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La Ciudad |Chicas superpoderosas

Los trabajos “de hombres”: ya no son un tabú para las mujeres de La Plata

Ximena fue la primera en manejar una grúa pórtico en un puerto de Argentina. Daiana es árbitro de fútbol y sueña con dirigir un partido de primera división. Analía es peluquera, pero también albañil: construyó 5 casas, entre muchísimas obras. Y ya son 34 las damas que recolectan residuos secos en las calles de la Ciudad

Los trabajos “de hombres”: ya no son un tabú para las mujeres de La Plata

Daiana Luz Ilari. Empezó estudiando licenciatura en Comunicación Social y en el camino se enamoró del arbitraje

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

3 de Marzo de 2024 | 06:17
Edición impresa

Aquella creencia de que hay trabajos que sólo pueden hacer los hombres huele irremediablemente a viejo, aunque todavía no pasó ni un año desde que una empresa de colectivos presentó a “la primera conductora mujer de micros de la historia platense”; hace menos de dos que una mujer ofició de jueza de línea en un Superclásico masculino entre Boca y River y todavía resulta raro toparse con una chica al frente de un taller mecánico. Tan habitual sigue siendo la extrañeza, que esta nota trata de historias de platenses que en 2024 siguen tumbando mitos con la convicción que les da el saber que están haciendo lo correcto.

“ME QUIERO SUPERAR TODOS LOS DÍAS”

Ximena Couto (38) creció escuchando las anécdotas que su abuelo y su papá contaban del Puerto, donde el primero trabajó “hombreando bolsas” y el segundo como apuntador y bodeguero durante 30 años. “Hablaban del laburo con tanta pasión que me llamaba la atención”, cuenta ella, que ni siquiera podía ir a visitarlos porque no era territorio “para mujeres”. Eso decían. Ni hablar de seguir sus pasos. “Conocía el lugar por fotos, diarios o revistas” porque nunca pudo participar de una visita y estaba dispuesta a aprender inglés, porque su padre argumentaba que sólo así lograría que la emplearan… y en una oficina. Pero ella quería más: soñaba con manejar una grúa pórtico, de las que cargan y descargan contenedores en los barcos.

Ximena trabajó como encargada de un restaurante hasta 2020, cuando la pandemia la dejó sin ese ingreso. En aquel momento su padre la contactó con una autoridad del Puerto La Plata, quien le tomó una entrevista laboral el mismo día de su cumpleaños. Para quien crea en señales, aquella era muy prometedora, pero la cosa no avanzó porque “alguien de recursos humanos simplemente no quería que entraran mujeres”, explica Ximena. Cuando ese obstáculo renunció a su puesto, por fin se abrió la puerta: Couto firmó contrato el 13 de mayo de 2021, el día del cumpleaños de aquel abuelo que le hizo amar un trabajo que hasta entonces le resultó esquivo. Hablame de señales.

Primero trabajó como jornalizada para una empresa y tiempo después la efectivizaron. Empezó cargando documentación en el sistema, pero como no estaba dispuesta a permanecer en la comodidad de una oficina, durante meses “golpeé todos los días las puertas de mi jefe para que me mandara a las máquinas. Quería demostrarle lo que era capaz de hacer”, revela, en un afán con mucho de anclaje familiar, según admite: “Siempre busqué el reconocimiento de mi papá”.

La insistencia funcionó. Un día le asignaron la tarea de bodeguera, aquella que hacía su padre en el puerto de Buenos Aires: “No era lo que quería, pero salí de la oficina y a mi viejo se le infló el pecho de orgullo cuando mi jefe lo llamó para decirle que era la mejor”.

Hace un año y medio, por fin, Ximena comenzó a capacitarse junto a otra chica para trabajar en las máquinas y llegó a donde siempre sonó: “Soy la primera mujer que manejó un pórtico en un puerto de Argentina”, cuenta con orgullo, convencida de que su “mejor momento laboral” se lo debe a ser competitiva consigo misma.

