Un edén llamado Colonia Urquiza

Cómo se vive en esta colonia argentina que produce flores, da trabajo a 20 mil familias, y conserva distintas raíces culturales en un sitio perdido en el tiempo

Por MATÍAS KRABER Y MANUEL LÓPEZ MELOGRANO

No hay bocinas, ni taxis, ni ambulancias, ni publicidades móviles. El bochinche no llega. La contaminación audiovisual no existe por estos lados donde el color y la tranquilidad parecen aliados estratégicos.

Los niños en el patio del colegio cantan a coro y suenan goles de metal en un metegol del quiosco que da la esquina de 492 y 186. El resto: tranquilidad, sosiego, la siesta infinita que se estira en las calles de Colonia Urquiza, pequeño edén a 20 kilómetros del centro de la ciudad de La Plata, mientras el sol derrite el asfalto de la calle. El sacrificio cotiza en bolsa en éstas tierras fértiles que ahora mismo sacan flores por doquier. Desde hace un mes, son tiempos de cosecha.

Un peón que llegó de Bolivia hace dos años camina lento con su gorra para taparse del sol. Viene fumando un cigarrillo, saluda con la mano y frena por un mate en la bicicletería de Mario. Un descanso habitual, una plática necesaria:

- La verdad que esto- dice Mario Denino y hace una circunferencia con las manos- es un paraíso. El que pasa por acá, así a vuelo de pájaro, tal vez no se dé cuenta. No lo pueda medir, porque hay que vivir acá para poder darse cuenta.

¿Darse cuenta?, significa decir que otro mundo es posible. Y cerca: no hace falta irse más que unas 30 cuadras del Neuropsiquiátrico Alejandro Korn de Melchor Romero para que empiece una Colonia donde uno se sumerge al pasado.

En este lugar está lo esencial de una vida saludable: vecinos que se conocen, el trueque que jamás se perdió porque existe la gauchada entre ellos: el arreglo de una goma pinchada se puede canjear por unos kilos de tomates, sin precisar cifras ni cantidades. “Acá nadie está pensando en joder a nadie, al contrario: cada uno se sacrifica mucho por su trabajo, pero también ayuda al otro si necesita una mano”, dice Mario que también se saca el sombrero con los hermanos bolivianos - y asegura - “si no fuera por ellos, en muchas épocas del año, acá no se comerían verduras”.

VERANO JAPONÉS

Podría decirse que lo más japonés se ve en enero. Cuando el calor pega duro y llega el Bon Odori, el festival de Baile Japonés, al predio de 186 y 482 se vuelve un epicentro del turismo con la llegada de Colonias cercanas como las de Rosario, Córdoba, Escobar, Monte Grande y Corrientes. Vienen por dosis de música y baile típico y una variedad de productos de origen japonés. Cada año va más gente, el próximo será el 11 de enero. “Hay autos estacionados en la banquina hasta allá”- dice Yanina mientras toma la cuchilla con una mano y con la otra señala un kilómetro hacia el lado de Pipinas, por la ruta 36, en dirección a la costa Atlántica.

“El sushi se hace, pero cuando hay alguna reunión o algún evento. El festival es una exposición grandísima de gastronomía. “Lo que te imagines de comida japonesa lo vas a ver ahí. Es impresionante”, dice Mario -el bicicletero de la Colonia- mientras prepara un mate que es un llamador de gente. En las últimas tres visitas que hizo EL DIA a la zona, no se registraron síntomas de discriminación entre etnias o de clase. El conflicto visible en la ciudad, se cae como pétalos de una rosa que ya no tiene razón de ser en las quintas. “Acá no hay diferencias, somos una mezcla pero somos todos iguales, una comunidad, una colonia“, concluye.

De corazón florihortícola, la zona le da trabajo directo a 1.000 familias e indirecto a unas 20.000.

Poco queda ya de los clanes y las explotaciones familiares. Con la tercera generación y el mestizaje productivo se fue diversificando la cultura y las formas de trabajo agropecuario también. Los métodos avanzaron, en el rubro de las flores las semillas son originalmente holandesas, pero desde hace unos años se añadieron algunas especies nuevas al stock que recorre todo el mercado interno argentino.

