El "efecto Tango" en el mundo puede agravar nuestra crisis
| 10 de Enero de 2002 | 00:00

Es la de estas horas una etapa de durísimas negociaciones, a cargo de un nuevo Gobierno que está haciendo la inédita experiencia de conducir a un país cuyo Estado quebró y arrastró consigo al sistema financiero y, por lo tanto, a más de un millón de ahorristas con sus fondos atrapados adentro del "corralito". Tironeado por cacerolazos, por la imposibilidad técnica de pagar todo lo que se debe internamente -ni hablar de las obligaciones externas- y por las empresas extranjeras, la administración de Duhalde camina por un muy angosto sendero, alrededor del cual sólo está el vacío.
Ayer el ministro de Economía trató de explicar que los más de 60 mil millones de pesos depositados en los bancos han sido prestados y que por lo tanto, si todos los ahorristas fueran a retirar su dinero no podrían obtenerlo. Tal vez faltó explicar que buena parte de esos fondos se usó para dar créditos a los Estados provinciales y para comprar bonos del gobierno nacional (que es una forma de darle préstamos a la Nación), ninguno de los cuales es rescatable en un tiempo prudencial. Y en ese esquema, sólo hay, para devolver su plata a los ahorristas, bonos y pagarés de las provincias en lugar de dólares o pesos.
Mientras tanto, los bancos dicen, además, que pesificar los créditos otorgados a la gente es imposible si los depósitos, en cambio, siguen en dólares y deberán devolverse en esa moneda. El Gobierno se ve, así, obligado a reducir la pesificación aprobada en el Congreso. Pero eso tampoco alcanza. Es que las hipotecas de los préstamos hipotecarios concedidos en estos años fueron revendidas a entidades extranjeras y ahora los bancos son codeudores de esas operaciones y para pagar en dólares (a 1,40) recibirían pesos todavía (1 a 1). Y temen por futuras devaluaciones, ya que muchos créditos son a largo plazo.
Es así como los bancos, y especialmente algunos extranjeros, se han plantado afirmando que no pueden seguir operando en estas condiciones, con la enorme presión que implica ese planteo, porque las entidades tienen gran capacidad de lobby en sus países de origen -España, Francia, Italia y Estados Unidos-, que son, a su vez, los de mayor influencia para decidir si se otorga o no una ayuda a la Argentina en el Fondo Monetario Internacional.
Fue por esos tironeos que el ministro Remes fue ayer ambiguo, al referirse a las medidas -además postergadas- con relación al "corralito" y a la pesificación de créditos.
Otra dura batalla se libra en torno de las tarifas de los servicios públicos privatizados. Las empresas concesionarias de esas prestaciones dicen que tienen tomados créditos en dólares y que hicieron sus inversiones contando con tarifas que se fijaron en dólares en contratos de acuerdo con los cuales el Estado fijó y se fijó obligaciones al adjudicar las concesiones.
Es posible que esas compañías acepten congelar en pesos por un tiempo sus tarifas. Pero de ninguna manera admitirán que el Gobierno unilateralmente rompa los términos de los contratos de concesión ni que las obligue a pesificar para siempre sus tarifas. Esas empresas provienen mayoritariamente de los mismos poderosos países de origen de la banca instalada en el país. Y sus dueños son millares de accionistas españoles, franceses, italianos y estadounidenses que han invertido sus ahorros en ellas. De ese modo, las pérdidas que ocasionará a estas empresas el incumplimiento de los contratos se traducirán en una caída de sus acciones y, por lo tanto, millares de personas perderán dinero con el "efecto Tango".
Así fue como bajó bruscamente la Bolsa de España y por eso se dio la severa reacción de los gobiernos de esos países; reacción que pareció sorprender a la clase política argentina, cuya imagen en la Asamblea Legislativa festejando el anuncio de Rodríguez Saá de que no se pagaría la deuda externa recorrió el mundo causando una penosa impresión de irresponsabilidad.
En relación a la deuda externa, en realidad los acreedores habían previsionado las operaciones ante la posibilidad de que Argentina pudiera no pagar. Pero ahora se ha despertado la reacción de decenas de grandes empresas y de millares de accionistas, que se sienten afectados porque no se cumplen -desde su óptica- los términos de los contratos y el país no quiere pagar los precios que se pactaron.
Así, al aislamiento que genera la cesación de pagos del Estado se pueden sumar represalias de los gobiernos de aquellos países en los que se afectó el ahorro de sus ciudadanos y las inversiones hechas en la Argentina.
No es posible aislarse del mundo y sobrevivir. La mayoría de los argentinos y muchos expertos extranjeros creyeron que el "efecto Tango" -como se llama a las consecuencias de la crisis argentina sobre otros países- no sería importante. Ahora queda en claro que lo será.
