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La Ciudad |Los límites que corrió la pandemia

Un pedido desde La Plata para que se regule la desconexión laboral digital

La docente Daniela Leiva Seisdedos presentó la propuesta en la plataforma Change.org, como parte de un proyecto escolar con sus alumnos de dos colegios platenses. Los riesgos de la hiperconexión en primera persona. Qué dicen otros países y nuestra ley de teletrabajo

Un pedido desde La Plata para que se regule la desconexión laboral digital
Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

18 de Febrero de 2024 | 02:46
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Lograr una “desconexión laboral digital” no significa esconder el celular en un cajón bajo llave, ni cerrar todas las redes sociales o cancelar cualquier dispositivo que nos pongan a tiro. Es más sutil y complejo que eso. Alude al derecho que tienen los empleados a no contestar mensajes, llamadas, mails, WhatsApp o cualquier otro tipo de comunicaciones fuera de su horario laboral, licencia o vacaciones. Parece algo muy lógico, pero lo cierto es que los límites se fueron corriendo cada vez más a partir de la virtualidad que impuso la pandemia, pese a ser un tema que figura en las agendas de varios países desde mucho antes del encierro forzoso del Covid-19.

El primero en reconocer este derecho fue Francia, con una normativa que implementó en el año 2016, mientras que en España la cuestión está contemplada en la Ley de Teletrabajo de 2020. Con el avance de esta modalidad, varios países emprendieron el mismo camino, con normas que pretenden regular el uso de las tecnologías de la comunicación, para garantizar el respeto por el tiempo de descanso y las vacaciones de los trabajadores.

La desconexión digital en Argentina está avalada por el artículo 5 de la Ley 27.555, que menciona que “el empleador no podrá exigir a la persona que trabaja la realización de tareas, ni remitirle comunicaciones por ningún medio, fuera de la jornada laboral”. El problema es que esto aplica sólo al teletrabajo y no a los contactos digitales que se producen fuera del horario en las tareas presenciales.

Una profesora de Trabajo y Ciudadanía de La Plata recogió el guante y presentó una petición en la plataforma Change.org, para que se regule este derecho con un proyecto de ley que planea realizar con sus alumnos del Colegio San Cayetano y Nuestra Señora de Lourdes, como propuesta escolar anual sobre calidad laboral.

“La desconexión digital es un derecho en muchos países y en Argentina no se lo considera como tal”, plantea la impulsora de esta idea, Daniela Leiva Seisdedos, convencida de que “las nuevas dinámicas laborales han producido inevitablemente un cambio en las estructuras de trabajo” y “no es posible desconocer que se ha corrido la línea casa-trabajo y el horario personal con el laboral. Vivimos en un mundo hiperconectado”, sostiene.

La propuesta de la docente hace hincapié en lo educativo porque dicha tarea, asegura, “se hace también en nuestras casas, como corregir, planificar, etcétera: y por esto no se recibe paga alguna”. En este punto reclama además que los sindicatos docentes respalden la iniciativa de una ley de desconecte luego del horario de clases, en particular para terminar con “el envío de mensajes que muchas veces son irrelevantes y a cualquier hora”.

“Los famosos grupos de WhatsApp son una plaga endémica en la actividad docente”, sostiene Leiva Seisdedos, quien los consideró necesarios en la particularísima situación de pandemia, pero ya no.

“Los responsables de la gestión de equipos de conducción deben saber que es importante respetar el derecho a desconectar del trabajo para mantener la productividad y la motivación”, explica la docente, sin pasar por alto que “la frontera entre la vida laboral y personal es cada vez más difusa”.

En su petición, argumenta Leiva Seisdedos que el derecho al descanso, el disfrute del tiempo libre y la limitación razonable de la duración del trabajo están amparados en el artículo 14 bis de la Constitución nacional y garantizan un aporte de “calidad en todos los trabajos”.

El enganche digital a toda hora, dentro y fuera del ámbito laboral puede dispersar la atención por exceso de notificaciones, impactando de manera negativa en la productividad y también en nuestra vida personal. Si el sonido de una alerta es capaz de distraer, ver el mensaje o correo recibido puede impulsar a cualquier usuario a responder con urgencia y dejarlo enganchado con la tarea. Todas estas situaciones son capaces de generar estrés y diferentes problemas de salud, como la ansiedad, que tiene una prevalencia mundial de entre el 15% y 20%.

“Horarios inverosímiles”

Nahuel es un ingeniero industrial platense de 31 años, que trabaja desde hace cuatro como analista de compras para una compañía de petróleo con sede en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Podría realizarlo tranquilamente de manera remota”, reconoce, pero sus empleadores aplican una modalidad híbrida, que incluye un par de días a la semana de presencialidad en la oficina.

La hiperconectividad o alta exposición a las pantallas es una causa importante de estrés

Nahuel se declara ferviente defensor del trabajo remoto, “siempre que las tareas lo ameriten”, aunque admite que entre las múltiples ventajas de la modalidad híbrida se destaca la de marcar un límite explícito entre la casa y el trabajo: “También es bueno para la salud emocional, porque tengo que salir, vestirme distinto, socializar con mis compañeros y prepararme para comer de una manera distinta”, dice.

Más allá de dónde o cómo se cumplan las tareas, este joven ingeniero es riguroso a la hora de cuidar su tiempo libre y garantizar un corte con el laboral.

