Rey tartamudo y princesas sin corte
| 14 de Mayo de 2014 | 00:00

POR AMILCAR MORETTI
Dos buenos estrenos. Uno británico y otro argentino. El de la isla, con cuatro Oscars desde mejor película, director y actor (Colin Firth) hasta guión. Y doce nominaciones. Lo cual viene a significar que el premio más célebre no significa mucho en materia de lenguaje del cine pero sí en cuanto a capital-dinero y fama. Y en última instancia, esas valoraciones (una película es “buena” cuando da ganancias y es vista por mucho público), debo reconocer (y corrijo lo anterior) de algún modo termina por incidir en la sintaxis y gramática fílmica, esto es, en el cine en sí mismo. Las películas del Oscar son diferentes, no mejores, pero diferentes. El error es suponer que es la única forma de hacer películas. Todo depende del poder, dentro del mismo, el poder cultural, y su capacidad de formatear al espectador multitudinario.
Bien, ¿cuál es la película? “El discurso del rey”, la del monarca inglés tartamudo que reinó hasta 1952, en que murió y fue coronada la señora Isabel. Jorge VI, el duque de York que cayó como peludo de regalo porque su hermano mayor, Eduardo VIII, abdicó para dedicarse a una vida más serena y suntuosa, y no tanto por amor como se dijo durante unos 80 años, antes de saberse algunas otras cosas. Sí, sí, se querían, pero la pareja no era la imagen vulgar sentimental que se tiene de Romeo y Julieta.
Aprecio a Geoffrey Rush, que ya tuvo su Oscar y pocos lo recuerdan, como mucho mejor actor que Colin Firth. Rush aquí es el docente contratado para corregir la disfemia o –como se dice ahora según USA- disfluencia del habla. Tartamudez, que no implica, claro, discapacidad intelectual
alguna. “El discurso del rey” es una de esas películas en las que todo es correcto, y aún presenta hallazgos en cuanto a apuntes de vida y humanidad cotidianas, lo que siempre tiene su valor en materia de individualidades y relaciones y en lo que a historia colectiva se refiere. Una gran parte de las películas que estrenan no aciertan en esto, tampoco. Después, al hacer el balance la obra aparece como algo que no deja demasiado en el curso del tiempo, salvo apuntes, como dije, siempre interesantes. Y un profesionalismo acabado.
“El discurso del rey” va el sábado, a las 22, por Cinemax.
¿Y LA PELICULA ARGENTINA?
La película argentina es “Abrir puertas y ventanas”. Es de las del tipo que la mirada experimentada percibe peculiar, diferente, con un estilo –quizás en marea lenta- que distingue desde hace años a buena parte del cine nacional, en especial, el realizado por jóvenes. Lo llamativo es que ya son dos o tres las generaciones de nuevos cineastas, promedio 25-30 años, que trabajan en igual circuito, un poco realimentándose, y también como una confrontación con el vértigo de Hollywood y buena parte de lo digital. “Abrir puertas y ventanas” tuvo distinciones en el Festival de Mar del Plata y se llevó lo máximo en Locarno. Después de un fugaz brillo en el 2012, en Argentina tuvo entusiasmo de verla poca gente. Casi casi una invariable: cine argentino serio muy premiado que no llega al público, ya porque las distribuidoras no se hacen cargo, ya por falta de suficiente publicidad, por oposición al “ritmo ligero” o a la “ausencia” de una historia con aventuras o sucesos grandes o pequeños.
“Abrir puertas y ventanas” es una buena película de una debutante, Milagros Numenthaler (1977), en coproducción con Holanda, siempre presente en este tipo de producciones pequeñas. Es, también, como “Viola”, la otra argentina de estos días muy elogiada, una película de mujeres, o sobre mujeres. “Sobre chicas”, definió bien una crítica. Interpreto que esto significa no solo que el centro es un sector del género femenino sino también de cierta edad y época, en determinado nivel social, en general medio, medio-bajo. Además, si es “de chicas”, puede suponerse, no es “de grandes”, de mujeres, de hembras sostenidas. Creo que la “chica” es la joven de la última década, no menos femenina pero sí con carga de otro tipo de subjetividad, apretada entre el deseo de aprovechar los derechos ganados de independencia y las exigencias no del todo desaparecidas de maternazgo, matrimonio, hogar. Algo sin definir, pienso. Se corresponde con los chicos (varones) sin trabajo, que no pueden “bancar”. Son “los chicos”, no hombres.
El filme de Numenthaler se basa en climas, atmósferas y percepciones del tiempo, detalles y algunas acotaciones verbales que parecen agudezas críticas reprochantes entre las personajes. Aquí son tres hermanas, criadas por la abuela, que de un día para otro quedan solas en una casona por muerte sorpresiva de la figura materna (los padres fallecieron tiempo atrás en un accidente). Es como el llamado para ponerse las pilas: ¿qué hacemos? ¿Qué camino tomamos? ¿Cada una por su lado? ¿Con qué cuenta cada quien salvo el común del vínculo fraterno y la propiedad inmueble? ¿Cómo nos hacemos adultas y nos bancamos? No es un problema nuevo: las generaciones hasta –por decir una fecha- 1945 debían hacerse grandes a empujones, dureza y necesidad. A los quince ya eran adultas y hacía años que se trabajaba, salvo en sectores acomodados. Ahora hay otro tipo de empuje hacia la autonomía, distinto, con otros aprendizajes y otros desafíos, y soluciones a crear mientras se ensaya o se juega en serio. En realidad, comenzar a jugar en serio, que no es fácil en la vida. Es cuando se viene abajo la colgadura de la higuera y para sobrevivir hay que poner el lomo, la dignidad (indignidad) de cada uno y la persistencia en sobrevivir sin mayor locura.
“Abrir puertas y ventanas” va el martes 20 a las 22, Incaa TV.
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