En ese rol, tuvo una experiencia que la “volvió loca”, recuerda. Tenía que maniobrar la grúa para bajar chapas de 15 toneladas de un barco, pero “los que estaban abajo no querían que yo subiera al pórtico porque consideraban que era peligroso para ellos. Trabajé tres días, de 7 de la mañana a 7 de la noche y todo el mundo me felicitó. Yo entendía su miedo, pero quería que me dieran la oportunidad”.

Hoy ya son 8 las mujeres que trabajan en el puerto, aunque reconoce Ximena que todas tienen un carácter especial para tolerar un ambiente que “sigue siendo machista”. Su novio también es maquinista. Y está absolutamente segura de que “todos podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos”. Por eso no duda en sugerirles “a las chicas que golpeen puertas hasta que se las abran. No dejen que nadie les diga que no”.

“SEAN MÁS CREATIVOS CON LOS INSULTOS”

Daiana luz Ilari (35) llegó desde Pehuajó con el propósito de convertirse en periodista, pero mientras preparaba su tesis sobre fútbol femenino alguien le sugirió que tomar el curso de árbitro podía darle herramientas teóricas, sin saber que aquello torcería el rumbo de su vida. Recuerda que “al empezar la parte práctica me enamoré de esta profesión”, en la que lleva ya una década. El año pasado firmó contrato con la AFA y está dirigiendo torneos oficiales, aunque no vive del arbitraje porque “el sueldo base no alcanza”, reconoce. Aclara que esto no tiene directamente que ver con su género, sino con la categoría, el nivel del partido y el rol que se cumple en la cancha. De cualquier modo, la cantidad de hombres en este terreno sigue siendo escandalosamente superior, con capacitaciones especiales y chapas FIFA.

“Siempre hay alguien que se encarga de designar las cuaternas y al resto del equipo arbitral” y, aunque “hay muchas chicas que están capacitadas, la decisión depende de otros factores. En nuestro fútbol no tenemos mujeres que sean árbitros principales en Nacional B o en ligas profesionales, cuando países como Chile, Brasil o Uruguay ya dieron ese paso”, lamenta Daiana. No obstante, cree esto “está por llegar. En cualquier momento se va a dar”.

Admite que en las canchas le ha tocado escuchar insultos “hiperviejos, como ‘andá a lavar los platos’”, pero dice que éste y otros parecidos “ya no le hacen mecha a nadie; deberían ponerse un poquito más creativos”. De todas maneras, aclara que “el público es bastante agresivo con los árbitros en general, por lo cual estamos preparados”.

¿Su sueño? “Llegar lo más alto que pueda en el arbitraje de élite; debutar en un partido de primera división de liga o conseguir una chapa FIFA de Conmebol mientras tenga la edad, el físico y las posibilidades”.

“SOLAMENTE TRABAJO PARA MUJERES”

En sus 53 años, Analía Bertolo tuvo tres hijos, construyó cinco casas para ella y su familia, se convirtió en auxiliar de cocina en una escuela, y también fue peluquera, albañil y pintora. Su primera vivienda la levantó junto a su primer novio, pero una separación abrupta la dejó en la calle. A los 21, ya casada y con un hijo, su padre la ayudó a edificar el que sería su hogar. Cuando la separación se llevó también esa propiedad, en el terreno que obtuvo de la separación de bienes levantó las otras tres casas: dos para sus hijos mayores (de 30 y 32 años) y una tercera en la que vive con el más chiquito, de 12, en Villa Elisa.

Tuvo como mentor y maestro a su padre, quien le indicó, entre muchas otras cosas, lo básico: que mezclara “tres de arena y una de cemento; así aprendí, mirando y haciendo. Hice revoques, puse techos, hice una losa. La pintura de paredes es lo más ‘light’”, detalla esta mujer que, además, trabaja sola y sin trompito. “Hago la mezcla a mano”, confirma. La contratan personas de la zona, amigas o conocidas que acceden a su contacto por recomendación. La prefieren mujeres solas y ella no suele aceptar otro tipo de clientes, “por una mala experiencia que tuve” hace mucho tiempo.

