la brutalidad de lo que en ella importa. ¡Cómo se puede escribir impunemente semejante disparate si los hechos no lo justificaran de algún modo!

Vayamos a la palabra y a la definición del matrimonio. La Academia de la Lengua (Diccionario, edición 1992, que es la que tengo) lo define como “la unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales”. La acepción siguiente designa el sacramento católico, y aquí se añade el carácter perpetuo de tal ligazón, es decir, la indisolubilidad. El Concilio Vaticano II enseñó que por su misma naturaleza la institución del matrimonio y el amor conyugal se ordenan a la procreación y a la educación de los hijos; ellos no son un accidente, sino la culminación y corona del encuentro entre el varón y la mujer (cf. Gaudium et spes, 48). He aquí expresado un para qué fundamental. Conviene recordar de paso que matrimonio viene de madre; este dato etimológico descubre la orfandad de tantos niños engendrados por novios y parejas: la provisoriedad no ayuda a la buena crianza y a la educación.

Los adolescentes acceden prematuramente a la relación sexual y practican el `petting` bien subido a la vista de todo el mundo y hasta en la puerta de nuestras iglesias (lo veo aquí, en la Catedral). El mismísimo Aristóteles nos reprocharía no llamar a las cosas por su nombre

El Santo Padre Francisco ha dicho el 22 de enero pasado que “la familia, fundada sobre el matrimonio indisoluble, unitivo y procreativo, pertenece al “sueño de Dios y de su Iglesia para la salvación de la humanidad”. El diccionario sigue hablando del matrimonio secundum naturam, entre varón y mujer. Nuestras leyes han cambiado esta disposición; ¿se atreverá nuestro INADI a decomisar por discriminatorio el venerable texto de la Academia Española? No he tenido tiempo de consultar una edición más reciente, si la hay, por si ha llegado hasta allí el cambio de costumbres, en lo cual los españoles no nos van en zaga.

SEXUALIDAD LIQUIDA

Me permito, a propósito de costumbres, un frívolo desliz: un ídolo de multitudes, Ricky Martin, se ha referido recientemente a los varios novios con los que ha convivido; pero añadió que no le disgustaría probar cómo es una relación heterosexual. Me apropio parcialmente de un concepto de Zygmunt Bauman y defino situaciones semejantes como “sexualidad líquida”.

Exponer las razones de la preterición del matrimonio exige un estudio amplio y profundo de la evolución de las costumbres que excede lo propio de una nota periodística. Pero algo tengo que decir. La educación sigue siendo un factor principal: lo que se inculca y aprende en la familia tanto como lo que ella descuida u omite; las programaciones escolares cuya autoría o vigilancia se arroga el Estado; la incuria o los errores que pueden afectar en estos temas al subsistema educativo eclesial; el libre y universal acceso de niños y adolescentes a cuanto se muestra y dice en el mundo informático sobre aquellas realidades esenciales. Cunde el influjo de modas y manías que, ante cualquier objeción, se justifican con una sonrisa complaciente: “ahora es así, ahora se hace así”. Si a muchas familias bien ordenadas y que se empeñan en la formación de sus hijos según el orden natural y la fe cristiana les resulta prácticamente imposible evitar que algo les salga mal, ¿qué puede ocurrir en tantísimas familias desastradas, provisorias, a las que no correspondería aplicar en su pleno sentido aquel nombre sagrado?

UNA LEY Y EL “DERECHO AL PLACER SEXUAL”

Casi finalizando el período anterior, el de la “década ganada”, la Legislatura de la provincia de Buenos Aires sancionó, sin consultas ni debates, una Ley de Educación Sexual Integral –la N° 14.744- innecesaria, porque ya existían disposiciones y programas sobre la materia, inicua por inmoral y contraria a la libertad de conciencia, inconstitucional por oponerse al artículo 199 de la Constitución Provincial. Esta genial ocurrencia de los legisladores se pretende imponer a todos los niveles del sistema educativo. Cito dos “lindezas”: la autoridad de aplicación deberá reconocer a los escolares bonaerenses el cumplimiento de doce derechos sexuales, entre ellos el “derecho al placer sexual” (no se habrán olvidado de alguno?); además se deberá ayudarlos a formar su sexualidad “según su libre elección”. Imagino la perplejidad de cualquier maestra jardinera de salita de tres.

Vayamos ahora, para concluir, a lo que la Iglesia podría hacer, a su acción pastoral en esta área. Cuando era yo joven sacerdote oía decir que la Iglesia preconciliar estaba obsesionada, en su predicación y su enseñanza, con el sexto y noveno mandamientos. Hurgando en un manual clásico de Teología Moral, el de los jesuitas Genicot – Salmans, editado en Buenos Aires y con el que estudiaron varias generaciones sacerdotales, no me parece en absoluto que exageraran en aquellas materias. Algún cura obsesionado pudo haber. Ahora, en la predicación ordinaria no suele hablarse de la malicia moral de la fornicación y el adulterio; me parece que reina una suerte de resignación acerca de estas crónicas debilidades humanas.

LAS COSAS POR SU NOMBRE

Hablamos en abundancia sobre las injusticias que los poderosos imponen a los pobres. De esto tenemos que tratar, claro está, y con urgencia, pero sin olvidar aquello. Los adolescentes acceden prematuramente a la relación sexual y practican el `petting` bien subido a la vista de todo el mundo y hasta en la puerta de nuestras iglesias (lo veo aquí, en la Catedral). El mismísimo Aristóteles nos reprocharía no llamar a las cosas por su nombre y el descuido en inculcar a los jóvenes la enkráteia, la continencia, virtud clave en la formación integral de la personalidad. Existen el bien y el mal, el pecado y la gracia, la culpa y el misericordioso perdón de Dios, el cielo y el infierno. Los apóstoles fueron enviados por Jesús para hacer que todos los pueblos sean discípulos suyos, para bautizarlos y enseñarles a cumplir todo lo que él nos ha mandado. El cristianismo es un modo de vida que se asume con plena libertad, es una vocación a la santidad, que incluye a los unidos por el sacramento del matrimonio.

Una perla final: En un prestigioso colegio católico de nuestra ciudad, los alumnos del último curso del secundario –la mayoría de los cuales, si no todos, se formaron en la institución desde el jardín de infantes- le discutían al profesor que les explicaba la inmoralidad de la unión legal de personas del mismo sexo y salvo uno o dos se manifestaron a favor de esa aberración jurídica. ¡Estamos fritos! Me avergüenza, pero no me escandaliza. Estoy seguro, contento y agradecido de la Verdad. Por ella seguiré trabajando.

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