“Acá está lo esencial de una vida saludable: vecinos que se conocen, el trueque que jamás se perdió porque existe la gauchada entre ellos: una goma pinchada se puede canjear por unos kilos de tomates, sin precisar cifras ni cantidades. Cada uno se sacrifica mucho por su trabajo, pero también ayuda al otro si necesita una mano”

PARRILLA, A LA ORDEN

-Un saludo para las “Ye Ye” de la parrilla Jorgito de ruta 36 y 492 que están escuchando la radio mientras varios amigos viajeros andan de paso comiendo el mejor vacío de la zona -dice con voz de locutor tropical el conductor del programa del mediodía de una radio zonal que tiene pegados al dial a los vecinos de Romero al Peligro.

Las Ye Ye-son Yesica y Yanina- argentinas cuentan que en un día normal se venden 3 vacíos completos, 2 tapas de asado y un jamón. Y los clientes pueden ser de la más variada procedencia: Corrientes, Brasil, la Patagonia, Dolores o el ruso de Vacalin, que pasa todos los mediodías y prepara el mate mientras espera su comida.

“Hace un año y medio más o menos que trabajo acá. La mañana arranca cuando nos pasa a buscar el dueño tipo 10 y estamos hasta las 4 de la tarde. Llegamos, se prende el fuego, acomodamos la mesa y ya empiezan a parar los primeros camiones”, dice Yesica, 26 años, que vive en Romero y trabaja junto a su amiga-coequiper Yanina, en la parrilla más popular de la zona Florihortícola en la ruta 36.

ACRIOLLAMIENTO

El sushi y el asado no son dicotomías. El mate y el té tampoco. Las mezclas son posibles y no hay conservadurismos. Natalia Kosa dice que su novio es argentino y tiene predilección por la gastronomía japonesa o las técnicas espirituales de meditación, pero ella se queda con el asado y no hace yoga. Dice que como toda moda las prácticas orientales soplaron hasta Argentina y se instalaron, pero que la mayoría de los japoneses en Colonia Urquiza no están todo el tiempo practicándolas.

De todos modos, todos conocen y destacan el club Nihongo Gakko en donde hoy se desarrollan todas las actividades, frente a la comisaría, sobre la calle 486. Y en un edificio vecino al Club funciona “la escuelita” del mismo nombre. Allí siete maestras les enseñan a un centenar de chicos el idioma y las costumbres de la cultura nipona. Y ya desde 2002, se les permite la entrada a niños que no son hijos o descendientes de japoneses. Como ya lo hizo Natalia; el objetivo de los alumnos es aprender a hablar y escribir bien, y así poder ganar una beca para viajar a Japón para conocer a sus parientes. A otros les atrae la idea de vivir en el país de sus abuelos.

Nihongo Gakko es la usina cultural japonesa que propone mantener vivas las raíces enseñando la lengua a los más niños y con actividades deportivas a disposición de sus socios: fútbol, atletismo, ping-pong, béisbol y crocket para los más viejos. Incluso hay un muchacho que es profesor de educación física y les da clases gratis de Karate a todos los chicos de la Colonia.

Muchas de las casas tienen Internet y Direct TV. De esta manera pueden escuchar radio y ver canales japoneses como la señal NHK, la preferida de los ancianos. Son sólo unos pocos los que resisten hablando su lengua entre ellos o cuando retan a sus nietos.

En la otra vereda, el único bar de la zona congrega a bolivianos y paraguayos a mirar los partidos y tomar una cerveza, mientras descansan de sus jornadas intensas de trabajo, en un ritual que se hace esperar y se disfruta sobre todo los Domingos.

Acá, sobre la 186, mientras Julio, un peón paraguayo busca a su hijo en la salida de la escuela y se suben al colectivo Oeste 84 para llegar a su casa de Romero, se va la tarde. El sol cae, y como ellos, muchos vuelven a sus casas para acostarse temprano, porque la flor, es una cultura que se riega de madrugada.

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