“Además, me eligen porque las mujeres somos más detallistas y no dejamos todo sucio”. Como en todo tipo de oficio, tratar con la clientela puede ser complicado: “A veces me quieren pagar menos porque soy mujer, aunque vean todo lo que me sacrifico. Y eso no lo puedo entender”.

LAS DAMAS DEL CAMIÓN

Hace casi 5 años, una empresa de recolección sorprendió a los platenses al sumar a 10 mujeres a su equipo de recolectores para que se encargaran de los residuos secos. Hoy ya son 34, entre 248 trabajadores. Tres de ellas recibieron a EL DIA.

Paola Martínez fue una de las que estuvo desde el día uno, es chofer y, además, la única mujer entre los cinco delegados gremiales en la empresa. “Al principio dije que no, pero me subí al camión y arranqué a manejar”. No es que no supiera hacerlo. Conducía desde los 16, pero claramente no es lo mismo. Igual que en las historias previas, su papá también era camionero, pero ella nunca imaginó que ése sería su destino, como no fue el de ninguno de sus diez hermanos varones.

El trabajo tiene buenas y malas, como cualquier otro, sólo que en el suyo casi todas están en la calle. “Hay gente que te agrede, automovilistas que no se ponen en tu lugar, pero también personas que te felicitan”. El asfalto mojado por la lluvia complica la jornada, casi tanto como un auto mal estacionado en una esquina: “Por ahí algún espejito me he llevado puesto”, acota entre risas. Tuvo que lidiar además con los celos de alguna que otra pareja de un compañero, aunque esto se fue resolviendo a medida que la incorporación de las chicas se volvió una rutina. La que nunca se acostumbró del todo es la hija de Paola. Tiene 14 años y, cada 8 de marzo, la pone como ejemplo de mujer en los trabajos de la escuela. Martínez se ocupó de la crianza de sus tres sobrinos tras la muerte de su única hermana. Una de esas chicas, Micaela Carransana, tiene hoy 25 años, un hijo de 8, le dice “mamá” a Paola y trabaja con ella desde hace 3 años. En su caso, recoge las bolsas.

“Cuando me ofrecieron este trabajo dije que sí de una. Me gustaba la idea de que fuera algo que sale de lo común y está genial”. De lunes a sábado recorren cada día 220 cuadras en zonas previamente asignadas, y cobran igual que los hombres, como lo estipula una ley que no siempre se cumple.

“Lo peor es el insulto de la gente que no entiende nuestro trabajo. ¿Lo mejor? La gente que nos felicita, sobre todo mujeres”, concluye Micaela.

Jazmín Pérez tiene la misma edad que Micaela, también es recolectora desde hace tres años y las parejas de ambas son choferes de la empresa. Otro punto en común: son coquetas. “Acá la mayoría de las chicas se hacen las pestañas y las uñas”, acota Paola, pese a que cualquiera podría suponer que esto último es incompatible con su trabajo. “Para nada, usan guantes”, agrega.

“Mi único miedo era hacerlo mal, pero las chicas me ayudaron y guiaron”, recuerda Jazmín, “lo más importante es estar atenta a los autos y a las motos que vienen atrás”. Su papá también era recolector y resalta que lo único que recibió de parte de sus compañeros hombres fue “respeto y ayuda”.

Pronto se sumará al equipo una chica que manejaba las autobombas en el cuartel de bomberos voluntarios de Berisso. “A todas las mujeres les diríamos que no tengan prejuicios, porque todo se puede”, cierran.

