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La Ciudad |Un mundo desconocido

Los depósitos ocultos del Museo

La mayoría de nosotros alguna vez visitó un museo. Lo que no imaginamos, es que los objetos expuestos son solo un pequeño porcentaje comparado con lo que está guardado, lejos de los ojos del público. ¿Qué hay detrás de las puertas y los subsuelos del Museo de Ciencias Naturales?

Los depósitos ocultos del Museo

La Doctora Igareta coordina el Depósito 25 de arqueología desde 2008. - Leandro Gianello

Por Leandro Gianello

16 de Septiembre de 2017 | 03:37
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¿Sabe usted que un gran porcentaje de lo que se muestra en un museo está oculto al visitante común? Lo que puede verse es sólo la punta del ovillo, porque el resto de las piezas se encuentran guardadas tras bambalinas, como material de estudio científico o académico.

Sucede esto por distintas causas: la fragilidad de los elementos –que estén incompletos o rotos- que las piezas no tengan una estética destacable, un valor científico suficiente, o no sean importantes en el contexto de una exhibición. Sin embargo, el justificativo universal es la falta de espacio físico.

Y ocurre en casi todas las áreas del Museo. Pinacotecas enteras, colecciones inmensas de estatuas, muestras infinitas de rocas y catálogos completos de animales y vegetales, permanecen almacenados en depósitos ocultos a los ojos del observador circunstancial y del curioso eventual.

El Museo de La Plata no es la excepción, sino paradigma de una característica más usual de lo que se supone en los grandes museos, en este caso, del área de las Ciencias Naturales. Su génesis acompañó al criterio cientificista y acumulador de fines de siglo XIX, hoy en día no tan determinante a la hora de crear un espacio de resguardo para el patrimonio.

La joya neoclásica en el bosque platense –un templo pagano consagrado por el positivismo de la generación del 80- conserva tres millones y medio de objetos repartidos entre distintas divisiones científicas, y sólo un porcentaje está a la vista de la gente. Además de ser un museo, es un centro de investigación de referencia mundial para las ciencias naturales.

Un subsuelo de tesoros

Bajo los pisos centenarios de las salas hay otro mundo. Apenas puede intuirse al ver las claraboyas de vidrio grueso que dejan a la luz colarse sin pedir permiso, y detectar el movimiento furtivo, casi fantasmal, de la actividad en los depósitos del subsuelo.

En el inframundo de las vitrinas, Ana Igareta (42), arqueóloga, ordena algunos adornos cerámicos en los estantes altos y estrechos y da indicaciones a un grupo de becarios que miran vasijas y otras piezas de barro. “¿Lo ves?” –dice, mostrando una especie de cuenco y una botella de terracota ennegrecida- “Estas cosas no fueron hechas por los pueblos del noroeste argentino, son de la época de la colonia. Las fabricó alguien que no tenía mucha técnica”, agrega Ana.

Trabajar en un depósito permite la comparación que hace la especialista entre piezas que probablemente nunca serían seleccionadas para colocar en los escaparates “de arriba”. Las colecciones de arqueología del Museo son espacios reservados al estudio y la conservación, y el Depósito 25 “es el único que fue creado desde un principio como tal”, destaca Igareta, quien se encarga de ese lugar desde 2008.

Cuando se inauguró el Museo de La Plata, en 1884, “todos los depósitos estaban en el subsuelo con el objeto de alejar de la luz a las piezas. Éste en particular estuvo cerrado mucho tiempo y las cosas se guardaban en cajas de madera o cartón, se deterioraba todo lo que había adentro. Algunas estaban envueltas en diarios con noticias sobre el asesinato de Kennedy y bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Hicimos un cambio gradual y reemplazamos todo por metal y plástico, ahora las condiciones son ideales, sin humedad y con baja temperatura para controlar agentes biológicos”, un enemigo tenaz y silencioso.

“63.495” –asegura con precisión matemática la especialista- son las piezas “enteras y revisadas” en el Depósito 25 hasta el momento, uno de los tres lugares que tiene la División de Arqueología en permanente actualización de sus catálogos, una tarea monumental que no solo implica el registro de material cerámico y piedra, sino también de “textiles, herramientas metálicas y huesos de animales”.

