Los gurkas y un cuchillo con sangre y honor

KATMANDU, Nepal.- ¿Cómo se hace para venir a la tierra de los gurkas y frenar el impulso de hablar de Malvinas y de las historias de degüellos traicioneros en las noches cerradas de la guerra?. ¿Cómo se le pregunta de esto a un gurka mientras se comparte con él un baño de luna en un campamento a 2000 metros, en una meseta atravesada por las nubes bajas, tomando ron, sopa caliente y oyendo la música de las criaturas de la noche?.
En Nepal las cosas suceden naturalmente, se deslizan como si bailaran la danza que los sherpas bailan en ondulante espiral para enamorar a sus mujeres. Y entonces el gurka, cuyo nombre se perdió en un papel arrugado, cuenta que todo aquello es mentira, que fue propaganda inglesa para atemorizar".

"Los gurkas tenemos honor y honor es atacar de frente, no con el enemigo durmiendo", dice el soldado que recuerda aquellos días de la guerra.
En el grupo argentino nadie tiene la certeza de que el anfitrión esté diciendo la verdad. Pero lo que no deja dudas es la tristeza que se le nota en la cara y en los ojos cuando le cuentan lo que fue de aquellos pibes contra los que pelearon en Malvinas. Mohan, así se llama el gurka, mueve la cabeza en un mohín de indignación cuando se entera que a aquellos héroes a empujones, pero héroes al fin, la sociedad argentina todavía no los ha recompensado como debe.
Mohan, que ahora es una especie de ministro del turismo en Tansen, se entristece sinceramente.
Para cambiar el clima propone que el grupo conozca "a la verdadera puñalada gurka". Entonces sirve ron nepalés, invita al fondo blanco y acierta cuando compara la sensación con una puñalada terrible.
De regreso a Katmandú, en el tramo final de la travesía, otra vez el contingente argentino tendrá algo más de los gurkas, más allá de los cuchillos que se venden como souvenires del país.

El general Pratap Malla tiene un hijo que estudia español y se entusiasma con la idea de que algunos integrantes de la travesía vayan a su casa.
Los recibe con esmerada cortesía y les entrega a cada uno una pequeña estatuilla que aquí constituye el máximo honor que un visitante puede recibir de su anfitrión.
Pratap tampoco quiere -ni puede- hablar de la guerra y prefiere contar algo que atrapa: la historia secreta de los cuchillos gurkas.
El general dibuja en un papel la forma curvada del cuchillo y entre la vaina y el mango hace una marca. Enseguida levanta la vista y advierte: "el verdadero cuchillo gurka debe tener una astilla de manera que al salir provoque una pequeña herida. De esta forma su dueño se asegura de que al sacarlo de la vaina no romperá el código de honor de los gurkas". Según ese código, el cuchillo gurka no se puede guardar sin que por su hoja no haya corrido sangre fresca.
Pratap cuenta que para evitar que la gente ande cortándose una a otra se decidió que los cuchillos modernos tengan esa astilla que lastime al dueño y le asegure que habrá sangre en la hoja.
Y que podrá guardarlo sin perder su honor.

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