Doble crimen en Punta Lara: el sospechoso, un electricista que “chapeaba” como militar

“Buen dia! Mi gente bella, que tengan un lindo finde, con la bendicion de Dios.....yo dsd ya; tengo proyectado mi finde....asi que!! a despejarnos un poquito..... (SIC)”

Esto fue lo último que Maruja Chacón Pérez (50) escribió en su muro de Facebook a las 9.37 de la mañana del 28 de enero, como lo hacía todos los días -un poco más temprano, un poco más tarde-, siempre con el mismo arranque, a modo de saludo para todos sus contactos. Ese sábado salió de su casa de Ensenada junto con su hija Shirley Cielo Barrientos (15), para ir “a comer con un amigo a Punta Lara”, según le comentó a alguien con el que se cruzó de casualidad. Era mediodía, hacía calor. Y era la última vez que las verían con vida, aunque nadie lo supiera.

Como enfermera, Maruja cubría guardias en hospitales, cuidaba a convalecientes o a jubilados que no tuvieran a nadie más; “no trabaja más horas al día porque el día no las tiene”, ejemplificó una vecina.

Shirley iba a empezar este año el tercero en la escuela 13 de Ensenada. Cuentan que soñaba con convertirse en cantante.

En 2007 habían dejado Perú, donde quedaron los dos hijos mayores de Maruja, para instalarse en Ensenada y arrancar una vida mejor.

¿Cuándo y cómo se cruzaron con el hombre que, para la Justicia, terminó masacrándolas? Los investigadores ubican el cuándo aproximadamente en noviembre. Para el cómo no tienen respuesta, al menos por ahora.

Ese hombre misterioso y oscuro, del que Maruja resaltaba en las redes sus dotes de anfitrión, es Hugo Orlando Hidalgo (42), preso desde el martes por “doble homicidio triplemente calificado (por femicidio, alevosía y ensañamiento)”.

¿Quién es verdaderamente Hidalgo? Antes de empezar a describirlo no está de más aclarar que las víctimas no lo conocían con ese nombre, sino como Hugo Marcos Amiel, identidad que usaba en Facebook.

“Mi madre percibía almas en pena y él dijo ‘acá hay mucha gente muerta’”

“Se presentó como una mansa paloma, que las iba a apoyar en todo, que la iba a ayudar, la endulzó, la invitaba a hacer picadas, a hacer asados”, aseguró Kimberly, hija de Maruja, antes de recordar lo que le contó su madre tras ir a la propiedad de Hidalgo. Al parecer le dijo al hombre que percibía allí “almas en pena”, a lo que él respondió: “Sí, acá hay mucha gente muerta”.

La casa era la de Almirante Brown 319, donde en la madrugada del 7 de febrero fueron encontrados enterrados los cuerpos de Chacón Pérez y de su hija.

Hidalgo tiene una conexión fuerte con Punta Lara, donde viven su madre, un hermano y un hijo que tuvo con una ex pareja. Pero a la casa devenida en escenario del espanto se la había alquilado cuatro meses antes a un compañero de la empresa Media Caña, donde trabajaba.

Porque Hidalgo, alias “Ninja”, era electricista, a pesar de que ante Maruja, Shirley y unas cuantes personas que lo conocían como Amiel refería haber sido “comando de la Marina”, confió un investigador.

“Nunca fue militar y las ropas camufladas con las que aparece en su muro pudo haberlas comprado en cualquier negocio”, agregó la misma fuente, que no dudó en calificar a Hidalgo de “mitómano”.

¿Es mitómano, perverso o usaba una fachada para cometer un delito?

“Haremos un peritaje psiquiátrico para determinar su perfil”, anticipó a este diario el fiscal Marcelo Romero, quien al indagar al imputado se sorprendió con su “inmutabilidad. Parecía que le estuviera leyendo una multa de tránsito”, recordó.

No era la primera vez que Hidalgo estaba ante un fiscal acusado de un delito. En 2014 lo detuvieron en Paraguay por “proxenetismo”, después de que reconoció que “ayudaba” a que su esposa se prostituyera (él mismo entregaba las tarjetas a eventuales clientes), porque la economía doméstica no iba como esperaban. ¿Quiso hacer lo mismo con las víctimas, ellas se negaron y él se vengó?

Los investigadores saben que el “Ninja” tuvo “varias relaciones con prostitutas” y vinculaciones “con gente de ese ambiente”, aunque no tienen evidencia de que se haya “ganado la vida de ese modo” (más allá de lo de Paraguay), ni que integrara una red de trata de personas.

Maruja le contaba a quien la escuchara que ese nuevo amigo le había ofrecido un trabajo como barrendera, y Kimberley está convencida de que aquel interés en común era lo único que unía a su madre con el hombre robusto que usaba peluquín, bandana, gorra o cualquier otra cosa que ocultara su calvicie.

Se sabe que el 28 de enero Maruja y Shirley salieron decididas a pasar un lindo día en Punta Lara. Y que entre esa noche y la madrugada del domingo las asesinaron con alevosía. A la mujer le dieron más de 13 puñaladas; una en la nuca, que le cortó la médula y la mató en segundos. A la chica la desmayaron de un golpe en la cabeza, la envolvieron en bolsas de nailon y la enterraron en la misma fosa que a su madre, debajo de la parrilla de la casa de la Almirante Brown.

Pasaron 6 días antes de que alguien radicara la denuncia por averiguación de paradero y tres más para que se descubrieran los cuerpos y se ordenara la captura del acusado.

Hidalgo usó ese tiempo para renunciar a su trabajo, sacar plata y pedir refugio

El Día de San Valentín, un grupo de gendarmes se apostó en las inmediaciones de una casa situada en la zona rural de la localidad misionera de Eldorado, con el dato de que allí podía estar el prófugo de un femicidio doble en la provincia de Buenos Aires. Esperaron. Hasta que a las 2 de la tarde vieron salir de a un hombre robusto, con gorra y una camisa de mangas largas que desafiaban los 40 grados de sensación térmica.

Lo pararon. Y al levantarle la manga derecha asomó el tatuaje tribal que el “Ninja” gustaba de mostrar en cualquier foto.

¿Cómo había llegado hasta esa localidad? Aparentemente en un micro que salió desde Retiro, después de que una mujer que había conocido por Facebook accedió a prestarle esa casa tan convenientemente cercana a la frontera con Paraguay. Si quería pasar a ese país, no lo logró, como se frustró su intención de usar un pasaporte brasileño que le secuestraron los gendarmes que lo requisaron en Eldorado.

Después, lo que sabe. Custodiado por esos uniformes camuflados que se jactaba de usar, Hidalgo subió con las manos esposadas y la cabeza gacha al avión que lo trajo a su destino final en La Plata: la cárcel.