En casi todas estas historias hay un punto en común: hacen el trabajo que hicieron sus padres

Chicas superpoderosas

Los trabajos “de hombres” ya no son un tabú para las mujeres de La Plata

Ximena fue la primera en manejar una grúa pórtico en un puerto de Argentina. Daiana es árbitro de fútbol y sueña con dirigir un partido de primera división. Analía es peluquera, pero también albañil: construyó 5 casas, entre muchísimas obras. Y ya son 34 las damas que recolectan residuos secos en las calles de la Ciudad

Alejandra Castillo

acastillo@eldia.com

Aquella creencia de que hay trabajos que sólo pueden hacer los hombres huele irremediablemente a viejo, aunque todavía no pasó ni un año desde que una empresa de colectivos presentó a “la primera conductora mujer de micros de la historia platense”; hace menos de dos que una mujer ofició de jueza de línea en un Superclásico masculino entre Boca y River y todavía resulta raro toparse con una chica al frente de un taller mecánico. Tan habitual sigue siendo la extrañeza, que esta nota trata de historias de platenses que en 2024 siguen tumbando mitos con la convicción que les da el saber que están haciendo lo correcto.

“ME QUIERO SUPERAR TODOS LOS DÍAS”

Ximena Couto (38) creció escuchando las anécdotas que su abuelo y su papá contaban del Puerto, donde el primero trabajó “hombreando bolsas” y el segundo como apuntador y bodeguero durante 30 años. “Hablaban del laburo con tanta pasión que me llamaba la atención”, cuenta ella, que ni siquiera podía ir a visitarlos porque no era territorio “para mujeres”. Eso decían. Ni hablar de seguir sus pasos. “Conocía el lugar por fotos, diarios o revistas” porque nunca pudo participar de una visita y estaba dispuesta a aprender inglés, porque su padre argumentaba que sólo así lograría que la emplearan… y en una oficina. Pero ella quería más: soñaba con manejar una grúa pórtico, de las que cargan y descargan contenedores en los barcos.

Ximena trabajó como encargada de un restaurante hasta 2020, cuando la pandemia la dejó sin ese ingreso. En aquel momento su padre la contactó con una autoridad del Puerto La Plata, quien le tomó una entrevista laboral el mismo día de su cumpleaños. Para quien crea en señales, aquella era muy prometedora, pero la cosa no avanzó porque “alguien de recursos humanos simplemente no quería que entraran mujeres”, explica Ximena. Cuando ese obstáculo renunció a su puesto, por fin se abrió la puerta: Couto firmó contrato el 13 de mayo de 2021, el día del cumpleaños de aquel abuelo que le hizo amar un trabajo que hasta entonces le resultó esquivo. Hablame de señales.

Primero trabajó como jornalizada para una empresa y tiempo después la efectivizaron. Empezó cargando documentación en el sistema, pero como no estaba dispuesta a permanecer en la comodidad de una oficina, durante meses “golpeé todos los días las puertas de mi jefe para que me mandara a las máquinas. Quería demostrarle lo que era capaz de hacer”, revela, en un afán con mucho de anclaje familiar, según admite: “Siempre busqué el reconocimiento de mi papá”.

La insistencia funcionó. Un día le asignaron la tarea de bodeguera, aquella que hacía su padre en el puerto de Buenos Aires: “No era lo que quería, pero salí de la oficina y a mi viejo se le infló el pecho de orgullo cuando mi jefe lo llamó para decirle que era la mejor”.

Hace un año y medio, por fin, Ximena comenzó a capacitarse junto a otra chica para trabajar en las máquinas y llegó a donde siempre sonó: “Soy la primera mujer que manejó un pórtico en un puerto de Argentina”, cuenta con orgullo, convencida de que su “mejor momento laboral” se lo debe a ser competitiva consigo misma.

En ese rol, tuvo una experiencia que la “volvió loca”, recuerda. Tenía que maniobrar la grúa para bajar chapas de 15 toneladas de un barco, pero “los que estaban abajo no querían que yo subiera al pórtico porque consideraban que era peligroso para ellos. Trabajé tres días, de 7 de la mañana a 7 de la noche y todo el mundo me felicitó. Yo entendía su miedo, pero quería que me dieran la oportunidad”.

