Campusano abre un ciclo de cine bonaerense en el Teatro Argentino

Es un momento excitante para el cine: las nuevas tecnologías han brindado gran facilidad para la producción de películas y se escuchan cada vez más nuevas voces. Algunas de esas voces serán las protagonistas del ciclo Cine Bar TEA, en el subsuelo del Teatro Argentino, que mostrará de modo gratuito desde este jueves a las 19 películas de directores nacionales y bonaerenses con estéticas innovadoras, con la presencia de los cineastas para, en un ambiente distendido, discutir sobre el arte.

Y quien inaugurará el ciclo, que luego continuará a razón de dos sábados por mes, bajo la coordinación del crítico Alvaro Fuentes, será José Celestino Campusano, transgresor director que a través de su cine encarnado en las diferentes comunidades, acaba de sumar un nuevo premio, como mejor director, en el último BAFICI.

Con la idea de hablar sobre “nuestros modos de producción comunitaria”, Campusano llegará al Argentino para exhibir “El Perro Molina”, una historia de amor y venganza en una Argentina olvidada por el cine: la de los comisarios corruptos, los presos, las prostitutas y, sobre todo, la de los códigos no escritos en medio de ese mundo moralmente devastado.

Pero los héroes del cineasta no son antihéroes del margen sino personas complejas, atravesadas por las problemáticas de su comunidad. Porque para Campusano los héroes y los villanos “son fórmulas, clichés, que no son para nada nuestros, fueron traspolados por otras cinematografías y generan lo que es la maldita moda: todos sabemos que no hay nada que corrompa más a una sociedad que la moda, porque te impide ver más allá de lo aceptado”.

“Se establecen como moda ciertos patrones de la puesta en escena, ciertas temáticas y ciertas formas de proponer un personaje que hacen que todo se desarrolle dentro de un marco de notable previsibilidad”, critica Campusano, con su habital vehemencia, en diálogo con EL DIA.

EN BUSCA DE LO AUTENTICO

En la búsqueda por escapar a las fórmulas y retratar lo auténtico, el director de “Fango” y “Placer y martirio” ha desarrollado otra de sus marcas estilísticas: el uso de los “no actores”, personas de la comunidad retratada que se vuelven protagonistas de la ficción.

“Prefiero personas con pasado a personas con método, que es algo que se fragua, se compra, se finge”, dice, respecto a los actores profesionales, y explaya: “Nosotros queremos esos modos del habla, esos comportamientos del cuerpo, que generan otro tipo de composición”.

Los personajes que habitan el universo de Campusano son personas “con procesos intensos, no me gusta el cómodo, cobarde, contemplativo: no lo pondría en una película”; aunque evita utilizar la palabra “anormales” o “freaks” porque, dice convencido, “¿quién es normal? Una persona normal me daría terror”.

Y todos los elementos terminan conjugando un cine diferente: “Intentamos abrir el juego para ver como podemos comunicar desde otro lugar”, comenta Campusano a modo de resumen de su proyecto estético, que ha generado más de una polémica en el seno del canon, que él desestima.

Y esa apertura de las posibilidades tiene que ver con lo que el cineasta oriundo de Quilmes observa como una crisis de contenidos, donde por un lado “el cine de autor no cuenta absolutamente nada. El aplauso y el reconocimiento van de la mano con la habilidad de desarrollar la menor información posible en el mayor tiempo de toma posible, pero el público le da la espalda”; y por otro “el cine comercial es sumamente perverso, que con tal de facturar produce un desplieuge muy grosero de los fondos de una forma muy criminal de destrozar todas las formas de materia, algo que nos tiene que causar gracia, deleite”.

“Es un momento de falta de renovación, tanto en lo comercial como en el cine de autor: tal vez ahora, un cine basado en el conocimiento social pueda obtener otro tipo de lectura”, concluye.