Por ese desfiladero camina el Gobierno, haciendo experiencia al andar. Hay choques que pudieron ser evitados y designaciones irritantes que no era necesario realizar. Pero la crisis no da tiempo y fuerza improvisaciones. Mucho más cuando muchos dirigentes del partido del Gobierno parecen meros expectadores.
Buscar culpables no ayuda a superar la situación pero sí tal vez a que no vuelva a repetirse. Porque el dinero del Estado y del sistema financiero no se evaporó.
Ayer el ministro de Economía trató de explicar que los más de 60 mil millones de pesos depositados en los bancos han sido prestados y que por lo tanto, si todos los ahorristas fueran a retirar su dinero no podrían obtenerlo. Tal vez faltó explicar que buena parte de esos fondos se usó para dar créditos a los Estados provinciales y para comprar bonos del gobierno nacional (que es una forma de darle préstamos a la Nación), ninguno de los cuales es rescatable en un tiempo prudencial. Y en ese esquema, sólo hay, para devolver su plata a los ahorristas, bonos y pagarés de las provincias en lugar de dólares o pesos.
Mientras tanto, los bancos dicen, además, que pesificar los créditos otorgados a la gente es imposible si los depósitos, en cambio, siguen en dólares y deberán devolverse en esa moneda. El Gobierno se ve, así, obligado a reducir la pesificación aprobada en el Congreso. Pero eso tampoco alcanza. Es que las hipotecas de los préstamos hipotecarios concedidos en estos años fueron revendidas a entidades extranjeras y ahora los bancos son codeudores de esas operaciones y para pagar en dólares (a 1,40) recibirían pesos todavía (1 a 1). Y temen por futuras devaluaciones, ya que muchos créditos son a largo plazo.
Es así como los bancos, y especialmente algunos extranjeros, se han plantado afirmando que no pueden seguir operando en estas condiciones, con la enorme presión que implica ese planteo, porque las entidades tienen gran capacidad de lobby en sus países de origen -España, Francia, Italia y Estados Unidos-, que son, a su vez, los de mayor influencia para decidir si se otorga o no una ayuda a la Argentina en el Fondo Monetario Internacional.
Fue por esos tironeos que el ministro Remes fue ayer ambiguo, al referirse a las medidas -además postergadas- con relación al "corralito" y a la pesificación de créditos.
Otra dura batalla se libra en torno de las tarifas de los servicios públicos privatizados. Las empresas concesionarias de esas prestaciones dicen que tienen tomados créditos en dólares y que hicieron sus inversiones contando con tarifas que se fijaron en dólares en contratos de acuerdo con los cuales el Estado fijó y se fijó obligaciones al adjudicar las concesiones.
Es posible que esas compañías acepten congelar en pesos por un tiempo sus tarifas. Pero de ninguna manera admitirán que el Gobierno unilateralmente rompa los términos de los contratos de concesión ni que las obligue a pesificar para siempre sus tarifas. Esas empresas provienen mayoritariamente de los mismos poderosos países de origen de la banca instalada en el país. Y sus dueños son millares de accionistas españoles, franceses, italianos y estadounidenses que han invertido sus ahorros en ellas. De ese modo, las pérdidas que ocasionará a estas empresas el incumplimiento de los contratos se traducirán en una caída de sus acciones y, por lo tanto, millares de personas perderán dinero con el "efecto Tango".
Así fue como bajó bruscamente la Bolsa de España y por eso se dio la severa reacción de los gobiernos de esos países; reacción que pareció sorprender a la clase política argentina, cuya imagen en la Asamblea Legislativa festejando el anuncio de Rodríguez Saá de que no se pagaría la deuda externa recorrió el mundo causando una penosa impresión de irresponsabilidad.
En relación a la deuda externa, en realidad los acreedores habían previsionado las operaciones ante la posibilidad de que Argentina pudiera no pagar. Pero ahora se ha despertado la reacción de decenas de grandes empresas y de millares de accionistas, que se sienten afectados porque no se cumplen -desde su óptica- los términos de los contratos y el país no quiere pagar los precios que se pactaron.
Así, al aislamiento que genera la cesación de pagos del Estado se pueden sumar represalias de los gobiernos de aquellos países en los que se afectó el ahorro de sus ciudadanos y las inversiones hechas en la Argentina.
No es posible aislarse del mundo y sobrevivir. La mayoría de los argentinos y muchos expertos extranjeros creyeron que el "efecto Tango" -como se llama a las consecuencias de la crisis argentina sobre otros países- no sería importante. Ahora queda en claro que lo será.
Por ese desfiladero camina el Gobierno, haciendo experiencia al andar. Hay choques que pudieron ser evitados y designaciones irritantes que no era necesario realizar. Pero la crisis no da tiempo y fuerza improvisaciones. Mucho más cuando muchos dirigentes del partido del Gobierno parecen meros expectadores.
Buscar culpables no ayuda a superar la situación pero sí tal vez a que no vuelva a repetirse. Porque el dinero del Estado y del sistema financiero no se evaporó.
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