Por siempre Tita

Directa, desvergonzada y frontal, Tita Merello supo ocupar un espacio estelar en el espectáculo argentino. A 110 años de su nacimiento se la recuerda como una artista respetada y querida que fue un símbolo de la mujer moderna, independiente y comprometida. Brilló desde 1930 en distintas formas, como cantante y actriz y también más tarde ganó su lugar en la tele. Nada le fue fácil y, a pesar de los éxitos, la soledad fue siempre su compañera

Ayer se cumplieron 110 años del nacimiento de la notable actriz y cantante argentina Tita Merello, todo un símbolo de la sensibilidad tanguera y un prototipo femenino, quien falleció el 24 de diciembre de 2002 en la Fundación Favaloro, a los 98. Adelantada, desprejuiciada y siempre directa, fue ejemplo de mujer moderna y una verdadera avanzada en hacer de lo femenino una marca registrada de seguridad, respeto y desfachatez. Todo junto y al mismo tiempo.

Pero su historia no fue fácil, y se escribió desde el principio como si fuera el argumento de una novela. Ella, la protagonista, la heroína de su propia historia, fue actriz y cantante pero sobre todo una de las figuras más importantes del espectáculo argentino durante varias décadas del siglo XX, cuando actuó tanto en cine como en teatro, tevé y radio.

Nacida el 11 de octubre de 1904 en un conventillo del barrio porteño de San Telmo, Tita Merello -cuyo verdadero nombre era Laura Ana- tuvo una niñez dura, que la llevó a trabajar desde los 10 años, hasta que inició su carrera artística en los años ‘20 en el teatro de revistas.

Dueña de una personalidad desbordante, directa y frontal, Merello se había convertido, a fuerza de sufrimiento, trabajo, talento y voluntad, en una artista muy respetada y querida y en un símbolo de la mujer moderna, independiente y comprometida con las circunstancias sociales que le tocaron vivir.

“Me costó trabajo aprender a vivir, pero aprendí a vivir, a leer, a pensar por mi cuenta. Si fuera verdad que la inteligencia se desarrolla mejor cuando encuentra resistencia, yo tendría que ser la mujer más inteligente del mundo. Fui resistida y resistente”, dijo alguna vez la artista, dando una idea de las asperezas de la vida que enfrentó con tesón.

Al duro camino recorrido en los avatares de la existencia, Merello le sumó el dolor por la relación sentimental que mantuvo y se truncó con el famoso actor Luis Sandrini.

Desde que se terminó su vínculo con el comediante, la artista se convirtió en un personaje abonado a la soledad que subrayó públicamente esa ríspida condición.

En la pantalla chica desarrolló un sólido rol de opinadora en el que, acompañada por el entonces joven Víctor Sueiro, inmortalizó la frase “muchacha, hacete el Papanicolau”, dirigida a la audiencia femenina

Merello, quien brilló en distintas formas del espectáculo argentino entre las décadas del ‘30 y el ‘70, pasó sus últimos años en una habitación de la Fundación Favaloro, donde llevaba una vida casi sin relaciones sociales.

Ya sin explotar su faceta artística pero sí toda su experiencia de vida, en la pantalla chica desarrolló un sólido rol de opinadora en el que, acompañada por el entonces joven Víctor Sueiro, inmortalizó la frase “muchacha, hacete el Papanicolau”, dirigida a la audiencia femenina.

Se dice que había debutado en la compañía de Rosita Rodrigo -que presentaba en el teatro Avenida “Las vírgenes de Teresa”, una seguidilla de números cómicos y musicales picarescos- y que fue abucheada al entonar una canción.

Luego trabajó en locales de la calle 25 de Mayo, donde era figura Florencio Parravicini y muchas artistas mujeres evitaban porque era una zona poco recomendable, entre antros de prostitución y marineros que llegaban desde Puerto Nuevo.

Frontal en su trato y dueña de una personalidad desbordante, se convirtió con el tiempo, a fuerza de sufrimiento, trabajo, talento y voluntad, en una artista muy respetada y querida y en un símbolo de la mujer moderna de su tiempo, independiente y comprometida con las circunstancias sociales que le tocaron vivir.

Ya consagrada en la calle Corrientes, grabó su primer tango en 1929 y luego otros en los que cantó acompañada por la orquesta de Francisco Canaro. Fue autora de la letra de “Llamarada pasional”, con música de Héctor Stamponi, y de “Decime Dios, dónde estás”, musicalizada por Manuel Sucher. Participó en el que por mucho tiempo se consideró el primer largometraje sonoro del cine argentino, “Tango”, de Luis José Moglia Barth, en 1933, justamente en el que debutaba un joven llamado Luis Sandrini, el hombre que como se dijo iba a ser el amor de su vida.

Tita había sido, por oportunidades y decisión propia, una mujer de muchos amores, pero la llegada de Sandrini a su vida marcó un antes y un después: la pareja apareció en cuanta revista de chismes había durante casi 20 años y hasta que la actriz Malvina Pastorino irrumpió ante el cómico.

Caída en desgracia por su adhesión al Peronismo a partir del golpe de Estado de 1955, entró en una profunda depresión y se dice que pensó en el suicidio, pero la intervención de su amigo Hugo del Carril sirvió para que poco a poco resurgiera de sus cenizas.

Ya mayor, era una severa consejera televisiva que urgía a las jóvenes para que se hicieran un Papanicolau y periódicas revisiones de senos para la detección temprana de un posible cáncer, algo que sólo ella podía hacer en la timorata TV de entonces. Casi centenaria, la llamada “Tita del Pueblo” o “Tita de Buenos Aires”, se había refugiado en una habitación de la Fundación Favaloro, donde su titular era su protector y guía, pero la muerte del profesional fue un golpe demasiado fuerte para ella.

Los médicos se habían alegrado de que Tita llegase a los 98 “sin enfermedades, más allá de las típicas dolencias de la edad”, pero su llama se fue apagando y aquella mujer, que a muchos les sonaba eterna, no tuvo más remedio que emprender el último viaje.

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