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La Ciudad |Infectóloga y docente, advierte que es urgente un replanteo educativo para frenar la decadencia

Silvia González Ayala: “Fuimos la última camada que tuvo grandes maestros”

Trabajó durante cuatro décadas en el Hospital de Niños, e impartió clases en la facultad de Medicina desde los ’70 hasta su polémica desvinculación, meses atrás. Además, es una de las voces más autorizadas para hablar de la pandemia. Logros y desafíos de una referente

Silvia González Ayala: “Fuimos la última camada que tuvo grandes maestros”

Con su perro odín, en el patio de la casa de calle 532 / D. Ripoll

Francisco L. Lagomarsino
Francisco L. Lagomarsino

31 de Diciembre de 2022 | 05:40
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A metros de uno de los accesos más transitados al casco fundacional platense, en plena hora pico de diciembre, un breve garage pasante lleva a un patio apacible y sombreado que custodia el enorme y lanudo perro Odín. Milagros del verde que cuida y multiplica en incontables macetas y canteros Silvia González Ayala, la infectóloga y docente para quien la jardinería es una metafórica -y literal- conexión a tierra.

“La higuera me la regaló el abuelo de un paciente; es higo canela, sus brevas son un almíbar” precisa la dueña de casa: “el limonero es de cuatro estaciones, y este año arrancó a dar frutos en todas”. Hay tres cipreses, helechos, filodendros. Es un oasis al que la investigadora acude cuando lo permite su apretada agenda.

Silvia Elena nació en San Isidro, pero a temprana edad mostró indicios de padecer problemas respiratorios. Los pediatras aconsejaron a sus padres, el ama de casa María Elena y el bancario Pedro Tomás, mudarse a un lugar menos húmedo y contaminado. “Encontraron que esas condiciones se daban al oeste, en Garín, que era un pueblito diminuto, con la estación de trenes, la plaza, escuela y parroquia, en medio del campo. Pero a fines de los 50 eso mutó a una velocidad impresionante con la instalación del polo industrial y las plantas de Ford, Alba, Sylvapen... Se urbanizó y surgieron barrios precarios, pero la entrada desde ruta 9 era aún de tierra”.

“Cuando terminé la primaria, mis padres resolvieron radicarse en Mar del Plata conmigo y mi hermana Estela, dos años menor. Papá, los sábados, domingos y feriados hacía changas, y la casa, un chalet precioso, la pudo comprar porque aún existía la movilidad social ascendente, con un crédito a treinta años del Banco Hipotecario. La prioridad de esos tiempos era trabajar y llegar a la casa propia”.

Durante su paso por la Feliz, González Ayala cursó la secundaria en las aulas del Nacional Mariano Moreno. “Tengo los recuerdos más hermosos, y conservo muchos amigos de esa época, algunos vinimos a La Plata a estudiar”, repasa, y evoca entre otros a “Jorge González, que hizo una carrera espectacular como cirujano y ahora se dedica a la psiquiatría; Ricardo Rosenthal, forense; Silvia Quilla, infectóloga; Horacio Atkinson, contador”.

“En una inmensa mayoría, pertenecíamos a la primera generación de universitarios de nuestras respectivas familias. En los primeros días de enero del ‘67, muchos vinimos a La Plata a estudiar: algunos Agronomía, otros Bellas Artes, otros Ingeniería y yo, Medicina. Pero éramos una banda y nos comportábamos como tal, ese agrupamiento por procedencia que sigue ocurriendo aún hoy y que un poco hacen sentir los nativos platenses, marcando cierta diferencia al ser ya en un buen porcentaje ‘hijos de’ profesionales o dirigentes”.

El primer hogar de Silvia en la Ciudad fue el Colegio Mayor Universitario de Schoenstatt, en 57 entre 14 y 15. “Era una especie de pensión muy controlada y selectiva, con chicas de todo el país; a cargo estaba monseñor Pironio, que daba las misas. Después me fui a una casa de familia que alquilaba habitaciones, en los altos de la gomería y taller Matamoros, en 4 entre 45 y 46; cuando me recibí ya me casé, y nos instalamos en la zona de 7 y 32”.

Del esplendor DE LOS MAESTROS...

“En nuestro paso por la UNLP fuimos de las últimas camadas que tuvimos grandes maestros integrales. Por ejemplo, en el ciclo básico de la carrera, Julián Echavellanos: en segundo año concursé para ayudante alumna de su cátedra de Histología, y ahí arrancó mi carrera en la docencia. Con Echavellanos, además del tema puntual de esa cátedra, aprendí investigación, y cómo escribir científicamente”.

