Sara Ballent de Benialgo

Fue una respetada científica que abordó la Micropaleontología con una especificidad admirada a nivel académico y científico; pero por sobre todas las cosas, Sara Ballent fue una persona apreciada por sus virtudes, por eso su fallecimiento causó una profunda tristeza en distintos ámbitos en los que se vinculó.

Fue la hija mayor de Clotilde Alonso y José Ballent; había nacido el 20 de agosto de 1950 en Tandil, ciudad en la que creció junto a su hermana Anahí y desde la que partió en busca de una formación universitaria. Llegó a esta Ciudad a los 18 años para ingresar a la Universidad Nacional de La Plata, de donde se graduó como doctora en Ciencias Naturales con orientación en Geología. Luego se especializó en Micropaleontología.

Sara fue una apasionada del trabajo y una entusiasta investigadora, a raíz de esa actitud no fue extraño que más allá de desarrollar una rica tarea profesional, en su tiempo libre siguiera unida a su lupa para observar microorganismos y entretenerse.

Desarrolló muchos cursos de postgrado hasta alcanzar una amplia formación académica que también le permitió destacarse como investigadora del CONICET y docente de la facultad de Ciencias Naturales.

Trabajaba en la División Paleozoología Invertebrados del Museo de Ciencias Naturales. Sus allegados destacaron que era una profesional muy detallista que eligió el estudio de los microfósiles por su gran poder de observación. Entre sus colegas también cosechó entrañables amistades que mantuvo toda su vida.

Cumplió el proyecto de formar una familia junto a Alfredo Raúl Benialgo, con quien en diciembre hubieran cumplido 30 años de casados. Su alegría creció con la llegada de sus hijos Violeta, Mercedes, Angeles y Salvador. Pese a sus exigencias profesionales, siempre priorizó la atención de cada uno de ellos y estuvo atenta a cada una de sus necesidades, hasta en los mínimos detalles.

Había radicado su hogar en el barrio Hipódromo, lugar en el que vivió en los últimos 20 años.

Amaba el sol, el calor y las flores; era una apasionada de la jardinería, en particular de los jazmines y las fresias. También sentía debilidad por las cuatro perras callejeros que había adoptado. Además le gustaba practicar largas caminatas, hacer ejercicios de pilates y estudiar portugués.

Junto a su esposo, también geólogo, realizó periódicos viajes dentro y fuera del país para dar charlas y participar de congresos. Luego de sus ocupaciones, aprovechaba el tiempo que le quedaba para hacer turismo.