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La primera novela de Claudia Solans, “La visitante”, ubica las acciones en Tucumán. Las ruinas de comunidades primitivas, los cerros y la naturaleza de los hombres que habitan el valle le deparan a la protagonista mucho más de lo que fue a buscar
Por MARCOS NÚÑEZ
Por estos días, quizá, las librerías deberían incluir entre sus clásicas secciones una que lleve por título “literatura masculina”. Y es que en el panorama de la narrativa actual, al menos en lo que respecta a las letras argentinas, la presencia femenina es cada vez más notoria. Hacer listas es incurrir en olvidos u omisiones, y no es el objetivo de esta reseña. Sin embargo, esta realidad es insoslayable: como nunca antes se da una situación de equidad en las estanterías.
La novela de Claudia Solans, “La visitante”, editada recientemente por el sello Adriana Hidalgo, se inscribe en este marco. Con esta obra, la autora nacida en Buenos Aires pero tucumana por adopción, hace su irrupción en la novela, puesto que hasta el momento había publicado libros de cuentos que, por cierto, merecieron el reconocimiento del Fondo Nacional de las Artes y de la Casa de las Américas.
Solans narra con un lenguaje austero los días de Fátima Morán en Tucumán, “ciudad antigua y sin color”, según se encarga de subrayar la protagonista; ingeniera y especialista en clonación, viaja sin mucha convicción para trabajar y terminar su tesis por recomendación de su tutor; en principio planea pasar seis meses en la provincia del norte. Morán, embarcada en esta “travesía sin paisaje y sin tiempo”, donde “los días se enlazan unos con otros, mansos, serenos”, descubrirá un universo que poco a poco depone su hostilidad inicial. Nada ni nadie la espera en Buenos Aires –confiesa que casi no tiene familia–-, tampoco parece extrañar algo en particular, y sin embargo la intranquilidad de las primeras páginas tardará en abandonarla.
La visitante (¿a quién más que a ella podría aludir el título?) va mutando la mirada a medida que transcurre su estadía; aquello que aparecía como una naturaleza indómita va adquiriendo características familiares. Con el discurrir de la historia Fátima Morán se apropia de Tafí del Valle, de sus personajes y paisajes, de la comunidad y sus historias, como la de los indios Quilmes y sus ruinas.
Una de las mayores virtudes de Solans es que por momentos borra a la narradora de la historia, le entrega las llaves de la novela al diálogo: imágenes, escenas, sensibilidades se presentan ante el lector de manera pura, sin intermediarios. El diálogo muestra a los personajes por entero, sin el tamiz del narrador. Así conocemos, por ejemplo, a una entrañable Carola, una adolescente que padece un leve retraso mental, que habla de manera experta tanto del adiestramiento de insectos como de pronósticos meteorológicos basados en olores; y también a Malvina, una mulata de rasgos inexpresivos cuya “costumbre de andar murmurando en quechua por la casa como si escupiera semillas no es mal humor sino su modo de reflexionar”.
A lo largo de la historia en Fátima va creciendo un inusitado interés en uno de los cerros, el Muñoz, palabra prohibida para los lugareños, un lugar que esconde secretos y despide un tufo de muerte. La resistencia a que lo visite provoca en Fátima un magnetismo aún mayor hacia ese “cerro bravucón”.
Fátima Morán, la visitante, ¿dejará alguna vez de ser visitante? Por más que se haya instalado y siga viviendo allí dos años después de haber pisado el valle por primera vez parece que no. Lo que aquí cabe preguntarse es si no son todos visitantes en ese lugar. Por más arraigo que haya en los personajes, una historia y lengua común, hasta la última página de la novela reverberan las palabras de Serafín, el ingeniero a cargo en Tafí del Valle: “Estoy cansado de escuchar utopías restauradoras de una realidad que ya no existe (...). No nos olvidemos que capas y capas de sucesivas colonizaciones nos han ido blanqueando la piel y afinando la nariz. Negarlo es en realidad negar lo que somos”.
Autor: Claudia Solans
Editorial: Ah - Adriana Hidalgo Editora
Páginas: 208
Precio: $340
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Solans narra con un lenguaje austero los días de Fátima Morán en Tucumán / Facebook
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