“También estaban el profesor Rodolfo Brenner, en Bioquímica, brillante, y Manuel Litter, autor de un texto ineludible en Farmacología. En el ciclo clínico de la carrera nos asignaban una cátedra de clínica y otra de cirugía, y los últimos tres años seguíamos con el mismo profesor y el mismo grupo de docentes, algo muy positivo y que daba grandes resultados. En ese esquema, mi maestro en Clínica fue Fidel Schaposnik, que por entonces tenía a su cargo la sala segunda del Policlínico; y en Cirugía tuve a David Grinfeld, jefe del hospital Gutiérrez... En Anatomía, el legendario Rómulo Lambre se despidió de la enseñanza con nosotros”.

“Era un ‘dream team’; en cuanto a las especialidades, en Psiquiatría teníamos a Roberto Ciafardo; cuando cursamos Medicina Social e Higiene, lo que hoy sería Salud Pública, era profesor adjunto Floreal Ferrara, que le aportaba una impronta diferente al enfoque clásico. En el postgrado empecé el doctorado y la carrera docente, que hoy sería la especialización en docencia universitaria... y tuve en Ética y Filosofía a José Alberto Mainetti”.

“En la entonces Escuela de Obstetricia, en la que empecé a dar clases en 1981, interinamente... ¡hasta este año!, estaba como director Juan José Grosso Sheridan. Y en mi especialización como infectóloga pediátrica, que era una disciplina naciente a mediados de los ‘70, mi referente fue Emilio Cecchini”.

...al ocaso

“De esa promoción, quienes ingresamos en el ‘67 y terminamos en el ‘72-’73, varios llegamos al cargo de profesores titulares, y no es casual con semejantes docentes para intentar emular. ¿Por qué no se repitió en las generaciones posteriores? Cambiaron la facultad y la universidad, que son una muestra de lo que ocurre en otros planos de la sociedad; entonces, si hay un deterioro socioeconómico, más temprano que tarde repercute en el campo educativo”.

González Ayala sitúa el momento fatídico de cambio de época a inicios y mediados de los ‘90 del siglo pasado. “Un grupo de muy buenos profesores empezó a cansarse de muchas cosas e irse. Mi principio es que las cosas se intentan modificar desde adentro y no criticando desde un lugar más cómodo, y lo sostuve 50 años hasta que ordenaron mi cese, en abril pasado”.

“Todo tiene que ver con la prioridad o no de determinados valores en la sociedad en general y los estamentos educativos en particular; es decir, en la medida en que empezó a decaer el valor del conocimiento, el compromiso, el esfuerzo de superación, el trabajo, cuando empezaron con que los chicos no podían repetir porque era discriminatorio, todo eso está en las antípodas de cómo nos formaron. Que haya presiones para adoptar esos criterios en carreras universitarias tan críticas como Medicina o Licenciatura en Obstetricia, es absolutamente inadmisible desde lo profesional, y desde el sentido común, tan vapuleado”.

ESTAR AHÍ

A los nueve años, la pequeña Silvia ya respondía “médico” ante el clásico “¿qué vas a ser cuándo seas grande?”. Había sido conmovida por hechos muy cercanos. El aislamiento y el tratamiento con inyecciones de una tía con difteria; la muerte de una amiga, en apenas 72 horas, durante la pandemia de poliomielitis de 1956; la pérdida de otra compañera, en 4° grado, por una feroz tuberculosis. “La palidez, la mirada vidriosa y las pestañas largas y rectas, las veo aún hoy” evoca: “son imágenes reiteradas”.

Quizás por eso, es poco propensa a las concesiones como educadora. “A pesar de la alta disponibilidad de material y fuentes que brindan Internet y la conectividad digital, no es lo mismo leer que formarse en el mano a mano con un maestro y estar al lado de los pacientes. No es lo mismo leer que vivir. La diferencia es abismal”.

“Sin desdeñar las posibilidades de las video conferencias y el acceso a datos, se aprende con las personas. Como parte de mi experiencia personal, estuve en Pergamino junto a Julio Maiztegui y Delia Enría, nada menos, en el hospital San José, estudiando el ‘mal de los rastrojos’; en el Rawson de Córdoba, con el profesor Remo Bergoglio y veinte a treinta camas con casos de chagas agudo; y en el Muñiz, con Francisco ‘Paco’ Maglio, jefe de Terapia Intensiva. Esas vivencias agregan un plus a los conocimientos que se adquieren”.

Familia, hijos, amigos

Casada en 1973 con el eminente infectólogo Emilio Cecchini, quien había enviudado y tenía hijos adolescentes, González Ayala dio a luz a Diego, que siguió el camino profesional de sus padres, y hoy trabaja en prestigiosos centros de investigación y salud porteños.