“Hay dos puntos a tener en cuenta”, refiere: “Cómo uno desea tomarlo y la filosofía de las personas que trabajan en la compañía. En pandemia no había otra cosa para hacer y seguías trabajando”, recuerda, y “también hay situaciones particulares que justifican una demanda de respuesta en el momento”, sin importar que ocurra fuera del horario de la oficina. En este caso habría que garantizar que “no se vuelva costumbre”, aclara. De cualquier manera, puntualiza que algunas compañías permiten que el personal se “tome ciertas licencias en horario laboral y eso hace que haya que responder de otra manera”, aunque siempre es bueno “parar la pelota y plantearlo, si dicha demanda genera angustia, problemas con la familia o con los compromisos fuera del horario de trabajo”. Y no importa de qué compromiso se trate: llevar un hijo al médico, ir al gimnasio o tirarse en una plaza a mirar jugar al perro.

“Hay personas a las que les cuesta hablarlo y el riesgo es que toda la empresa entre en esa filosofía de trabajo, porque quien no lo hace teme no poder pelear un ascenso, un aumento, o tener una reprimenda. Se quedan callados y pasan por esta angustia o estrés, quedando desprotegidos frente al abuso”, dice Nahuel, riguroso en su decisión de no leer correos o mensajes después de las 18, cuando termina su horario de trabajo. Facilita las cosas el hecho de tener un teléfono personal y uno laboral, que le entregó la empresa. De cualquier modo, “mis compañeros y jefes tienen mi contacto personal y, eventualmente, me consultan”.

Los expertos hablan de establecer límites y darse siempre un espacio para estar offline

Como capacitadora docente y asesora educativa, Marcela Abete (56) dice haber padecido el enganche digital “de los dos lados del mostrador, como docente y como equipo directivo. En este momento hay un exceso de uso del WhatsApp y de las redes”, lo que hace que “terminemos mandando mensajes a las 11 de la noche, sin tomar dimensión de eso”. El riesgo de abrir dicha puerta es que habilita al resto a responder a demanda, a cualquier hora. Y la rueda no para.

Marcela reconoce que “como inspectora yo era bastante intensa y a mis equipos directos les comunicaba cosas en horarios inverosímiles, pero mi familia me lo hizo notar y este año me propuse como meta no escribir ni responder en otro horario que no sea el laboral, salvo en casos particulares”.

Abete respalda la petición publicada en Change.org y considera que la ley de desconexión digital podría ser implementada sin inconvenientes “en un sistema educativo verticalista como el nuestro, porque los equipos directivos respetan las normas”. Más complicado resultará convencer a toda la comunidad educativa de regularse en el uso de los grupos de padres, madres y alumnos. “Se desvirtuaron mucho, sobre todo después de la pandemia, y hay que hacer un trabajo hacia adentro de las instituciones”, sugiere Abete, para “evitar los grupos que no sean institucionales. Si hay que organizar un asado o un cumpleaños que se use un cuaderno”.

“¿Cuántas líneas de teléfono voy a pagar?”

Agustín Retta (48) es un profesor de Ciencias Naturales que se mudó a Córdoba con su familia hace algunos años. Firmó y compartió la iniciativa de la docente platense porque durante “la pandemia no hubo sábados, ni domingos; mandaban trabajos y pedían la corrección o la nota a cualquier hora” y muchos de esos límites no se acomodaron con la vuelta a la presencialidad. “Los padres de los chicos tenían nuestros números de teléfono y terminaban ofreciéndonos pizzas o empanadas que ponían a la venta”, cuenta. Muchos docentes optaron por comprar otro teléfono para tener una línea privada, pero la efectividad de la estrategia duraba lo que tardaban los padres en conseguir ese nuevo número. “¿Cuántas líneas vamos a pagar?”, se pregunta Agustín, aclarando que muchos directivos también invaden horarios que no son los del trabajo: “Yo soy una persona ansiosa y tiendo a responder por temor a que pase algo. Por suerte, mi mujer, que es mi ángel de la guarda, me reguló diciéndome que me dedicara a lo que estaba haciendo. En una oficina es más fácil cortar. En la docencia no”.

Daniela Leiva Seisdedos está convencida de que esta ausencia de límites entre lo laboral y lo privado resulta “alienante”.

“En educación, hoy todas las tareas son presenciales y pagan por eso, pero exigen tener un grupo de WhatsApp por cada curso y, si son diez, recibís notificaciones de los diez a toda hora”, detalla. Ahí reside la falla: la ley de Telebrajo en Argentina regula solamente ese tipo de labores y no los contactos digitales fuera de horario, para las presenciales.

Leiva Seisdedos impuso su propia norma: “A principio de año les hago firmar una notificación a los padres de que la única vía de contacto es el cuaderno de notas y el colegio. No contesto por redes y sólo uso el celular como recurso educativo”, explica. Y haciendo honor a su condición de “no nativo digital”, cuestiona: “¿Cómo hacían antes?” La respuesta es obvia.

Sobrecarga
La doctora en Salud Pública Ana Carolina Lemos Pereira de la Universidad Estatal de Campinas, Brasil (Unicamp), explicó al portal Folha: “Hemos observado que las personas trabajan mucho más que el tiempo que tiene estipulado, ya sea a través de los mensajes de WhatsApp o a partir de la sobrecarga de correos electrónicos fuera del horario laboral”.

 

 

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Daniela Leiva Seisdedos, Autora de la iniciativa en Change.org

Marcela Abete. Se impuso como meta no enviar ni leer mensajes fuera del horario laboral

Agustín Retta. “Los padres de los alumnos terminaban vendiéndonos pizzas por los grupos”

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