“Emplean técnicas de manipulación para persuadir”

Ni bien la madre de la periodista Estefanía Heit salió a decir que su hija era también víctima por haber sido influenciada por una secta, el tema de estos grupos pseudo religiosos volvió a estar bajo la lupa mediática y, con él, el reclamo que desde hace meses viene realizando Pablo Salum, quien fuera víctima de una secta de capital federal y ahora está al frente de una ONG que pide por una ley antisectas en el país, tal como se sancionó algunos años atrás en Francia.

El tema no es nuevo. Ya en la primera encuesta realizada en Argentina sobre el fenómeno sectario a mediados de los noventa, la mayoría de los consultados opinó que el Estado debería actuar: sea controlando su funcionamiento (34%), sea previniendo a la población sobre el peligro que representan (32%) o directamente prohibiendo su funcionamiento (22%). Sólo para un 7% el Estado no debería actuar.

El debate gira en torno a la peligrosidad de estos movimientos y al “lavaje” de cerebro que los supuestos líderes espirituales realizan sobre sus adeptos. El psicólogo Michael Langone, especialista en el tema, apunta que una secta es “un movimiento que exhibe una devoción excesiva a una persona, idea o cosa y que emplea técnicas antiéticas de manipulación para persuadir y controlar a sus adeptos, trayendo como consecuencias posibles el daño a sus miembros, a los familiares de ellos o a la sociedad en general”.

Distintos informes alertan sobre la problemática. Uno de ellos, elaborado por una ONG dedicada a seguir el tema en América Latina, asegura que cada hora un promedio de 400 católicos latinoamericanos pasan a integrar alguna secta, lo cual supone unos tres millones y medio por año.

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