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Espectáculos |La cartelera local

Liniers: “generamos mucho humor porque la crisis es un estado constante en este país”

El artista, que vuelve a La Plata con Kevin Johansen el fin de semana, repasa en diálogo con EL DIA sus inicios en la historieta, recuerda a Quino y habla de cómo es hacer arte en Argentina

Liniers: “generamos mucho humor porque la crisis es un estado constante en este país”
Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

3 de Diciembre de 2023 | 05:32
Edición impresa

Liniers es dibujante, oficio solitario, una persona, armada de un lápiz y de todas sus inseguridades, contra la página en blanco. Y quizás por eso, es de armar sociedades: además de su habitual tira diaria, “Macanudo”, Liniers colabora con otros artistas para realizar novelas gráficas, libros ilustrados, dibuja tapas para artistas musicales. Y también escapa del medio gráfico: realizó una webserie con Esteban Menis (“Eléctrica”), tiene un stand up con Montt, y, claro, el origen de estos formatos imaginados, dibuja música mientras Kevin Johansen canta en vivo.

“Lo lindo de trabajar con otra gente es que te llevan a lugares a donde vos no accedés solo”, dice en diálogo con EL DIA Ricardo Siri, que firma con su segundo nombre, Liniers, en honor a un pariente suyo, el virrey del Río de la Plata. “Uno solo muchas veces se queda en su zona de confort, o es medio un dictador de lo que quiere hacer, ‘se hace lo que yo digo y listo’. En cambio, cuando trabajás con alguien, te prestan herramientas de su laboratorio, te invitan a su planetita: es un acto de generosidad que alguien te preste sus juguetes”.

Así, con juguetes prestados, “uno llega a lugares de la cancha que no visita solo. Siempre lo explico como si uno jugara al frontón con una raqueta de tenis, solo: la pelota siempre te la tirás a vos mismo. Pero si estás jugando con Federer te hace visitar toda la cancha. Lo lindo de trabajar con cualquiera de estos amigos talentosos que uno tuvo la suerte de cruzarse es eso: me llevan a lugares que yo solo no iría”.Uno de esos amigos es Kevin Johansen, con quien Liniers llega el sábado a la Ciudad, para presentarse en la sala de 58 entre 10 y 11 con su ya tradicional espectáculo, nacido en 2008, donde el clon del “Piojo” López y su banda histórica, The Nada, tocan las canciones más reconocidas de su discografía, mientras Liniers las improvisa, ilustra y recrea en dibujos en tiempo real sobre una pantalla colocada como fondo del escenario.

“Una especie de amistad subida a un escenario en donde los dos amigos tienen talento para dos cosas muy diferentes”, define Liniers. “Porque lo de Kevin, como dice él siempre, entra por los oídos, lo mío entra por los ojos: yo soy muy malo cantando, Kevin es muy malo dibujando. Son dos expresiones artísticas diferentes, pero que se complementan bien, y cuando uno es muy amigo de alguien se divierte, nos divertimos mucho con Kevin en el escenario. Así que es eso, música y dibujo y amistad”.El show empezó “tímidamente” hace 15 años, cuando Liniers no había aún publicado en The New Yorker o ganado el Konex o sido el eje de un documental. Tímidamente, “porque yo al principio era mucho más tímido que ahora y me daba mucha vergüenza hacer cosas en escenarios, pero al mismo tiempo era muy admirador de la música de Kevin y me parecía que el contexto que le daba a mis dibujos era hermoso”.

Al principio, recuerda, “yo dibujaba con el sonidista y el iluminador ahí medio escondido, pero Kevin me fue tentando a subirme al escenario, porque era como esos amigos que te dicen en las fiestas ‘Ricardo, venite para acá’. Así que empezó tímidamente, pero yo creo que por una cuestión intuitiva, tanto Kevin como yo sentíamos que había algo que por nuestra química de abajo del escenario podía generar algo interesante”.

“Y la verdad es que antes era más raro, ahora cada tanto los dibujantes se animan más a subirse a los escenarios, pero cuando empezamos definitivamente no había mucho dibujante que quisiera salir de su escritorio y su estudio”, se ríe Liniers sobre el espectáculo que tiene una historia ligada a La Plata: este fue uno de los primeros lugares donde el experimento tuvo lugar, y por eso para Liniers es “un segundo hogar. También, el primer show que hice de stand up ilustrado con Alberto Montt también fue ahí en La Plata. Así que estoy muerto de ganas de llevar los dibujos para ese lado”, adelanta.

