Illia, a 50 años de su asunción Un ciudadano en el poder

“Sus hijos se lo van a reprochar”. Con serenidad, sin sobresaltarse, Arturo Illia -el ex presidente radical de cuyo ascenso al poder se cumplen hoy cincuenta años- repitió varias veces esa premonitoria frase durante la noche del 28 de junio de 1966. Su interlocutor era el entonces coronel del Ejército Luis Perlinger, encargado de desalojarlo del despacho de la Casa Rosada en el marco del levantamiento armado de sectores de las Fuerzas Armadas.

Apenas diez años después de aquel hecho, Perlinger reconoció públicamente su arrepentimiento por haber actuado en ese golpe. “Tenía tanta razón… Hace tiempo que yo me lo reprocho, porque entonces caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional”.

Pero Illia no sólo representó a un partido político. Muy pronto se fue convirtiendo en un ejemplo de honestidad y sensatez en el ejercicio de poder. Y la de Perlinger no sería, ni mucho menos, una voz solitaria. Pocos años después del golpe de Estado que desembocó en la denominada “Revolución Argentina”, muchos de los protagonistas de la época manifestaron su arrepentimiento público por haber contribuido de una manera u otra al derrocamiento del gobierno de Illia.

Entre los que hicieron autocrítica figuró nada menos que el ex presidente de facto Alejandro Lanusse, que 1983 hizo una reflexión en la que se cuestionó por su activa participación en el período comprendido entre 1966 y 1973., y calificó al golpe que ayudó a construir como un “error garrafal”. “Reconozco mi error al haber apoyado aquel acto militar. Me comprometo a no repetirlo”, dijo Lanusse a pocos días del retorno a la democracia.

Pero en la prensa hubo también muchos arrepentidos, ya que algunos medios se dedicaron a denigrar y a ridiculizar la figura de Illia. En 1982, el periodista Ramiro de Casasbellas -que durante la presidencia del radical fue director de la revista Primera Plana- realizó una autocrítica pública por haber sumado su voz al coro de cuestionamientos desmedidos contra el gobierno.

ALGUNOS DATOS DE UN MANDATO TRUNCADO

Y escribió Casasbellas: “¿Qué diablos sucedía en 1966, cuando las Fuerzas Armadas volaron la democracia argentina sin hallar resistencia en el pueblo? No sucedía nada. Nada más que esto: inflación del 1% mensual; deuda externa disminuida en un tercio; subida del producto bruto interno a razón del 10% anual; crecimiento industrial del 35% en dos años; 41% de participación de los salarios en el ingreso; descenso del déficit fiscal del 25% en dos años; ninguna adquisición de empresas por parte del Estado, que dedicaba el 25% de sus fondos a la enseñanza; ningún torturado, ningún preso político, ningún desaparecido (...) y el máximo imperio conocido desde 1930 de las libertades, la justicia económica y la honradez administrativa”

Poco antes del golpe que lo derribó en 1966 -faltaban sólo dos semanas para que se concretara el movimiento militar que terminaría derrocando a Illia, el diario El DIA advirtió sobre la inminencia del levantamiento armado y los planes del grupo comandado por Juan Carlos Onganía. La noticia se convirtió en el primer aviso concreto acerca de la posibilidad del levantamiento armado y fue un intento por evitarlo. Se señalaba, incluso, que los golpistas planeaban un régimen para diez años. Fue a raíz de aquella advertencia, que el gobierno de facto -una vez asumido- pretendió confiscar el diario.

EL PLAN DE LOS GOLPISTAS

En medio de un clima tenso y con versiones sobre la inestabilidad del orden democrático, el entonces ministro de Defensa Leopoldo Suárez encargó un trabajo de inteligencia sobre uno de los grupos opositores dentro de las Fuerzas Armadas. Así, el gobierno pudo contar con una valiosa copia del programa que los insurrectos pensaban aplicar en el país una vez que derrocaran al presidente Illia, algo que daban por hecho. Junto al entonces subsecretario de Trabajo, Germán López, Suárez decidió dar a conocer el documento en los medios, con la idea de que la exposición pública sirviera para crear una reacción civil contra ese movimiento.

El plan de acción que se ventilaba en ese documento exponía la doctrina que inspiraba a los futuros golpistas. Estipulaba, por ejemplo, que a partir de la asunción del poder por parte de las Fuerzas Armadas “como un todo orgánico y disciplinado” a través de sus comandantes en jefe, ese “poder militar” designaría por un período de diez años un presidente que encarnaría lo que denominaban “poder civil”.

Entre las medidas a tomar -se advertía-, figuraban la disolución de todos los partidos políticos, “prohibiéndose la creación de otros nuevos”. Y establecía la pérdida de personería gremial de las organizaciones obreras y empresarias existentes, que pasarían a funcionar como simples asociaciones.

UN EJEMPLO

No resulta arbitrario ni infundamentado destacar a Illia como un político ejemplar, por su honestidad y personalidad incorruptibles. En materia de política interna se le achacó haber asumido con sólo el 25 por ciento de los votos, venciendo a la UCRI liderada por Arturo Frondizi, en tanto que el peronismo no pudo intervenir en esos comicios pues se encontraba proscripto por una ley anterior.

Lo cierto es que en la primera elección de renovación legislativa, es decir la de 1965, se levantó esa veda y peronismo participó, venciendo en las urnas a la UCR del Pueblo, que lideraban Illia desde el gobierno y Ricardo Balbín desde el llano.

Vecino de Cruz del Eje, donde ejerció como médico de familia, tuvo en toda su vida una sola casa, muy sencilla. Y a medio siglo de su asunción en la Presidencia de la Nación, la historia rescata de Illia -al margen de valoraciones de su gestión- que esa vivienda seguía siendo el único patrimonio con el que contaba cuando dejó la Casa Rosada; un bien que le había sido donado por suscripción pública, con ayuda y por voluntad de sus vecinos de Cruz del Eje.

Illia fue el único presidente de la Argentina que no aceptó cobrar jubilación presidencial. Y fue, también, el más ciudadano de los presidentes. Cuestionado sin piedad, hasta la burla, por sus modos apacibles, la propia clase política lo reivindica hoy como un modelo de austeridad y honestidad en el poder.

Sus restos descansan en el Panteón a los Caídos en la Revolución de 1890 (conocido popularmente como Panteón Radical), del Cementerio de la Recoleta. En ese mausoleo, además de Illia, se encuentran Leandro N. Alem, Hipólito Yrigoyen y Elpidio González, entre otros dirigentes de la Unión Cívica Radical.

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