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Investigadores del CEPAVE hallaron un digeneo nunca visto, en dos cascarudos de un arroyo de Magdalena. La etimología como homenaje. Modo y protocolos para elegir los nombres
Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com
En un arroyo de nuestra región vive un parásito con ventosas redondas, grandes y un ovario compuesto por siete lóbulos. ¿Qué impacto puede tener esto en nuestro cotidiano? Aquí y ahora, probablemente ninguno, pero científicos platenses descubrieron que tal “bichito” es de una especie y géneros no clasificados hasta el momento, de modo que identificaron esta revelación científica con un nombre muy particular: Diegoglossidium maradonai, en homenaje a uno de los ídolos favoritos de los argentinos.
“La etimología siempre es en honor a alguien”, explica el doctor en Ciencias Naturales Martín Montes, uno de los investigadores responsables del hallazgo y también del nombre, quien ya rindió homenajes similares a su sobrino, a otros científicos y planea hacerlo pronto con Luis Scola y con Lionel Messi. Pero eso será más adelante.
Este descubrimiento se produjo mientras el equipo hacía tareas de investigación de rutina para el Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CEPAVE), que depende de la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC), de la UNLP y el CONICET.
“Mi laboratorio es de organismos acuáticos; hacemos taxonomía y completamos ciclos de vida de los parásitos, que suelen ser muy complejos porque pueden llegar a incluir a dos o tres hospedadores en los distintos estadios”, detalla Montes.
En el Arroyo Buñirigo (partido de Magdalena) y mientras una de las investigadoras pescaba mojarras para determinar el impacto en los parásitos de las diferentes cuencas (como indicadores de contaminación o biodiversidad), Montes se puso a colaborar con un copo, que es un trozo de red cosido en forma de saco o bolsa. “Agarré dos cascarudos”, cuenta, como se llaman popularmente a unas especies de bagres con dos hileras de placas óseas a sus costados, que no estaban en los planes originales, pero sí en los permisos de pesca que el laboratorio había tramitado previamente. En esos documentos, dice Montes, se detallan las especies o peces y el número de ejemplares a colectar para la investigación, atendiendo que “no ocasione un riesgo al ecosistema”.
Lo concreto es que Martín volvió al laboratorio con los dos cascarudos y, al revisarlos, advirtió que en sus intestinos alojaban un parásito con “características muy raras y diferentes. No sabíamos a cuál de las familias conocidas podía pertenecer”. Para ser exactos, hablamos de un digeneo, que es un gusano parásito, en general provistos de dos ventosas, que suele alojarse en el tracto digestivo de vertebrados.
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Reconoce el investigador que antes de confirmar la magnitud de cualquier hallazgo hay que sortear unos cuantos pasos, porque ninguno se revela a golpe de vista. De hecho, aquella pesca fortuita sucedió antes de la pandemia.
“Lo fijás, lo teñís, le sacás fotos, buscás en diferentes libros para saber si existe alguno similar y qué otros parásitos hay en el hospedador que estás revisando, pero no había ninguno parecido”, recuerda Montes.
Barajó entonces la chanche de que ese parásito se hubiera “metido sin querer” en el cascarudo casualmente pescado, pero tampoco aparecía en otros peces de la región pampeana. Ni siquiera en los de Sudamérica.
“Ni siquiera estaba seguro de a qué familia pertenecía -refiere Montes- porque tenía características atribuibles a dos o tres”.
Antes de avanzar, vale explicar esto: los parásitos se dividen en especies, géneros y familias. El género puede incluir a varias especies, mientras que la familia es una categoría superior, porque abarca varios géneros.
“Hay que entenderlo como si fuera una pirámide. La unidad básica es la especie; arriba están los géneros y, por encima de todos, la familia. Lo más difícil de descubrir es una familia nueva”, aclara Montes. ¿Cómo supieron a cuál pertenecía aquel digeneo tan raro? Con el resultado de pruebas de ADN, que les permitieron compararlo con otras y concluir que estaban ante una especie y género nuevos, que se destaca, entre otras particularidades, por tener el ovario lobulado. Y hay más: tuvieron que modificar también la familia, porque era el primer género de ese grupo con esa característica.
Los nombres científicos se forman con dos palabras, algo así como apellido y nombre, que corresponden al género y la especie, respectivamente. Como eran nuevos, había que encontrarles entonces un nombre.
El parecido de las ventosas de esta especie con una pelota de fútbol conectó de inmediato con el fanatismo del investigador per este deporte. ¿Pero por qué Maradona y no, por ejemplo, Messi?
“Pensamos en llamarlo Messi Maradoneana, pero como el género es más importante que la especie, era como darle prioridad a uno sobre el otro y no nos convencía”, aclara. Así las cosas, optaron por Diegoglossidium, mientras que la especie se llamó “maradonai”.
Glosidium se desprende de “glóssa”, que en griego quiere decir “lengua”. Es que el parásito, además, tiene una forma que remite a ello y “Maradona no se caracterizaba por ser callado”, reflexiona Montes. El nombre de la especie, “maradonai”, no requiere de más descripciones.
Pasando en limpio, “si el día de mañana alguien encuentra una especie nueva de este género tendrá que llamarlo Diegoglosidium e inventar un nombre para la especie”, apunta el investigador.
“La importancia de este descubrimiento es difícil de explicar en términos útiles porque nosotros hacemos ciencia básica, no tiene más utilidad que el de conocer un poco más a las especies que nos rodean, pero puede ser aplicado en el futuro a otras cosas, como el análisis de una proteína o enzima. Así es como muchas cosas empiezan. Todo lo que nos rodea en algún momento fue ciencia básica; así evoluciona la ciencia”, cierra Montes.
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El lugar de muestreo y uno de los integrantes del equipo pescando con un copo. Arriba, la imagen del parásito
Martín Montes
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