Hoy ya son 8 las mujeres que trabajan en el puerto, aunque reconoce Ximena que todas tienen un carácter especial para tolerar un ambiente que “sigue siendo machista”. Su novio también es maquinista. Y está absolutamente segura de que “todos podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos”. Por eso no duda en sugerirles “a las chicas que golpeen puertas hasta que se las abran. No dejen que nadie les diga que no”.

“SEAN MÁS CREATIVOS CON LOS INSULTOS”

Daiana luz Ilari (35) llegó desde Pehuajó con el propósito de convertirse en periodista, pero mientras preparaba su tesis sobre fútbol femenino alguien le sugirió que tomar el curso de árbitro podía darle herramientas teóricas, sin saber que aquello torcería el rumbo de su vida. Recuerda que “al empezar la parte práctica me enamoré de esta profesión”, en la que lleva ya una década. El año pasado firmó contrato con la AFA y está dirigiendo torneos oficiales, aunque no vive del arbitraje porque “el sueldo base no alcanza”, reconoce. Aclara que esto no tiene directamente que ver con su género, sino con la categoría, el nivel del partido y el rol que se cumple en la cancha. De cualquier modo, la cantidad de hombres en este terreno sigue siendo escandalosamente superior, con capacitaciones especiales y chapas FIFA.

“Siempre hay alguien que se encarga de designar las cuaternas y al resto del equipo arbitral” y, aunque “hay muchas chicas que están capacitadas, la decisión depende de otros factores. En nuestro futbol no tenemos mujeres que sean árbitros principales en Nacional B o en ligas profesionales, cuando países como Chile, Brasil o Uruguay ya dieron ese paso”, lamenta Daiana. No obstante, cree esto “está por llegar. En cualquier momento se va a dar”.

Admite que en las canchas le ha tocado escuchar insultos “hiperviejos, como ‘andá a lavar los platos’”, pero dice que éste y otros parecidos “ya no le hacen mecha a nadie; deberían ponerse un poquito más creativos”. De todas maneras, aclara que “el público es bastante agresivo con los árbitros en general, por lo cual estamos preparados”.

¿Su sueño? “Llegar lo más alto que pueda en el arbitraje de élite; debutar en un partido de primera división de liga o conseguir una chapa FIFA de Conmebol mientras tenga la edad, el físico y las posibilidades”.

“SOLAMENTE TRABAJO PARA MUJERES”

En sus 53 años, Analía Bertolo tuvo tres hijos, construyó cinco casas para ella y su familia, se convirtió en auxiliar de cocina en una escuela, y también fue peluquera, albañil y pintora. Su primera vivienda la levantó junto a su primer novio, pero una separación abrupta la dejó en la calle. A los 21, ya casada y con un hijo, su padre la ayudó a edificar el que sería su hogar. Cuando la separación se llevó también esa propiedad, en el terreno que obtuvo de la separación de bienes levantó las otras tres casas: dos para sus hijos mayores (de 30 y 32 años) y una tercera en la que vive con el más chiquito, de 12, en Villa Elisa.

Tuvo como mentor y maestro a su padre, quien le indicó, entre muchas otras cosas, lo básico: que mezclara “tres de arena y una de cemento; así aprendí, mirando y haciendo. Hice revoques, puse techos, hice una losa. La pintura de paredes es lo más ‘light’”, detalla esta mujer que, además, trabaja sola y sin trompito. “Hago la mezcla a mano”, confirma. La contratan personas de la zona, amigas o conocidas que acceden a su contacto por recomendación. La prefieren mujeres solas y ella no suele aceptar otro tipo de clientes, “por una mala experiencia que tuve” hace mucho tiempo.