“Acá tenemos desde partes de flecha de 1 centímetro hasta una urna para decantar vino. Guardamos y conservamos 10 mil años de historia arqueológica argentina y de países limítrofes, de la India, Egipto, Francia, Bélgica, Grecia e Italia”, y, aunque la mayoría de los que vienen son investigadores, también hay grupos reducidos de visitantes, lo que lo convierte en uno de los pocos “depósitos visitables” del Museo, destaca Igareta.

Allí, urnas, cuencos, vasijas, vasos y pequeñas esculturas conviven, entre anaqueles, gabinetes y mesas de trabajo, con un elemento curioso que interrumpe medio pasillo sobre una de las paredes laterales del lugar: la “piedra” fundamental del edificio hoy despojada de su placa de bronce. “No es una piedra, es un murete de ladrillos, pero cumple la misma función”, explica la arqueóloga.

Entre fosiles y esqueletos

A veces la tierra reclama lo que es suyo. O al menos eso es lo que parece en algunos depósitos de paleontología en los que inevitablemente el polvo de las décadas vuelve, como una especie de historia cíclica, a cubrir los cráneos y costillas fosilizadas de los gigantes que erraban las pampas ancestrales hace millones de años.

“Soy un bicho del depósito”, dice con orgullo Marcelo Reguero (63), encargado de custodiar desde hace más de 30 años los valiosos huesos que el tiempo y la fuerza de los elementos que transmutaron en piedra.

“Tenemos más de 120 mil piezas de vertebrados fósiles sumando todas las colecciones” explica, -mientras de fondo truenan los pasos cortos y energéticos de un grupo escolar de visita, justo en la sala que está arriba-, y continúa; “hay dinosaurios que formaban parte de las primeras exhibiciones recolectados por naturalistas excepcionales, como Ameghino y Moreno”. Ahora duermen en las gateras, esperando el momento de ver la luz.

Pero el aparente exilio aislado en los depósitos paleontológicos es un mito. “Vienen estudiosos de todo el país y mundo a revisar los casi 700 ejemplares tipo (piezas en las que se basan los científicos para denominar especies y describirlas) y otros fósiles que tenemos guardados”, destaca el experto, y “algunos hasta se quedaron a dormir entre cajas y esqueletos”, confiesa.

Las colecciones generales de la División de Paleontología de Vertebrados están compuestas por un 70 por ciento de mamíferos terrestres y marinos, otro 12 por ciento corresponde a reptiles, incluyendo dinosaurios; 10 por ciento de peces, 7 a aves y 1 por ciento de anfibios. Además “hay muchas cosas raras como dientes de ornitorrinco, los únicos fuera de Oceanía, al igual que los marsupiales antárticos. La nuestra es la colección más importante de fósiles antárticos del mundo”, asegura Reguero.

Gemas naturales

Jorge Salas (51) y Daniel López (39) son técnicos especializados y se encargan de curar uno de los depósitos con más ejemplares en del Museo; el de la División de Entomología. A diferencia del resto, la colección de 2 millones de insectos se encuentra en un piso alto, casi perdida entre un laberinto de puertas misteriosas.

Jorge abre un cajón del gabinete que está en medio del depósito con decenas de mariposas casi idénticas ante los ojos poco expertos; “estos son lepidópteros” –dice-, “Cuando mueren se le pliegan las alas y hay que despegarlas poniéndolas en una cámara húmeda (frasco de vidrio con una malla en el medio al que se le agrega en el fondo una mezcla de agua y vinagre) algunos días, es un laburo fino y muy delicado”.

La colección entomológica del Museo es una de las dos más importantes del país –la otra está en Tucumán-, y al igual que la de La Plata, está reservada a investigadores por su delicadeza y valor científico

Trabajar en un depósito permite la comparación que hace la especialista entre piezas que probablemente nunca serían seleccionadas para colocar en los escaparates “de arriba”. Las colecciones de arqueología del Museo son espacios reservados al estudio y la conservación, y el Depósito 25 “es el único que fue creado desde un principio como tal”, destaca Igareta

“La corriente de aire más suave puede romper las partes de los especímenes, hay que tener cuidado cuando los manipulás. Todos los ejemplares pasan por la cámara húmeda y cuanto más grande es el ‘bicho’, más tarda en ablandarse”, indica Salas. Antes se los conservaba con naftalina, pero debido a su toxicidad se dejó de hacerlo.

