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Información General |la experiencia de una ama de casa de cañuelas

Vivir en una reposera en el pasillo del hospital: crónica de dolor y sacrificio

Norma Nievas lleva más de un mes en una sala de espera del Hospital Rossi, donde está internado su esposo

2 de Junio de 2016 | 02:52

Largos. Muy largos. Así describe sus días Norma Nievas (52), una ama de casa de Cañuelas que desde hace más de un mes vive en una sala de espera del sexto piso del Hospital Rossi, adonde se instaló con una reposera, un bolso con ropa. algunos pocos enseres y la estatua del Gauchito Gil. Norma quiere estar en estos días lo más cerca posible de Carlos Pezzi (56), su compañero desde hace 30 años, que está internado en la Unidad de Terapia Intermedia de ese centro asistencial, adonde llegó derivado después de sufrir un accidente de tránsito el último 23 de abril, en el kilómetro 66 de la ruta 205.

Desde ese día la vida de toda la familia dió un vuelco. Menos atada por los horarios que sus cuatro hijos, fue ella la que se instaló en La Plata, una ciudad a sus ojos extraña, de la que sólo conoce el hospital y sus inmediaciones (“porque alguna vez tuve que ir hasta la farmacia de la esquina”, sostiene) y a la que le tiene un poco de miedo. “No conozco a nadie, no sé adónde ir, no entiendo las diagonales. Si salgo, me pierdo”, dice.

“Cada día me dan el almuerzo y la cena en la cocina del hospital como si fuera un paciente más y hasta me dieron autorización para bañarme en unos baños de abajo”

La situación que atraviesa Norma es considerada frecuente por fuentes médicas, en una ciudad donde muchos hospitales son centro de referencia a nivel provincial y reciben pacientes de distintos puntos del interior bonaerense, en algunos casos, para internaciones prolongadas.

“Hay hospitales que tienen dormicentros, pero su capacidad es limitada. En nuestro caso tenemos dieciocho plazas, pero a veces no alcanzan y entonces hay gente que se queda en los pasillos y allí pasa los días”, dice Alberto Urban, director del Policlínico San Martín.

Para Norma, el Hospital Rossi se convirtió en su nueva casa y no sólo porque allí pasa sus horas. También por el apoyo y la contención que le brindan médicos, enfermeros, la gente de seguridad y el personal en general.

“Cada día me dan el almuerzo y la cena en la cocina del hospital como si fuera un paciente más y hasta me dieron autorización para bañarme en unos baños de abajo. Igual yo compré una palangana y un balde y me aseo en los mismos baños del sexto piso, porque de noche me parece inseguro bajar”, sostiene.

Después, el desafío es acostumbrarse a la reposera y esperar a un sueño siempre liviano y esquivo.

“Por momentos me siento como caminando en el aire, pensando siempre en la evolución de mi marido, porque si bien mejora y ya lo pasaron de la terapia intensiva a la intermedia, lo cierto es que no se sabe qué puede ocurrir, ni con qué secuelas va a quedar. La única certeza es que vamos a necesitar una sillla de ruedas. Tampoco sé cuánto tiempo más nos vamos a tener que quedar acá”, dice.

Detrás del lugar donde Norma se instaló aparece un cartel en el que se ofrece el alquiler de habitaciones cerca del hospital. Ella descarta esa posibilidad, tanto como la de ir a un hotel.

“No lo hago porque no podría pagarlo. Pero aún si pudiera, yo necesito estar cerca de mi marido. Si me alejara unas cuadras sentiría que estoy en falta, porque en un momento así mi obligación es estar acá”, opina, mientras ordena los elementos que conforman el improvisado campamento donde ya suma más de un mes de permanencia.

Para atenuar el peso de las horas y la incertidumbre que pende sobre cada una de ellas, Norma busca mantenerse ocupada, hace cosas. Habla con todos. Con el personal del hospital. Con una familia platense que se instaló cerca, también con sus reposeras, pero que a diferencia de ella, al ser muchos y vivir cerca pueden rotar.

También hace artesanías. Transforma botellas y cajas que consigue en azucareras, centros de mesa o portalápices, mientras imagina el momento del regreso a la normalidad: a su casita a la vera de la ruta 205, en Cañuelas, que tanto extraña, al contacto cotidiano con sus hijos.

Eso es lo que le pide una y otra vez a su Gauchito Gil, que aparece estampado en la remera que lleva puesta y en una estatuilla que le trajo su hijo de 15 años en una de sus visitas.

“Es todo tan doloroso, hemos sufrido tanto, que sólo le pido una cosa: que podamos volver a casa”, concluye.

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