“Siempre la casa estuvo llena de juventud, entre los chicos y sus amigos, entre los que recuerdo a Ataúlfo Pérez Aznar. Incluso tuvieron su etapa rockera, con una banda llamada Poderosos Detritus. Hoy suelen venir mis nietos, y la pasamos bárbaro”.

EXCELENCIA O DECADENCIA

Doctora en Medicina y especialista en Infectología pediátrica, durante el último medio siglo, Silvia González Ayala pasó por todas las instancias de la docencia -de ayudante ad honorem hasta profesora titular por concurso y jefa de cátedra - en la facultad de Ciencias Médicas de la UNLP. También enseñó en la Universidad del Centro y la UCALP. Y condujo el área de enfermedades infecciosas del Hospital de Niños “Sor María Ludovica”, donde permaneció más de 40 años. Toda su carrera se desplegó en la salud pública.

En este sentido, está convencida de que “necesitamos un proyecto de país y políticas educativas de largo plazo, a veinte o treinta años, para empezar a ver el cambio, porque hay una clase de profesionales que se extingue con quienes hoy tenemos ‘hilos de plata’. Nuestros hijos, aunque los hayamos educado en aquel modelo, ya viven el compromiso para con la sociedad con menor intensidad, es un rasgo de los profesionales entre 30 y 45 años”.

Puesta a evaluar el derrotero de su facultad, la de Medicina que se yergue en el Bosque, cree que “con la cantidad de estudiantes y la estructura actual no se puede apuntar a una formación de excelencia. Es necesario un replanteo. Si cada año entran ocho mil aspirantes y se recibe igual número, hay algo que no cierra. No hay casi doctorados, no quieren hacer las residencias -que para nosotros eran un honor-, y vamos hacia una escasez crítica de pediatras, tocoginecólogos, intensivistas. Estamos muy complicados, muy complicados... Entre los especialistas hay envejecimiento, hartazgo del destrato y la violencia. Desde hace al menos dos décadas no se respetan más el guardapolvo blanco del maestro ni del médico. Todos son cuestionamientos. Eso es muy serio y tiene que ver con la pérdida de valores y las falencias educativas. Y la pandemia potenció todo”.

Los desafíos presentes

González Ayala acaba de ser electa presidenta de la Sociedad Argentina de Infectología Pediátrica. Su controvertida y compulsiva salida reciente de la Facultad de Medicina quedó atrás. Sólo comenta que “ya dije lo que tenía para decir, y me conmovió profundamente el respaldo de mis pares. De todos modos, sigo con los postgrados”.

Prefiere analizar lo que viene, “porque hay mucho por hacer. Las vacunas tuvieron un desarrollo brutal y cambiaron la historia; dejamos atrás epidemias de polio, sarampión, difteria, tos convulsa, disentería, meningitis... pero con la caída en la vacunación, estamos ante el resurgimiento de algunas enfermedades, como la invasiva por neumococo, que es primera causa de meningitis bacteriana; la tuberculosis está disparada; la sífilis, descontrolada. Y todo va a ir empeorando si no se aumentan las coberturas vacunales y no mejora la calidad de nutrición de chicos y de grandes. Nunca tuvimos un país con 50 por ciento de pobres y mal nutridos. Si es necesario, hay que buscar y vacunar casa por casa, como se hizo a inicios de los ‘80 con el Programa de Control de Enfermedades Inmunoprevenibles que lideraron la doctora Nora Verzeri y el doctor Jorge Uzal.

post eterna pandemia

Consultada una y mil veces por pacientes, medios de comunicación y vecinos en la etapa más cruenta de la pandemia de coronavirus, cuando era frenética la búsqueda de alguna tabla de salvación o consejo esperanzador, Silvia tuvo involuntariamente su propio audio “fake”, con alguien que se viralizó por WhatsApp invocando su prestigio y difundió recomendaciones disparatadas. “Un horror, gravísimo e hice la denuncia” resume, y aclara que no esta harta de responder lo mismo mil veces.

“Es un servicio. Siempre a todos les dije lo que sabía, y ayudé en lo que pude. Creo que el corona va a evolucionar hacia un virus respiratorio más, que requerirá una vacunación anual, con la debida actualización”.

“ Ante la crisis educativa muchos bajaron los brazos pero mi principio es que las cosas se intentan modificar desde adentro”

“ Es necesario un replanteo; vamos hacia una escasez crítica de pediatras, tocoginecólogos, intensivistas... estamos muy complicados”

“ Tienen que volver a ser relevantes valores como la sed de conocimiento, el compromiso, el esfuerzo de superación, y el trabajo”

 

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Con su perro odín, en el patio de la casa de calle 532 / D. Ripoll

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