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Opinión |CLAVES PARA ENTENDER

Cómo regular la cadena de intermediación

Por MARTIN TETAZ (*)

Cómo regular la cadena de intermediación
7 de Mayo de 2017 | 04:11
Edición impresa

Twitter: @martintetaz

El 18 de julio del 2011, Hugo Chávez , por entonces Presidente de Venezuela, firmaba el Decreto 8.331 conocido como “Ley de Costos y Precios Justos”, que en sus considerandos sostenía que “los abusos flagrantes del poder monopólico en muchos sectores de la economía han originado que la base de acumulación de capital se materialice en los elevados márgenes de ganancia que implica el alza constante de precios sin ninguna razón más que la explotación directa e indirecta del pueblo”.

Tres años y dos meses después, el Congreso de la Nación aprobaba en Argentina una actualización de la Ley de Abastecimiento que había sido oportunamente sancionada en junio de 1974. La norma prevé multas, clausuras e inhabilitaciones a quien, por ejemplo, “Elevaren artificial o injustificadamente los precios en forma que no responda proporcionalmente a los aumentos de los costos, u obtuvieren ganancias abusivas”, facultando al ejecutivo a “establecer, para cualquier etapa del proceso económico, márgenes de utilidad, precios de referencia, niveles máximos y mínimos de precios, o todas o algunas de estas medidas”.

La fantasía de que puede controlarse la tasa de ganancia o directamente fijar los precios de las distintas etapas de producción, transporte y comercialización de distintos productos permea con facilidad en la mente de la clase política y se potencia con el desconocimiento de las reglas de funcionamiento de los mercados.

¿COMO FUNCIONAN LOS MERCADOS?

Empezando por la tasa de ganancia, el problema es que la misma opera como incentivo para las inversiones, porque los capitales van justamente hacia aquellos lugares donde se gana más. Así funciona, de hecho, el mecanismo de precios. Cuando un bien resulta escaso, porque sube la demanda o porque es insuficiente la oferta, pues tiende a escalar su cotización indicándole a los consumidores que es conveniente ahorrar, gastando menos en ese producto y a los fabricantes que deben elaborar más unidades, para resolver el problema de escasez. Si se bloquea esa suba, se rompe el mecanismo asignativo de los precios, porque se desalienta la producción y se incentiva la sobre demanda.

Pero además de que no es conveniente regular la tasa de ganancia, también es muy difícil medirla y determinar si es o no “abusiva”. ¿Qué ganancia se tomaría? ¿la de la venta de una sola unidad, versus su costo de fabricación? ¿la ganancia de todo un mes? ¿la de un año? ¿o la de periodos más extensos? Porque por ejemplo la producción agropecuaria puede resultar muy superavitaria en una campaña y generar pérdidas en la siguiente y lo mismo ha ocurrido recientemente en el sector lácteo, por ejemplo, dado que los años de mala producción de materia prima tienen dificultades de costos para fabricar los productos que de ella se derivan. Entonces lo que mirando un horizonte de un año parece “ganancia abusiva”, considerando una ventana más amplia puede convertirse incluso en quebranto.

“Hace poco un alumno en clase afirmó que era un gran negocio poner una estación de servicio. “Le pregunté por qué creía, entonces, que cada vez había menos surtidores. Si fuera una mina de oro, ¿no debiéramos estar viendo hordas de empresarios inaugurando nuevas bocas de expendio?”

Más difícil aún es el caso de las empresas multi producto como Arcor o Unilever. ¿cómo saber cuánta es la ganancia que se obtiene de un alfajor y cuánta a partir de la venta de un chocolate, cuando en muchos casos comparten la estructura de costos y en otros no?

Que sea difícil, de todos modos, no quiere decir que sea imposible. Con una estructura lo suficientemente grande y profesional, el Estado podría estimar costos y tasas de ganancia de cada uno de los productos que se venden en la economía.

LA INICIATIVA PARTICULAR REGULA EL MERCADO

Pero lo interesante es que el sector privado también puede hacerlo, de manera descentralizada y mucho más eficiente, porque en la medida que una ganancia es observable por todos, siempre habrá interesados en compartir ese beneficio. Si usted es de los que piensan, por ejemplo, que el gran responsable de los altos precios es el transportista que trae la fruta de Río Negro o las papas de Balcarce, pues puede invertir en un camión y dedicarse a esa actividad tan lucrativa. Si en cambio conjeturamos que son los grandes supermercados los que se llevan la mayor tajada ¿cómo es que no hay más multinacionales desarrollando emprendimientos y abriendo nuevos locales? ¿acaso no hay tampoco empresarios locales grandes, tentados con esas máquinas de hacer dinero que son los hipermercados?

Hace poco un alumno en clase afirmó que era un gran negocio poner una estación de servicio. Le pregunté por qué creía entonces, que cada vez había menos surtidores. Si fuera una mina de oro ¿no debiéramos estar viendo hordas de empresarios inaugurando nuevas bocas de expendio?

La verdad es que, si existen bolsones de rentas, es porque hay trabas para la participación de más competidores y lo mejor que se puede hacer es contribuir a eliminarlas.

Alternativamente se puede optar por armar empresas testigo que, bajo el control del Estado, intenten replicar la actividad de un gran supermercado, por ejemplo. De este modo el Ejecutivo puede conseguir excelente información sobre las estructuras de costos y márgenes de rentabilidad.

Lo más probable es que un experimento de ese tipo revele que en cualquier actividad de nuestro país hay por lo general márgenes más altos que los que existen en los mismos rubros, en países vecinos.

Si no hay entonces una lluvia de inversiones es porque esas tasas de ganancia son muy riesgosas, habida cuenta de la inestabilidad política y económica, que cada tanto se manifiesta en la imposición de cepos, corralitos y expropiaciones por el estilo.

Pensemos que cuando abonamos algo, estamos pagando el precio de producir ese bien, pero también soportamos el costo de tener un Estado fofo, de no haber desarrollado mercados financieros profundos y de nuestro recurrente apetito por romper las reglas.

 

(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de "Casual Mente" y "Psychonomics"

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