Eufemismos

Por JOSÉ LUIS DE DIEGO

Hay momentos en que procuramos atenuar el impacto que tienen nuestras palabras sobre los demás, porque pueden resultar groseras o agresivas o de mal gusto. A esa atenuación se la denomina eufemismo. A veces el desvío es mínimo, una letra o un par de letras; así, en el "Martín Fierro" se evitan, mediante una pequeña alteración, lo que solemos llamar malas palabras, y nos encontramos con "pucha" o "barajo". Pero hay eufemismos más interesantes. Por ejemplo, a nadie le gusta decir que un ser querido está muerto o que murió, o simplemente hablar de la muerte, y los rodeos se multiplican: "el descanso eterno", "emprendió el último viaje", "ya no está con nosotros", "nos mira desde arriba". También suele evitarse la mención de enfermedades que ocasionan la muerte. Cuando en un diario leemos que alguien murió de una "repentina enfermedad", traducimos "infarto"; si dice que murió "tras una larga y penosa enfermedad", traducimos "cáncer". Por supuesto, el mayor número de ejemplos puede encontrarse en el lenguaje que utilizamos para referirnos a la sexualidad, sobre todo en presencia de niños. En "La cueva del chancho", la novela de Geno Díaz, el autor refiere más de ciento cincuenta modos de nominar al órgano sexual masculino, muchos de ellos claramente eufemísticos. Es verdad que el eufemismo es una forma de la cortesía; evitar a quien nos escucha o nos lee algo que puede resultar agraviante o simplemente incómodo o molesto. Pero también puede ser una forma de la hipocresía, como lo procuraron demostrar Jorge Luis Borges y Eduardo Galeano.
El eufemismo es una forma de la cortesía; evitar a quien nos escucha o nos lee algo que puede resultar agraviante o simplemente incómodo. Pero también puede ser una forma de la hipocresía


En un artículo titulado "Si hay miseria, que no se note" (publicado en "Clarín" en marzo del '84), Borges afirma que la profusión de eufemismos es la consecuencia de que los argentinos valoran más la imagen que la realidad y de allí surge el "vocabulario habitual de nuestra hipocresía". Borges, que habitualmente recelaba de la política, aquí despliega su ironía en ese espinoso campo: "Un grupo de cambiantes militares se encarama al poder y nos maltrata durante unos siete años; esa calamidad se llama el proceso. Los terroristas arrojaban sus bombas; para no herir sus buenos sentimientos, se los llamó activistas. El terrorismo estrepitoso fue sucedido por un terrorismo secreto; se lo llamó la represión. Los mazorqueros que secuestraron, que a veces torturaron y que invariablemente asesinaron a miles de argentinos, obtuvieron el título general de fuerzas parapoliciales. Hubo una invasión y hubo una derrota; las autoridades hablaron de anticolonialismo y de un cese de hostilidades. (...) Un negocio turbio es un negociado y, a veces, un ilícito. Cobrar excesivamente un trabajo es hacerse valer. La disputa con Chile se apodó el conflicto limítrofe".

En "Patas arriba", un texto de 1999, el uruguayo Eduardo Galeano suscribe la hipótesis borgeana de que el eufemismo es una forma de la hipocresía: "el capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado; el imperialismo se llama globalización; las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, que es como llamar niños a los enanos; el oportunismo se llama pragmatismo; la traición se llama realismo; los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos; la expulsión de niños pobres por el sistema educativo se conoce bajo el nombre de deserción escolar; el derecho del patrón de despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama flexibilización del mercado laboral;...". Como ha dicho Inodoro Pereyra, "ya no quedan domadores, ahora todos son licenciados en problemas de conducta de equinos marginales".

EL CUCHILLO BAJO EL PONCHO

Sin embargo, insistimos, no siempre el eufemismo implica un acto de hipocresía. El sociólogo Pierre Bourdieu extendió el uso del término hacia el mundo de la cultura, más allá de los límites del lenguaje, para referirse al deporte (y otras prácticas culturales) como eufemización de la guerra. Es sabido que, en su origen, muchas prácticas deportivas estaban íntimamente ligadas a la guerra, como la lucha, las carreras de cuadrigas o el lanzamiento de la jabalina, y a menudo los atletas que ganaban en los certámenes eran afamados guerreros. Con el tiempo, las reglas de los deportes en equipo se tornaron más abstractas y las armas fueron reemplazadas por una pelota, un bate o una raqueta: se conserva la competitividad, pero se atenúa su origen violento. Así, las rivalidades entre pueblos o barrios enemistados pueden resolverse, simbólicamente, a través de un partido de fútbol entre sus clubes representativos. Cuando juegan Inglaterra y Argentina, o Perú y Ecuador, laten agazapadas, en esas guerras simbólicas, otras guerras trágicamente reales. Es cierto que los enfrentamientos entre hinchas de fútbol suelen ser violentos y aun criminales, pero podemos pensar, al menos como hipótesis, que podrían ser aun más violentos si el fútbol no fuera una camino para resolver, simbólicamente, las enemistades sociales, si no las "eufemizara".

En suma, sería deseable que las relaciones humanas no requirieran de eufemismos para ocultar la hipocresía o para canalizar la violencia contenida, pero somos animales astutos y acechantes que no terminamos de acostumbrarnos a las reglas elementales de una sociedad de orden, paz y tolerancia. Una figura de Geoffrey Chaucer, el escritor medieval inglés, sedujo al Borges de "Otras inquisiciones" (y también al Cortázar de "La vuelta al día en ochenta mundos"): "the smiler with the knife under the cloak" (el que sonríe, con un cuchillo bajo la capa); en el campo se decía lo mismo: desconfiar de tal persona porque "se trae el cuchillo bajo el poncho". La figura condensa la hipocresía (la sonrisa falsa) y la violencia (el cuchillo oculto): la hipocresía que el eufemismo delata y también la violencia que procura evitar.


dediego_jl@yahoo.com.ar

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