Crimen en Los Hornos: menor murió en brazos del asesino

Nadie sabe por qué el joven de 17 años le disparó. "Rubio, me tiraste", las últimas palabras de la víctima

"Rubio, me tiraste", balbuceó Tomás Matías Pérez Guerrero (15). Fue lo último que se le escuchó decir. Agonizaba, rodeado de sus amigos. Entre ellos, estaba "El Rubio", el joven de 17 años que acababa de dispararle a quemarropa, quien tenía sus manos contra el pecho de la víctima, y le cubría la herida, entre llantos, apretándola para que no salga tanta sangre.

A medida que los testigos encajan las piezas del rompecabezas de esa madrugada fatal en Los Hornos, el crimen del adolescente de 15 años asesinado por su amigo, parece cada vez más absurdo. Una muerte que nadie consigue explicarse y que dejó a una familia y hasta un barrio destrozado.

Ayer a la tarde, una decena de amigos de Pérez Guerrero se juntaron frente a su casa de calle 132 entre 63 y 64, consolándose unos a otros, tratando de encontrar, en medio del dolor y la impotencia, una razón para un hecho inexplicable.

"NO LO PODIA CREER"

"A Tomás lo conocemos de los 6 años. Somos todos de acá. Salíamos a andar en bicicleta o jugar al fútbol todas las tardes. A mí me despertó mi hermana porque me habían ido a buscar dos de las chicas y me dijeron 'Vení que te tenemos que decir algo'. Yo, hasta que no llegué hasta la casa y vi toda la gente junta no lo podía creer", contó a EL DIA Matías (16).

Nunca pensaron que el agresor podía llegar a cometer un hecho así contra alguno de ellos. A "El Rubio", como le dicen al imputado, lo conocieron hace alrededor de un año atrás. "No es de toda la vida", remarcaron.

"Lo conocíamos, pero era un 'hola y chau', y alguna vez nos pusimos a charlar. El flaco era de tener un arma siempre.... Pero nunca pensamos que podía hacer eso a algún amigo", contó Nicolás, otro de los chicos de la cuadra.

Desde que ocurrió el crimen, en el barrio no se habló de otra cosa. El boca en boca hizo circular diferentes versiones, todas con matices. Los adolescentes que hablaron con los otros chicos que iban en el auto cuando se cometió el crimen contaron que "en el boliche (al agresor) ya lo habían sacado porque discutió con uno. Cuando salieron se pelearon con unos chicos de otro barrio, y este pibe sacó el arma y desde el auto hizo un disparo".

ANUNCIO DE LA MUERTE

No obstante, esta posibilidad, así como la aportada por otro de los jóvenes, quien aseguró que "en el auto ya le había gatillado a otro chico queriéndolo asustar y no tenía balas el arma", no fue confirmada por la Policía.

Los amigos de Pérez Guerrero contaron que, en el viaje fatal, "El Rubio" habría lanzado frases como "uno de ustedes tres muere hoy".

Al llegar a calle 135 entre 62 y 63, en el auto viajaban cinco adolescentes. "El Rubio", que manejaba. Pérez Guerrero, que viajaba en el asiento trasero flanqueado por dos amigos y un chico más en la butaca del acompañante.

Fue entonces cuando el agresor le disparó a quemarropa, para espanto del resto. "Se quedaron paralizados", contó Diego (16) y agregó: "Pero enseguida el pibe les dijo que lo bajaran y se fue a esconder el auto a las dos cuadras".

LE CUBRIO LA HERIDA

Los investigadores confirmaron la hipótesis de que el atacante, tras esconder el auto, regresó a la escena y trató de asistir a su víctima. "De hecho -explicaron-, cuando llegaron los policías, con el primero que se entrevistaron fue con él, que inventó la coartada del intento de robo".

Los chicos denunciaron que "la ambulancia tardó como 40 minutos en llegar. Cuando vino, Tomás ya estaba muerto. Se murió en brazo de los amigos y de su propio agresor".

El crimen de Pérez Guerrero dejó una herida profunda en el ánimo colectivo de este grupo inseparable de amigos. Ellos dicen que lo van a recordar con un gesto, el que caracterizaba a ese alegre chico de 15 años que encontró una muerte demasiado temprana e injusta: la sonrisa.

"Estaba siempre riéndose, era muy divertido", dice Matías y se abraza fuerte al hermanito de 8 años de Pérez Guerrero, que acaba de llegar. Ha venido a buscar consuelo entre los amigos de su hermano. El pequeño no dice nada. Sus luminosos ojos, teñidos con el rojo de la impotencia, lo dicen todo.

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