El ángel de Estela Calvo

Por Aurora Venturini

Estela Calvo nació en 1931 y nos dejó en 1997. Vio la luz en La Plata. Descansa en La Plata, porque una platense tiene la obligación de permanecer en su patria chica. Aún vuela entre nosotros porque fue un ángel.

Fueron sus padres el doctor Jacinto Calvo y doña Néstar López Merino. Jacinto, abogado, periodista del diario EL DIA, donde redactaba artículos de fondo, Fiscal de Cámara y Asesor de Minoridad. Néstar nació en el palacio López Merino, calle 49 nº 835, donde hoy funciona el Complejo Bibliotecario Francisco López Merino, siendo sus padres, Toribio López y América Merino. De este matrimonio nacieron varios hijos, entre ellos, el poeta.

Panchito López Merino, tío de Estela, solía caminar por los senderos verdes del Bosque, junto a Jorge Luis Borges, quien venía a visitarlo porque sabía que estaba enfermo, más de romanticismo que de mal físico. En ese entonces, diré, el suicidio se usaba. Faltaba ya poco para que Borges le dedicara a Pancho-difunto estos versos: "Si te cubriste, por deliberada mano/de muerte,/si tu voluntad fue rehusar todas las mañanas del mundo/es en vano que palabras rechazadas te soliciten/predestinadas a imposibilidad y derrota".

Veámoslo aún en el palacio de los duendes memoriosos, cómo excede los límites de una serena domesticidad, navegante de las aguas de un río francés que puede ser el Sena: "Por el agua dormida pasan leves ensueños/igual que por la mente de un niño ilusionado./

La frágil superficie del agua que ha soñado/es sensible lo mismo que un tejido de sueños". Indudablemente, Verlaine campea entre estas rimas.

Ahí mismo, en el Palacio López Merino, Pedro Mario Delheye, escribe: "Oh, quietud de la casa a cuya sombra/brotó la pena ay se formó la herida,/en ti de nuevo el corazón anida, reza en voz baja, y sin querer, la nombra". Pedro Mario es el vate confidencial aburguesado: "Sangre flamenca corre por mis venas, por eso gusto de la cerveza, del jamón y del queso/que en Flandes se fabrica". Delheye está dispuesto a la ventura hogareña, sin expectativa de fuga hacia la gran aventura.

Ambos poetas fundamentales de la poesía platense murieron muy jóvenes.

Jorge Luis Borges, platense por adopción amistosa, aún padecería un "Dios que en su gran sabiduría/ me dio a la vez, los libros y la noche".

Descubriré a Estela Calvo López Merino entre el ramaje de su árbol genealógico, confesando que para abrir un calvero en la tupida floresta, recurro a los bardos de un alto y noble cuño, ya asentados en nuestra literatura por Roberto Saraví Cisneros, en su Primera Antología Poética Platense. Estela, de por sí, significaba un ángel, tenía ángel que es lo más difícil de hallar en una mujer. Ella se había casado con el doctor Ricardo Raúl Reca, que murió joven, dejándole cinco hijos. Uno de ellos, Pablo, me da noticias curriculares de Estela.

Ella publicó dos libros: "Terapia intensiva" y "Rostros y rastros platenses". La actividad de Estela Calvo, desde el lugar que ocupaba en el Salón Cultural Bernardino Rivadavia de la calle 7 y 47, derrotó nuestra notable molicie provinciana. El público ya conocía el nombre, genio y figura de la promotora de actos culturales, conferencias, charlas amenas, proyección de películas con asistencia gratuita.

Ella marchó a su dulce silencio un día de enero.

Yo la recuerdo sentada en un banco del Bosque. El mismo banco que ocuparon Pancho y Borges. Me veo a mí misma sentada junto a ella que está convaleciendo de una operación y trae unos poemas inéditos.

Aunque demuestra cierta debilidad post operatoria, le pido que lea los versos. Sé que eso beneficia el ánima.

Me dice que bueno y lee: "Esta mañana tiene como una despedida que desciende las copas de altas araucarias./Esta mañana plácidamente fría/marca en mi segundero una hora precaria./Será acaso, tal vez, esta cadencia horaria/la sombra pertinaz de las ausencias mías".

Ya de memoria, sigue: "Esta mañana tiene como una despedida/que baja de los árboles y me viene a decir/habré de despegarme de la reconocida/casa cuya ventana ya nunca podré abrir".

A fin de sacarme de un estado de pena que me embargó, vistiéndose de ángel consolador, me auguró: "Sabés Aurora, José María Mainetti, me va a prologar un libro."


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