Pippo murió tras años de aislamiento
Vivía prácticamente encerrado en su casa de City bell. En los últimos meses se lo veía especialmente desmejorado
| 6 de Junio de 2009 | 00:00

"Nunca pudo reponerse. Vivía casi aislado, abstraído. Apenas salía para comprar cigarrillos y hacer algunos mandados por el barrio..." Nunca recibía visitas, se lo veía desaliñado, hacía mucho tiempo que no se afeitaba y no se cortaba el cabello
La descripción de un vecino ayuda a entender cómo era la vida de Federico Pippo que, tal como informó ayer este diario, murió en su casa, a los 68 años, de un paro respiratorio.
En estos días se cumplirán 25 años del crimen de Oriel Briant, la mujer con la que estuvo casado durante casi veinte años y con la que tuvo cuatro hijos. Ya hace más de 20 que Pippo obtuvo el sobreseimiento definitivo, después de haber pasado más de un año en la cárcel -junto a su madre, a su hermano y a su primo- como principal sospechoso de aquel homicidio que conmocionó a nuestra ciudad y al país entero.
Pero su vida cambió para siempre. De aquel profesor de literatura vinculado a los ambientes académicos de la Ciudad no quedaba más que un recuerdo difuso. Nunca pudo reinsertarse profesionalmente y, con el tiempo, se convirtió en un hombre virtualmente marginado, aislado. Vivía como un ermitaño. "Nunca recibía visitas, se lo veía desaliñado, hacía mucho tiempo que no se afeitaba y no se cortaba el cabello", aporta una vecina que solía cruzarlo en negocios del barrio. "En los últimos tiempos estaba extremadamente delgado, era un hombre que inspiraba lástima...", añade la mujer.
Pippo vivía con dos de sus hijos varones. Manejaban su vida familiar con hermetismo y, más allá de ocasionales encuentros en el barrio, no tenían contactos ni relación con ningún vecino.
La casa en la que vivía -un típico chalet mediano de City Bell- mostraba signos de abandono y deterioro. Es el inmueble al que se había mudado después de la separación de Briant. Y un dato ayuda a describir cómo pasaba sus días: la ventana que da a la calle siempre estaba herméticamente cerrada.
Algunos vecinos creen que su aislamiento definitivo se produjo hace unos ocho años, después de haber pasado un período de internación en el hospital neuropsiquiátrico de Romero.
En el encierro, Pippo habría seguido cultivando la pasión por la lectura y habría dedicado horas y horas a escribir. Eso surge de la última entrevista que mantuvo, hace pocos días, con periodistas de este diario y que será publicada por EL DIA en su edición de mañana.
Los vecinos no se extrañaron cuando el miércoles a la mañana vieron una ambulancia en la puerta de la casa de Pippo. Hacía meses que lo veían "muy consumido".
Sus restos fueron velados unas pocas horas en la casa funeraria de Villa Elisa. Y acompañados por muy pocos allegados, fueron sepultados en un cementerio privado de la Región.
La descripción de un vecino ayuda a entender cómo era la vida de Federico Pippo que, tal como informó ayer este diario, murió en su casa, a los 68 años, de un paro respiratorio.
En estos días se cumplirán 25 años del crimen de Oriel Briant, la mujer con la que estuvo casado durante casi veinte años y con la que tuvo cuatro hijos. Ya hace más de 20 que Pippo obtuvo el sobreseimiento definitivo, después de haber pasado más de un año en la cárcel -junto a su madre, a su hermano y a su primo- como principal sospechoso de aquel homicidio que conmocionó a nuestra ciudad y al país entero.
Pero su vida cambió para siempre. De aquel profesor de literatura vinculado a los ambientes académicos de la Ciudad no quedaba más que un recuerdo difuso. Nunca pudo reinsertarse profesionalmente y, con el tiempo, se convirtió en un hombre virtualmente marginado, aislado. Vivía como un ermitaño. "Nunca recibía visitas, se lo veía desaliñado, hacía mucho tiempo que no se afeitaba y no se cortaba el cabello", aporta una vecina que solía cruzarlo en negocios del barrio. "En los últimos tiempos estaba extremadamente delgado, era un hombre que inspiraba lástima...", añade la mujer.
Pippo vivía con dos de sus hijos varones. Manejaban su vida familiar con hermetismo y, más allá de ocasionales encuentros en el barrio, no tenían contactos ni relación con ningún vecino.
La casa en la que vivía -un típico chalet mediano de City Bell- mostraba signos de abandono y deterioro. Es el inmueble al que se había mudado después de la separación de Briant. Y un dato ayuda a describir cómo pasaba sus días: la ventana que da a la calle siempre estaba herméticamente cerrada.
Algunos vecinos creen que su aislamiento definitivo se produjo hace unos ocho años, después de haber pasado un período de internación en el hospital neuropsiquiátrico de Romero.
En el encierro, Pippo habría seguido cultivando la pasión por la lectura y habría dedicado horas y horas a escribir. Eso surge de la última entrevista que mantuvo, hace pocos días, con periodistas de este diario y que será publicada por EL DIA en su edición de mañana.
Los vecinos no se extrañaron cuando el miércoles a la mañana vieron una ambulancia en la puerta de la casa de Pippo. Hacía meses que lo veían "muy consumido".
Sus restos fueron velados unas pocas horas en la casa funeraria de Villa Elisa. Y acompañados por muy pocos allegados, fueron sepultados en un cementerio privado de la Región.
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