San Martín y Alberdi, el mismo ideal libertario

Por CARLOS BOTASSI (*)

Agosto es un mes de aniversarios. De rememoración histórica que nos posibilita vincular a un genial militar y a un excelso pensador político y jurídico. El Padre de la Patria y el Padre de la Constitución Nacional. No existe la una sin la otra. Ambos trajinantes de tiempos diversos que en un lugar lejano se cruzaron para reconocerse en su grandeza. Portadores de angustias constantes y felicidad escasa. Inmortales constructores de nuestra Nación y de otras vecinas. Armas e ideas impulsadas por el mismo ideal libertario. Uno a marcha forzada en la intemperie infinita de los Andes. Otro insomne y solitario al cobijo de su gabinete de ensayista y literato. Los dos imprescindibles para conocer qué somos, de dónde venimos y, de ser posible, hacia dónde vamos. San Martín y Alberdi compartiendo la patria doliente en las entrañas de la guerra civil inacabable y el destierro tan eterno como la memoria que hoy los honra. Ambos cuestionados por sus contemporáneos, itinerantes y ausentes empujados a morir en la misma Francia luminosa del siglo XIX, con la mirada del alma puesta sobre la tierra sombría y amada que solo sacudía la modorra colonial con las guerras fraticidas.

VIDAS DISIMILES

Fuera de los sentimientos que compartieron (después de todo es cierto: “Patria es la tierra dónde se ha nacido”) no es posible imaginar vidas tan disímiles. San Martín fue un hombre de acción, un soldado que a los 13 años peleó contra los moros en África, a los 30 contra Napoleón en España y antes de cumplir los 45 expulsó a los españoles de América del Sur. Decía sentir aversión por el papel y la pluma. Alberdi, becario del Colegio de Ciencias Morales en Buenos Aires y luego abogado por la Universidad de Córdoba, solo fue diestro en el pensar y escribir, definiéndose como un pacifista. Escribió “El Crimen de la Guerra” (1869) denunciando que las conquistas obedecen a “la ambición, el deseo instintivo del hombre de someter a su voluntad el mayor número posible de hombres, de territorio, de riqueza de poder y autoridad”, aunque distinguiendo que “quien pelea por la independencia nacional, pelea por ser poseedor del poder que retiene el extranjero. Pelea por derechos y libertades”.

Alberdi reconoció en San Martín al mayor héroe nacional pero criticó con dureza lo que consideró un error político: dejar el final de la tarea emancipadora en manos de Bolívar. “Echó a los españoles de Chile y Perú, y los dejó en la República Argentina. Libertó países ajenos; dejó el suyo en manos del enemigo”. Sin embargo resulta conmovedor el relato de su encuentro el 14 de septiembre de 1843 en París: “Cuando se paró para despedirse acepté y cerré con las dos manos la derecha del gran hombre que había hecho vibrar la espada libertadora…”. Lo llama “nuestro Titán de los Andes” y afirma que “la última enseña que hay que agregar a un pecho sembrado de escudos de honor, capaz de deslumbrarlos a todos, es la modestia. Mientras tenemos hombres que no están contentos sino cuando se les ofusca con el incienso del aplauso por lo bueno que no han hecho, tenemos otros que verían arder los anales de su gloria individual sin tomarse el comedimiento de apagar el fuego destructor”.

Alberdi reconoció en San Martín al mayor héroe nacional pero criticó con dureza que dejara el final de la tarea emancipadora en manos de Bolívar

San Martín abogó permanentemente por el “partido americano”, alejado de las facciones, de los intereses sectoriales y de su propia conveniencia. Cuando se le propuso regresar y dotarlo de poder, contestó que “conociendo a los hombres más influyentes de Buenos Aires y su larga carrera de revoluciones y picardías, (he) resuelto morir antes que encargarme de ningún mando político”. Alberdi, rememorando su encuentro con su archienemigo Juan Manuel de Rosas (Londres, 18 de octubre de 1857), dirá que “su actitud respetuosa a la Nación y a su gobierno nacional me han hecho menos receloso hacia él. Lo hallé menos culpable a él que a Buenos Aires por su dominación”.

En estos tiempos electorales de alianzas y rupturas, de pactos y rescisiones, de promesas reiteradas siempre por cumplir y falsedades de toda laya, resulta necesario seguir el ejemplo de los Mayores. Cuando lo que importa es la salud de una nación es preciso discrepar cancelando el odio. Cuando se es grande de verdad cabe extender la mano al compatriota si ese gesto ayuda a la felicidad de un pueblo. Cuando los padecimientos de mucha gente están a la vista la reconciliación es una obligación de los hombres de buena voluntad y entre nosotros justo es reconocer su poca frecuencia. Casi un solo ejemplo reciente: el discurso de despedida de Balbín a Perón en 1974…pero Perón ya estaba muerto. Nunca sabremos si de haberse hecho realidad el sueño de leal y sincera convivencia de los dos partidos mayoritarios nos hubiéramos librado de la pesadilla que siguió.

José de San Martín nació en Yapeyú el 25 de febrero de 1778 y murió en Boulogne Sur Mer el 17 de agosto de 1850, tres años antes de que se jurara la Constitución que Alberdi ayudó a diseñar.

Juan Bautista Alberdi nació en Tucumán el 29 de agosto de 1810, dos años antes de que llegara San Martín al Río de la Plata para consagrar su vida al movimiento emancipador y murió en París el 19 de junio de 1884.


(*) Ex decano de la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales


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