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Revista Domingo |LITERATURA

Frankenstein y El Vampiro, mitos nacidos en la misma noche

Las obras “Frankenstein” y “El Vampiro” nacieron en la Villa Diodati, mansión ubicada en Cologny, Suiza, en el verano de 1816, de la imaginación de Mary W. Shelley y de John Polidori, respectivamente. Dos mitos del terror cuya gestación le debe mucho a una erupción volcánica en una isla en los Mares del Sur...

28 de Junio de 2015 | 00:32

En el año de 1816 no hubo verano en el hemisferio norte, debido a que una erupción volcánica ennegreció el cielo y enfrió anormalmente el clima causando mil calamidades.

“Me sorprendió que la erupción de un volcán a mediados de 1815, en Indonesia, hubiera sido una de las causas eficientes del nacimiento en Occidente de la moderna leyenda del vampiro y de la pesadilla del ser viviente hecho con fragmentos de cadáveres.

Sentí el extraño agrado de ver cómo se unían en una sola historia, que yo presentía vagamente, las vidas de (los poetas) Byron y Shelley con la catástrofe de una erupción volcánica en los Mares del Sur, con un tsunami en las costas de Bali, con esa nube de azufre y ceniza y cristales volcánicos que ennegreció el cielo de la península de Indochina y que los monzones se fueron llevando hacia el norte, desatando el cólera en la India y ahogando a muchedumbres en las inundaciones del Yangtsé y del río Amarillo. Aquella historia unía cosas extremas, abarcaba medio mundo, conjugaba fenómenos geológicos y meteorológicos con hechos históricos, personajes literarios y criaturas fantásticas”.

Se trata de un fragmento de la novela “El año del verano que nunca llegó”, del escritor colombiano William Ospina, considerado una de las voces literarias más importantes de Latinoamérica.

EL EFECTO MARIPOSA

Tras su aclamada trilogía de la conquista de América, Ospina salta del siglo XVI al XIX para ahondar con esta novela, editada por Literatura Randon House, en otra de sus obsesiones, el Romanticismo, e indagar en el mecanismo de creación de los mitos, al tiempo que aprovecha para clamar por la defensa de los “sueños de libertad frente a los poderes que controlan el mundo”.

Una novela en la que Ospina se vio “forzado” a convertirse, por primera vez en su vida, en personaje de su propio relato, en protagonista de la búsqueda “con perspectiva” de todas las piezas del “mosaico” que dio lugar al nacimiento simultáneo, en aquel extraño verano, de dos mitos icónicos del terror: “Frankenstein” y “El Vampiro”.

“Ese verano recuerda Ospina (Padua, Tolima, 1954), se reunieron durante tres días en una mansión de Suiza, llamada Villa Diodati, junto al lago Leman, varios protagonistas del Romanticismo, con Lord Byron a la cabeza”.

Tres días terribles, que fueron como una larga y tenebrosa noche provocada por inclemencias meteorológicas extremas, ligadas a la catastrófica erupción volcánica del Tambora, en la isla de Sumaya (Indonesia) unos meses antes, y que convirtió en invierno “el verano que nunca llegó”, al quedar gran parte de los cielos del hemisferio norte cubiertos de nubes de azufre y cenizas que enfriaron el clima.

Algo que Lord Byron y sus invitados desconocían, por lo que vivieron aquellos días en un ambiente cargado de misterio y nerviosismo, entre relámpagos, terribles ráfagas de viento y relatos de terror leídos en voz alta, junto al gran fuego de la chimenea.

UN ANFITRIÓN LLAMADO BYRON

Los acompañantes de Byron eran su médico personal John Polidori, el poeta Percy Shelley, Mary Wollstonecraft (más tarde conocida como Mary W. Shelley), Claire Clairmont, hermanastra de Mary y amante de Byron, así como la condesa Potocka y Matthew Lewis.

Fue precisamente Lord Byron quien les propuso a todos ellos, en aquel contexto, que escribiesen un relato de terror. Solo Polidori y Mary Wollstonecraft asumieron el reto.

Ella compuso “Frankenstein o el moderno Prometeo”, que publicó en 1818, y Polidori creó “El Vampiro”, que publicó anónimamente en 1919, y que reproducía rasgos de Lord Byron, y que más tarde sirvió en parte de inspiración al irlandés Bram Stoker para su obra “Drácula”.

Y es que a Ospina, considerado una voz imprescindible de la literatura latinoamericana, le llama mucho la atención, “el mecanismo de generación de mitos en el que ciertos personajes logran escapar y vivir fuera de los libros”, como también ocurrió, dice, “con Don Quijote o Cristo”.

El galardonado con el prestigioso Rómulo Gallegos 2009 de novela por “El país de la canela”, especula que, “para lograr la condición mítica de haber escapado del libro, un personaje tiene que condensar preguntas muy profundas, y a veces angustiosas, de la condición humana y en particular de la modernidad”.

El escritor colombiano William Ospina aborda en su última novela el nacimiento simultáneo de esos dos mitos icónicos del terror

“En “Frankenstein” se puede apreciar -enumera Ospina- las dudas por la vida artificial, por la vida después de la muerte, sobre si el cuerpo es separable del alma, si la vida es solo una función o es algo más. En “El Vampiro” también está la cuestión de la vida después de la muerte, pero también el carácter voraz del amor, esa capacidad de absorber la vida del otro bajo la metáfora de chupar su sangre”.

EL ROMANTICISMO Y LOS SUEÑOS DE LIBERTAD

Por eso, Ospina está convencido de que el Romanticismo no responde a las necesidades de una época, principios del XIX, sino “a las necesidades profundas de la humanidad, de su relación con la naturaleza, que es para nosotros -afirma- una pregunta urgente”.

“En la novela -”El año del verano que nunca llegó”- palpita la sensación de que formamos parte del horizonte natural y que una gran conmoción del clima puede afectar profundamente a la cultura y a la imaginación, a la fantasía, y a la sensibilidad, a la capacidad de concebir cosas, de tener ideas y de tener sueños”, añade.

Y al hilo de esa reflexión, el novelista, ensayista y poeta colombiano aboga por recuperar “muchos de los sueños de libertad que tuvimos al comienzo del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, y a los que hemos ido abdicando (...) frente a los poderes que manejan el mundo y que usan la tecnología para manipular las conciencias y vender adicciones en un negocio descomunal”.

En cualquier caso, lo que sí logra Ospina con esta novela es construir un “mosaico” completo con todas las piezas de una leyenda literaria que ha sido, para muchos autores, motivo de búsquedas obsesivas y rebuscadas interpretaciones.

Ospina espera que “El año del verano que nunca llegó” sirva también para unir a toda una “cofradía” de personas que investigan ese momento único, tan mágico de la historia literaria.

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