Médicos que (tras)plantaron bandera en La Plata
| 9 de Marzo de 2013 | 00:00
Por CINTIA KEMELMAJER
Fue hace veinte años, un 27 de abril de 1993, cuando el flamante equipo de médicos platenses encabezado por los hematólogos Jorge Milone como director, y Victor Morales como segundo, comenzó a salvar vidas a través de aquel novedoso procedimiento para el país, que en Estados Unidos ya se venía practicando desde los años ´50 El lugar: la Fundación Mainetti, donde se estrenó el Instituto de Trasplante de Médula Ósea (ITMO).
Aquella vez, los médicos se convirtieron en noticia a nivel nacional. Aunque los medios reflejaron los laureles, pero no los obstáculos. Y esa es la parte más atrapante de esta historia.
PASO A PASO
Los pioneros rememoran y aún no lo pueden creer. Fue una aventura insospechada para ambos. Milone tenía apenas 37 años, título de hematólogo bajo el brazo y algunos años de trayectoria en el Hospital San Martín, además de una beca en la Academia Nacional de Medicina. “Vos que sos el más joven tenés que ser el jefe”, le dijo en aquel momento Morales -casi dos décadas mayor-. Y así fue. En los ´70, Morales había pasado dos años estudiando en un centro de trasplantes en París, donde sus valores profesionales dieron un giro de 180 grados. Cuando regresó, soñó con aplicarlo en la Argentina. Sabía que su enorme ambición debía encontrar el momento justo: como primer paso, fundó en 1978 el primer laboratorio de inmunología e histocompatibilidad, en el Hospital San Martín, la base para llegar al trasplante sabiendo si un donante es compatible o no. Y después de unos años, llegó la oferta anhelada, de la mano del reconocido cirujano platense José María Mainetti -mentor de René Favaloro y de su fundación homónima-.
“Ni lo dudamos: nos fuimos a aprender a Jerusalém durante seis meses”, recuerda Morales. “Ahora lo comento con simpleza, pero en su momento no había nada, ni siquiera estaba listo el edificio para llevar adelante la unidad de trasplante. Tuvimos que idear todo y cuando volvimos de Israel, además, aggiornarnos a los pocos recursos con los que contábamos”.
El proyecto fue enorme y trabajoso. Los enfermeros, por ejemplo, fueron contratados con un año de antelación a la puesta en marcha del proyecto. Nadie en el país sabía de qué se trataba lo que querían hacer: muchos hasta lo confundían con trasplante de médula espinal. Para Morales, el trabajo de instalar el tema significó meses y meses de levantarse cada mañana y cargar una carpetita con la que desfilaría por despachos de profesionales, políticos y empresarios, instruyéndolos sobre la nueva técnica, explicando sus intenciones, la magnitud de la problemática de los pacientes, intentando convencerlos de la importancia de su apoyo y financiación. “Fue extenuante”, recuerda él.
“Se necesitaba una buena infraestructura edilicia, había habitaciones barridas con filtros de aire: el aire ingresaba pero era un aire plenamente puro, filtrado. Durante veinte días el paciente no tiene absolutamente defensas, son pacientes de alto riesgo, por lo cual el personal de enfermería era fundamental. Para la primera operación, tenía que estar muy bien aceitado todo”, rememora Morales. Hasta que llegó 1993 y un equipo médico idóneo de doce personas que hoy enumeran como una formación de un club de fútbol y que les valió el pase a la gloria: Cobos, Cechini, Tarrela, San Román, De Bonis, Milone, Napal, Prates, Bordone, Etchegoyen, Morales y los residentes.
“En aquel entonces había muchísimos riesgos que desconocíamos, ignorábamos muchas cosas que hoy gracias al avance constante de la ciencia sabemos -asegura Milone-. Empezar fue durísimo, pero era un grupo con tanta convicción, tan sólido, que se concretó en poco tiempo: tres meses después, contábamos con todo un piso a nuestra disposición, doce camas y todos los insumos necesarios para ponerlo en marcha”.
NO HAY DOS SIN TRES NI CIENTOS
“El trasplante no es tratar una angina, una apendicitis. Técnicamente es más sencillo: es invasivo pero sacás las células y las infundís. Pero biológicamente, es la más complicada, la más compleja, porque las células tienen que instalarse bien”, explica Morales que, además también fue pionero en otra intervención: en 1985, participó del equipo que hizo el primer trasplante renal de la Provincia, en el Instituto Médico Platense. Hay dos tipos de trasplantes de médula ósea: el autotrasplante y el halo trasplante -con un donante familiar, generalmente hermano del paciente, o no emparental compatible, propiciado hoy en día por el flamante banco de donantes del INCUCAI, pero eso llegaría más de diez años después del primer trasplante-.