- ¿Cómo se da esta asociación tuya con la música? Más allá de Kevin, has hecho tapas de discos, ¿es algo que te interesa, dibujar música, o algo que se dio?

- Todos los dibujantes somos muy melómanos. A alguno por ahí le gusta más el tango, otro el folclore, el rock, el pop, pero todos escuchamos mucha música porque el trabajo de dibujante es muy solitario. Estás muchas horas sentado solo en un cuarto con la cabeza metida, la nariz en el papel. Y la música es la mejor forma de llenar el silencio, y es algo que los dibujantes podemos usar mientras dibujamos. Y no nos distrae tanto, porque hay muchos momentos de mi trabajo que estoy solamente pintando y haciendo rayitas y básicamente no estoy pensando mucho. Así que todos tenemos una relación muy profunda con la música. Todos mis amigos, colegas, podemos hablar de diferente música mucho tiempo. Y lo lindo de esto de Kevin es que llevé algo que ya hacía solo en mi casa desde que soy adolescente, poner música y sentarme a dibujar, a una versión muy surround sound. En vez de apretar play, Kevin hace que toda una banda se ponga a tocar alrededor mío mientras dibujo. Así que estoy haciendo básicamente lo mismo que hice toda mi vida pero una versión mucho más elegante y destilada, con un sonido más envolvente.

- Siempre decís que dibujás, quizás no te sentís tan cómodo con la idea de “hacer humor”, pero en todo caso, ¿cómo es intentar sacar una sonrisa en tiempos de crisis?

- Yo siempre me tomé el espacio que tengo para hacer “Macanudo” como si fuera una columna: para decir algo. Y si eso algo que tengo ganas de decir, tengo la suerte de que se me ocurra un remate o una manera graciosa de decirlo, mejor, porque tengo una personalidad que me gusta el humor. Entonces muchas veces sale algo medio gracioso, o absurdo, pero no me siento obligado a hacer un chiste con remate, un cuadrito con plop al final, porque muchas veces el chistonto termina arruinando una idea linda. Así que si queda abierto, queda abierto: yo confío mucho en que el público puede cerrar ideas. Y es como las películas: si explican mucho es más difícil identificar ahí el momento que estás viviendo. Pero hay películas y libros y historietas que son muy diferentes si uno tiene 10 años o 20 o 30, si uno se acaba de comprar un perro, o si uno se acaba de separar: cambia la película y cambia el libro. Entonces, me gusta que algunas historietas mías tienen esa posibilidad. El consumo de arte, digamos, la lectura o mirar una película, es un trabajo que se hace de a dos. Eso por el lado del humor. En cuanto a los tiempos de crisis, en tiempos de crisis siempre aparece el humor porque es un mecanismo de defensa. Es como nosotros nos reímos de las crisis y de los miedos que tenemos también, ¿no? Siempre existen los chistes en los funerales, inclusive a costas del muerto. Por ahí uno tiene que elegir el público y no contárselo a la viuda. Pero el humor negro es eso, es nuestro miedo a la muerte y es como nosotros decidimos plantarnos frente a eso. Y en tiempos de crisis, en tiempos de dolor, aparece mucho humor. Por eso Argentina ha generado tanto comediante increíble, desde Olmedo a Capusotto, desde Quino a Maitena. Generamos mucho humor porque la crisis es un estado constante en este país. Yo siento que Argentina es esa sensación de cuando uno empuja para atrás una silla en la que está sentado: hay un segundo que estás a punto de que la silla se caiga, pero todavía no te caíste. Esa es la sensación que es vivir en Argentina, pero también en Latinoamérica o en el planeta Tierra, la verdad. ¿Y cómo no vamos a defendernos de eso con humor? No nos queda otra, básicamente.

- En ese sentido te quería preguntar por tu relación con la oscuridad: en “Macanudo” parece difícil de abordar, es una historieta luminosa, pero tenés otros trabajos donde si te abrís a ese costado. ¿Te sirve explorar cierta oscuridad en tu trabajo, como una catarsis, un lado B de “Macanudo”?