Daniel mira atento una “caja entomológica”, hace apenas un año que trabaja ahí, Jorge, 14, durante los cuales tuvo experiencias y aprendió técnicas que relata con precisión. “La mayoría de los insectos se conservan secos, montados en alfileres especiales y etiquetados. Se ponen en cajas herméticas y luego van adentro de los gabinetes en una sala con temperatura controlada que varía entre los 22 y 25 grados, con un 50 por ciento de humedad”.

Los datos duros explican la dimensión de este depósito: hay 250 mil especies de coleópteros (escarabajos, gorgojos y vaquitas de San Antonio), 80 mil de himenópteros (avispas, abejas y hormigas), 40 mil de dípteros (moscas, mosquitos y jejenes), 30 mil lepidópteros (mariposas y polillas), 26 mil hemípteros (chinches, vinchucas y chicharras) y 15 mil ortópteros (langostas, tucuras, saltamontes y grillos), entre otros.

La colección entomológica del Museo es una de las dos más importantes del país –la otra está en Tucumán-, y al igual que la de La Plata, está reservada a investigadores por su delicadeza y valor científico. “Es un depósito muy particular, abrís un cajón y la diversidad de colores es impresionante. Son pequeños tesoros naturales”, destacan ambos técnicos.

Ocho patas y muchos frascos

A diferencia de los insectos, las arañas y los ciempiés pertenecen a un orden animal totalmente distinto y se conservan en frascos con alcohol al 70 por ciento. “Se guardan así porque de otra forma se romperían y no servirían para los estudios anatómicos”, explica Luis Pereira (64), jefe de la Sección Aracnología y Miriapodología.

Pereira toma en su mano un ejemplar de araña pollito hallado en Misiones en 1932. Es enorme y está en perfectas condiciones, como si en cualquier momento pudiera volver a moverse y caminar por el brazo que la sostiene. “Para conservarlas así hay que ponerlas primero en alcohol puro hasta que los líquidos internos se purguen, luego se reemplaza la solución por otra mezcla nueva y así queda lista para colocar en los anaqueles”.

El depósito de arañas y miriápodos del Museo es pequeño y ordenado, abarrotado de frascos de muchos tamaños. Apenas cuatro o cinco estanterías alcanzan para resguardar las 429 especies de arácnidos y las 757 especies de ciempiés y milpiés provenientes principalmente de América Neotropical.

Esta colección mínima y fascinante está a cargo de Mónica Tassara (60), que también gestiona los ejemplares conservados en el depósito de malacología de la División de Zoología de Invertebrados, un gabinete que ostenta pulpos, almejas, caracoles y otros moluscos distribuidos en 12.728 lotes provenientes de ecosistemas variados de Argentina, Antártida, algunas regiones de Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay.

Un tratamiento responsable para un lugar sensible

El depósito de antropología del Museo es un espacio pulcro y sobrio. Sus medidas reducidas no le quitan solemnidad a este lugar en donde se conservan con criterio exclusivamente científico, algunos restos humanos recolectados por Moreno en 1876 y otros que en algún momento de la historia estuvieron exhibidos a los ojos del visitante. El criterio cambió sustancialmente y ahora prima el respeto y las normas éticas.

“La incorporación de restos para estudios antropológicos tuvo lugar hasta mediados de 1970” explica Mariano Del Papa, curador de la colección desde 2007. “El 99 por ciento de lo que se guarda acá son huesos, y el resto son tejidos blandos”, agrega.

“Hasta el momento hay aproximadamente 2.500 individuos, pero esto no quiere decir que todos son esqueletos completos”, hay otros restos que Del Papa describe como “unidades anatómicas” que completan la colección, que desde 2006 avanza con un proyecto de actualización, conservación preventiva, inventariado y administración.

“Guardamos restos humanos provenientes de América y también de Europa y África. La colección es fundamental” para el estudio científico, aclara el antropólogo, algunos de los cuales se realizan con técnicas de análisis de ADN y datación por radiocarbono, esenciales para acompañar los procesos de restitución que el Museo lleva adelante a medida que llegan reclamos de los pueblos originarios.

 

 

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La Doctora Igareta coordina el Depósito 25 de arqueología desde 2008. - Leandro Gianello

Algunos depósitos, como el de paleontología vertebrados, guardan material histórico. - Leandro Gianello

Daniel López observa la colección de entomología que guarda dos millones de especímenes en un ambiente controlado. - Leandro Gianello

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