“Además, me eligen porque las mujeres somos más detallistas y no dejamos todo sucio”. Como en todo tipo de oficio, tratar con la clientela puede ser complicado: “A veces me quieren pagar menos porque soy mujer, aunque vean todo lo que me sacrifico. Y eso no lo puedo entender”.

LAS DAMAS DEL CAMIÓN

Hace casi 5 años, una empresa de recolección sorprendió a los platenses al sumar a 10 mujeres a su equipo de recolectores para que se encargaran de los residuos secos. Hoy ya son 34, entre 248 trabajadores. Tres de ellas recibieron a EL DIA.

Paola Martínez fue una de las que estuvo desde el día uno, es chofer y, además, la única mujer entre los cinco delegados gremiales en la empresa. “Al principio dije que no, pero me subí al camión y arranqué a manejar”. No es que no supiera hacerlo. Conducía desde los 16, pero claramente no es lo mismo. Igual que en las historias previas, su papá también era camionero, pero ella nunca imaginó que ése sería su destino, como no fue el de ninguno de sus diez hermanos varones.

El trabajo tiene buenas y malas, como cualquier otro, sólo que en el suyo casi todas están en la calle. “Hay gente que te agrede, automovilistas que no se ponen en tu lugar, pero también personas que te felicitan”. El asfalto mojado por la lluvia complica la jornada, casi tanto como un auto mal estacionado en una esquina: “Por ahí algún espejito me he llevado puesto”, acota entre risas. Tuvo que lidiar además con los celos de alguna que otra pareja de un compañero, aunque esto se fue resolviendo a medida que la incorporación de las chicas se volvió una rutina. La que nunca se acostumbró del todo es la hija de Paola. Tiene 14 años y, cada 8 de marzo, la pone como ejemplo de mujer en los trabajos de la escuela. Martínez se ocupó de la crianza de sus tres sobrinos tras la muerte de su única hermana. Una de esas chicas, Micaela Carransana, tiene hoy 25 años, un hijo de 8, le dice “mamá” a Paola y trabaja con ella desde hace 3 años. En su caso, recoge las bolsas.

“Cuando me ofrecieron este trabajo dije que sí de una. Me gustaba la idea de que fuera algo que sale de lo común y está genial”. De lunes a sábado recorren cada día 220 cuadras en zonas previamente asignadas, y cobran igual que los hombres, como lo estipula una ley que no siempre se cumple.

“Lo peor es el insulto de la gente que no entiende nuestro trabajo. ¿Lo mejor? La gente que nos felicita, sobre todo mujeres”, concluye Micaela.

Jazmín Pérez tiene la misma edad que Micaela, también es recolectora desde hace tres años y las parejas de ambas son choferes de la empresa. Otro punto en común: son coquetas. “Acá la mayoría de las chicas se hacen las pestañas y las uñas”, acota Paola, pese a que cualquiera podría suponer que esto último es incompatible con su trabajo. “Para nada, usan guantes”, agrega.

“Mi único miedo era hacerlo mal, pero las chicas me ayudaron y guiaron”, recuerda Jazmín, “lo más importante es estar atenta a los autos y a las motos que vienen atrás”. Su papá también era recolector y resalta que lo único que recibió de parte de sus compañeros hombres fue “respeto y ayuda”.

Pronto se sumará al equipo una chica que manejaba las autobombas en el cuartel de bomberos voluntarios de Berisso. “A todas las mujeres les diríamos que no tengan prejuicios, porque todo se puede”, cierran.

 

 

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Daiana Luz Ilari. Empezó estudiando licenciatura en Comunicación Social y en el camino se enamoró del arbitraje

Analía Bertolo. Traslada ella misma sus herramientas y hace albañilería o pintura, en general para mujeres que viven solas

Micaela Carrasana, Paola Martínez y Jazmín Pérez, junto al camión en el que recorren las calles de La Plata

Ximena Couto. Siempre sonó con entrar a trabajar en el puerto, como su padre y su abuelo. Ahora maneja una grúa pórtico

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