- Sí, obviamente que “Macanudo” tiene una función, se llama Macanudo, para empezar, pero la razón por la que se llama Macanudo es porque el diario, que es su hábitat natural, ya viene con un montón de patadas a la nuca: las noticias son malas, cuando las cosas andan bien no son noticias, son noticias cuando andan mal. El diario es algo que uno leía o lee a la mañana y viene con noticias de guerras y de bombardeos y de políticos corruptos. Y entonces, creo que todos los historietistas estamos ahí un poco como un bálsamo: después de haber leído todo eso, el mismo diario te dice: ‘Bueno, fijémonos en las cosas chiquitas, que tampoco todo es tan terrorífico’. “Macanudo” tiene esa función. Yo trato de poner la idea más optimista que se me ocurra en el día en esa historieta. Mi costado oscuro sale por otros lados: cuando hacemos el show con Montt es mucho más oscuro; el libro que hice con Max Aub, “Crímenes Ejemplares”, es todos crímenes, es un libro lleno de muerte; “Bola Negra” que hice con Mario Belatín, también es muy oscuro; y “Bonjour”, la historieta que hacía antes en Página/12, era más oscura también, aunque también era medio tierna. A mí me gusta además leer a Kafka, mirar películas de Lynch o de terror, escuchar Pink Floyd y Radiohead. Lo que consumo no es tan macanudo como lo que genero, ahora que lo pienso. Pero creo que en todas las personas hay oscuridad y luz, y cada cosa sale cuando tiene que salir.

- Te preguntaba por los tiempos de crisis, que parecen ser siempre por acá. Hace poco te vi en la serie documental de Quino, ¿es un poco el faro a seguir sobre esto de trabajar con la realidad?

- Quino siempre me ha parecido fascinante: uno lee sus libros y se ríe todo el tiempo, y lo cerrás y estás deprimido. No sé cómo hace eso, pero es increíble. La gran obsesión de Quino para mí, además del estado del mundo, es el poder. A mí me gustan mucho las páginas de Quino después de “Mafalda”, donde se nota que su obsesión es la gente que abusa del poder. Y puede ser un padre, un director de escuela, un político, un policía: él lo ve todo el tiempo, tiene como un radar o una antena para detectar a alguien que abuse el poquito poder que tiene, porque aunque parezca que el poder que tenés es mucho, en este universo no es tanto, convengamos, el universo es grande y las personas somos chiquitas. Y Quino siempre tuvo como esa especie de radar para darse cuenta de eso. Así que yo lo admiro mucho por cómo se da cuenta de cómo somos las personas en nuestro costado más oscuro. Pero bueno, como decía antes: somos complicados y complejos e interesantes y si no tuviésemos esa oscuridad, por ahí no seríamos interesantes tampoco.

- Hablando de tiempos de crisis, que parecen ser siempre, ¿cómo es sostener una editorial como tu Editorial Común?

- La verdad es que sostener un editorial es muy, muy complicado en este país. Un país lleno de problemas de industria, de inflación, que uno cuando imprime un libro es un precio y cuando lo cobra es otro. Todos estamos remando en dulce de leche. Argentina se dice mucho que es un país generoso, y es un país muy generoso pero con muy poca gente. Con la mayoría de la gente es un país bastante cruel, porque tratás de armar algo, estás armando tu casita de cartas, y la política o los vaivenes económicos del país le pegan una patada a la mesa y se te cae la casita. Y tenés que empezar de nuevo… y después también se cae de nuevo. Es un país que tiene muchas complejidades: tiene mil millones de cosas geniales pero es medio cruel. Y hacer una editorial ya es difícil en cualquier lugar del mundo. Uno está ahora ya compitiendo además con teléfonos y con pantallas y con Netflix, y leer implica un trabajo intelectual que muchas veces la gente, entre el cansancio y las distracciones, no está dispuesta a tener. Pero para mí me da mucho orgullo que existan un montón de libros dando vueltas en Argentina y otros países de América latina porque hicimos el esfuerzo de hacer esta editorial. Y yo sé lo que a mí me dieron los libros, y sé que hay chicos que van a aprender a pensar y a no tomarse la sopa, como diría Mafalda, sino a sacar sus propias conclusiones, porque leyeron alguno de los libros que publicamos. Así que un poco la idea es esa: hay batallas que uno sabe que por ahí no las va a ganar, pero que valen la pena pelear igual.

- Por otro lado, aunque hay crisis, parece ser un gran momento para la historieta en Argentina, hay una gran cantidad de lectores, más publicaciones. ¿Cómo ves este presente?