De la operación de Carlos Pastore, ambos mantienen vívido sobre todo el recuerdo de los nervios. Morales puede aún enumerar cada paso de aquella intervención. Aunque son chino básico para cualquiera ajeno a la materia, él los dice como si se tratara de algo cotidiano. “Se le hizo la intervención y después se lo sometió al sistema de féresis: al paciente se lo conectó a la máquina, la sangre salió, fue a la máquina, se centrifugó, en el fondo de ese tacho estéril quedaron los glóbulos rojos, arriba los blancos, y en el medio una capita: las células progenitoras. Esos ciclos se repitieron dos o tres veces hasta obtener la bolsita con la que hicieron el trasplante. Una vez obtenida, descendieron la temperatura para después sumergirlo en nitrógeno líquido. Eso les dio 196 grados bajo cero. Con ese procedimiento las células se congelaron, para luego descongelarse y ser viables, tener vida. Les agregaron, por último, dimetil sulfóxido, para que el agua que estaba adentro de las células no formara cristales y se murieran. Después de ese proceso, al paciente se lo trató con altas dosis de quimioterapia, y se infundieron las células. No estábamos todos tranquilos: habíamos visto realizar el proceso en Europa, en Israel, infinidad de veces, pero era la primera vez que lo hacíamos aquí. La decisión fue hacer el trasplante y esperar que tuviese resultado para avisar después que lo habíamos hecho”.
Después de ese primer paciente, la que siguió fue una chica con un mieloma a la que se sometió a un halo trasplante. Y su reacción, después de salir exitosa de la intervención, fue muy curiosa: como símbolo de agradecimiento, invitó a cenar en su casa de Quilmes a todo el equipo médico, y en un determinado momento de la velada, les hizo una parodia de cada uno de los doce médicos que la habían tratado. La anécdota, graciosa, quedó grabada en sus recuerdos.
MULTIPLICAR ES LA TAREA
De allí en más, en el ITMO hicieron alrededor de 400 trasplantes en sus diez años de funcionamiento. “Uno vivía metido en eso, llegábamos temprano al trabajo, nos íbamos tarde a nuestras casas, vivíamos angustias, cuando se cortaba la luz sufríamos por la conservación de las células congeladas… cuando faltaba nitrógeno, nos moríamos de la mala sangre”, explica Morales. La apuesta además fue superadora a la mera intervención quirúrgica: organizaron, en paralelo, simposios internacionales sobre este tipo de trasplantes, publicaciones nacionales e internacionales, recibieron dos premios por su labor -uno de la Sociedad Argentina de Hematología y otro de la Academia Nacional de Medicina-, hacían ateneos médicos a lo “Doctor House” todos los martes para discutir los casos de cada paciente y las posibles soluciones a los cuadros presentados, y hasta se formó una Asociación de Pacientes Hematológicos, constituida por trasplantados, que le brindaban ayuda y tranquilidad al nuevo paciente que llegaba al quirófano.
“Nunca supe por qué motivo la gente confió en mí para ese proyecto siendo tan joven. Lo único que sé es que siempre intentamos renovar la pasión”, afirma hoy Milone desde su despacho del Hospital Italiano, donde ejerce ahora como cabeza del equipo de trasplante de médula ósea de la institución. Comenzó ahí una vez que la Fundación Mainetti, tras la muerte de su creador, entró en quiebra y cerró sus puertas a fines de 2002. Morales, por su parte, pasó al INCUCAI, donde otra vez pionero, creó el primer banco latinoamericano de células progenitoras hematopoyéticas (ley 25392), una especie de lista de espera mundial a la que un paciente puede recurrir en caso de necesitar un trasplante de médula ósea y no contar con un familiar que sea compatible (en uno de cada tres casos sucedía eso, sin solución aparente).
CRECER Y REPRODUCIRSE
Años después de los inicios en la Fundación Mainetti, además, dos hospitales públicos se hicieron eco del trasplante de médula ósea: el Hospital Rossi y el Hospital de Niños, único especializado en trasplantes de médula ósea pediátricos junto con el Garraham.
¿Y qué cosas cambiaron desde aquella primera intervención de 1993 hasta hoy? No muchas. “La intervención cambió en mínimas cosas; se agregó tecnología y lo que creció de manera espectacular fue el halotrasplante con sangre de cordón umbilical”, advierte Morales. Es decir: el trasplante desde células del cordón umbilical, y no ya de la médula ósea. Para Milone, en cambio, hubo otras cosas que se modificaron en el proceso. Por empezar, mejoró la terapia de soporte: la contención al paciente, a través del diagnóstico certero de su patología, de la administración de mejores antibióticos, y otras cuestiones así. También cambió la relación paciente- médico: “Antes era todo artesanal. Pero yo nunca abandoné el hecho de ver a cada paciente, y hacerles el seguimiento. Lo sigo realizando personalmente”, cuenta Milone.
El mayor desafío con el que se encontró Milone durante estos años fue paradójico: le tocó atender a todos los médicos y familiares de médicos que sufrieran patologías malignas. A muchos los atendió cuando recién empezaba, y su juventud le jugó aún más en contra: “Ellos siempre quieren un trato diferencial, pero yo siempre les digo lo mismo, que no me consulten en el pasillo, que son iguales al resto”. Pero hasta el día de hoy, no hace otra cosa que dedicarse con el mismo entusiasmo a estas operaciones.
Morales, por su parte, decidió hace un año correrse de su función al frente del banco de donantes, y tomar un lugar de menor responsabilidad como asesor en el estudio de células madre. Además, aunque no es que tenga mucho tiempo libre, ahora se da ciertos lujos, como juntarse más con sus amigos, leer y desarrollar su última pasión, la cocina. “Soy fanático de Francis Malman y como vengo de formación de laboratorio soy prolijo, entonces para mi cocinar es muy divertido: es una forma de dar algo, de cocinar para amigos, pero además siempre me animo a cambiar alguna cosita de la receta, para modificar y reinventar- confiesa, y cierra- qué le voy a hacer: no puedo con mi genio pionero”.
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