Enfermos con muchas ganas

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

GRACIAS POR COMPARTIR, de Stuart Blumberg.- Aquí se aborda un tema muy frecuentado en estos días: el de los adictos al sexo. Pero falla porque no define su tono y no se toma las cosas en serio. Si bien el material se presta para el toque grueso y burlón, el filme no abandona el tono de comedia amable, que en algunas situaciones y en algunos personajes (sobre todo ese médico desaforado) apela a la brocha gorda y no alcanza a ser ni chispeante ni romántico. Es el primer largometraje como director y guionista del hasta ahora solo escritor Stuart Blumberg. Su filme se pone a veces serio y a veces absurdo, pero es indeciso y desparejo. Los protagónicos tienen dos buenos actores (Marck Ruffalo y Gwyneth Paltrow) y su historia debería ser lo más interesante en este juego de enfermos raros que necesitan grupos de autoayuda para poder hacer los doce pasos salvadores que los dejarán en la otra orilla. No hay intriga, fluye entre notas pintorescas y apuntes de variada efecto, pero deja con ganas de ir un poco más allá, de poder abordar seriamente el asunto, de ver de qué manera esta nueva patología va condicionando conductas y hasta dónde el amor y sus demandas puede ser parte del manojo de adicciones que va atando a sus practicantes. Son ideas apenas insinuadas que a falta de profundidad se quedan en la superficie. El filme no aburre ni despierta mayor interés, transcurre en una medianía que alterna buenas y malas, es disperso y le falta garra, pero no deja de ser agradable, aunque quizá demasiado leve y agradable. (** ½).

UNA VIDA FEA

VIOLETTE, de Martin Provost.- Biografía correcta, cuidada, pero convencional y con poca sustancia. Otro ejemplo de un cine sin atrevimiento que se conforma con darnos los momentos salientes de una mujer sufrida, difícil, a la que le sobró soledad y le faltó amor. Porque la biografía de Violette Leduc tiene como punto central su desamparo. Desde la niñez la hicieron a un lado. Y el resto de su vida fue igual. Fue una mujer fea –así lo dice ella- que acabó dándole aspectos sombríos a una vida que sólo gracias a las letras pudo conquistar atención y reconocimiento. En Violette su aspecto le trajo dolor. Como quería Freud, la anatomía fue su destino.

El filme es una plegaria melodramática sobre la afirmación femenina, una película decorativa, donde cada uno hace su parte, pero no hay una escena capaz de transmitir a fondo la ausencia de un cuerpo querido que pudiera rescatarla de tantas penas y soledades. Y bajo esa misma mirada liviana y superficial, aparece este desfile de celebridades. “Violette” arranca en plena guerra y desde sus comienzos siente el rechazo y la desilusión que la acompañó siempre. Fue abandonada en su niñez, ignorada por su madre y todo siguió así. Pero será en la efervescencia de la posguerra, junto a Simone de Beauvoir, Camus, Genet y hasta Sartre, donde Violette irá perfilando los contornos de una vida tensionada entre la escritora con futuro y la mujer sin presente. La de ella fue una existencia desdichada y vacía, con el sexo como demanda central de una vida que parece haberse quedado con ganas de todo. (** ½)

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