- Sí, yo en eso siempre soy muy optimista. A la gente le gusta decir “la época de oro era en los 50 porque los historietistas se llenaban de guita”, o “los 30, por la calidad de dibujantes que aparecieron en esa época”. Pero, por ejemplo, un detalle que no tuvo la historia de la historieta, durante casi toda su trayectoria, es que en la gran mayoría de ese tiempo las mujeres no dibujaban demasiado. Había alguna, siempre, pero era un caso muy aislado que una mujer dibujara historietas. Y ahora está lleno, y hacen los libros más interesantes: encararon una forma de arte que veníamos haciendo hace 100 años los hombres, y que entonces eran superhéroes, y piñas, y extraterrestres, y le pusieron su propia sensibilidad. Así que ya eso solo me hace ser optimista sobre el momento de la historieta. También sucedió hace unos años que se dejó de tomar al género como algo menor, en el sentido de que durante años era como que si uno dibujaba historietas tenía que hacer aventuras para niños, o chistes, y listo. No se te vaya a ocurrir contar un cuento serio, la historia del Holocausto, o lo que sea. Y creo que “Maus”, de Art Spiegelman, es posiblemente la bisagra que finalmente destrabó eso: si él contó de una manera tan contundente la historia de su familia sobrevivientes del Holocausto, a partir de ahí ya nadie te puede decir qué dibujar. Nadie le decía a Borges, o a Stephen King, o a Mercè Rodoreda si podían escribir esto o lo otro. Pero a los historietistas nos decían “¿cómo van a contar ustedes el Holocausto? ¿Cómo van a contar ustedes una historia seria?” Y ahora ya no nos dicen más eso. Así que esa es otra razón por la que soy optimista: si vos le das libertad absoluta a un colectivo de artistas, de todo el planeta, lo que van a generar es un arcoíris, es una explosión. Es como vemos ahora: hay historietas para todos, hay historietas para escribanos, hay historietas para científicos del Conicet, hay historietas para todo, hay que ir y buscar.

- ¿Y cómo fue ser dibujante en ese pasado de menor auge, en tus inicios, con menos posibilidades para publicar, menos acceso a obras, poco en internet?

- Yo empecé a dibujar y a buscar trabajo como historietista en mitad de los 90, y la verdad es que era el terreno más inhóspito que tuvo la historieta en este país, porque habían cerrado las pocas revistas que habían, como Fierro, Humor, todas esas revistas habían desaparecido con el menemismo, no nos invitaron a esa fiesta. Y todavía no aparecía internet, un lugar donde se puede publicar de manera tan accesible y tan barata: los únicos espacios que había eran los diarios, las revistas, era un salto al vacío decidir ser historietista, algo que no pasaba de largo a la observación de mis viejos. “Pero Ricardo, ¿de qué vas a vivir?” Así que fue difícil el principio, pero había algo que tenía en el cerebro que no me permitió no hacerlo: fue como si me hubiese vuelto loco, hubiese dicho “no me importa ni de qué voy a vivir, ni a quién le voy a vender estas historietas, pero las tengo que dibujar por alguna razón que no entiendo bien cuál es, y las voy a hacer”. Así fue: el principio fue con un poco de vértigo, ese salto a una pileta sin saber si tiene agua, o si hay carbón prendido, y afortunadamente encontré una puertita para entrar y meterme y mostrar lo que hago, al principio con fanzines que publicaba con otros amigos historietistas, después publicando en una revista de la universidad que iba, y después los dibujitos en Página/12 chiquititos, que aparecían un Radar… Todos esos pasitos fueron como pequeñas buenas noticias que impulsaron el próximo esfuerzo mío, hasta publicar en el New Yorker, que si me lo hubiesen dicho cuando tenía 20 años, no lo hubiese podido creer.

- Y ese éxito, siendo tímido, como decís, ¿cómo lo llevás?

- Convengamos que la fama del historietista no toca ni de cerca a la del rockstar o a la del actor, que van más con la cara, nosotros vamos más escondidos. Hubo un momento en donde medio pasaba eso del “¡eh, Liniers!” por la calle, y fue parte de mi decisión de irme a un lugar donde a nadie le importaba un pito quién era yo (vive en Vermont, Estados Unidos), porque tampoco me divertía. Pero, en definitiva, con mi éxito me llevo bien, porque sin eso no hubiese podido vivir de hacer algo que me gusta tanto hacer. Así que gracias, éxito.

“La gran obsesión de Quino es el poder. Quino siempre me ha parecido fascinante: uno lee sus libros y se ríe todo el tiempo, y lo cerrás y estás deprimido”

 

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