A 48 años de la gesta de Estudiantes en Manchester

Hoy lo llaman “El Teatro de los Sueños”, por aquel entonces era simplemente el estadio de Old Trafford, pero de todos modos, más allá de cualquier mutación de nombres propios y glosarios, la irreverente epopeya Pincha fue consumada y en el bronce ha quedado: hoy se cumplen 48 años de la coronación de Estudiantes como campeón de la Copa Intercontinental ante Manchester United de Inglaterra.

Así fue, nomás, el 16 de octubre de 1968 los inventores del fútbol fueron doblegados por el equipo albirrojo, que se quedó con la Intercontinental.

Las nuevas generaciones de futboleros argentinos suelen perder la perspectiva de la gesta de Estudiantes y eso en principio por no menos de tres razones primordiales: porque no consta entre los clubes más poderosos del país, por la descarada satanización que padeció aquel equipo ideado y formado por Osvaldo Juan Zubeldía (un verdadero revolucionario que estableció un antes y un después en la formación y capacitación de los equipos argentinos) y por supino desconocimiento del Manchester United en particular y del luminoso momento que atravesaba el fútbol inglés en general.

Inglaterra venía de llevarse el Mundial que había organizado en 1966 y Manchester venía de ganar la Copa de Campeones de Europa, hoy llamada Champions League, a expensas del fabuloso Benfica de Lisboa cuya figura estelar era Eusebio, la Perla Negra de Mozambique, el adversario de Pelé en la puja por ostentar la condición de mejor futbolista del planeta.

UN EQUIPO LLENO DE ESTRELLAS

Conducido por el legendario Matt Busby, Manchester reunía un puñado de muy buenos jugadores y algunos decididamente excepcionales.

Entre los muy buenos constaban Alex Stepney (arquero de Inglaterra en el Mundial 70), Pat Crerars (uno de los mejores jugadores irlandeses de aquellos años), Tony Dunne (considerado el mejor lateral izquierdo de la historia del Manchester) y Nobby Stiles, belicoso medio centro, uno de los más temidos villanos del fútbol europeo y pieza clave en el Mundial 66.

Pero eso no era todo, ni de lejos: Manchester disponía de quien hasta hoy es considerado el mejor jugador escocés de todos los tiempos (Denis Law, Balón de Oro 1964/1965), del mejor jugador irlandés de todos los tiempos (George Best, el Beatle, Balón de Oro de 1968 por France Football) y del mejor jugador inglés de todos los tiempos, Sir Robert Charlton, más conocido como Bobby Charlton y a la sazón quien tuvo la ocurrencia de designar a Old Trafford como El Teatro de los Sueños.

Pues ante ese extraordinario rival Estudiantes confirmó todo lo bueno que había hecho en ocasión de coronarse en la Copa Libertadores de América tras eliminar a grandes equipos como Universitario de Lima, Independiente de Avellaneda y Racing Club, vigente campeón sudamericano y mundial, para al cabo dar la vuelta olímpica el 16 de mayo, en el Estadio Centenario, tras imponerse sin atenuantes a Palmeiras de San Pablo en el tercer y decisivo juego.

Llegada la hora de la final de la Copa Intercontinental, el 25 de septiembre se había impuesto el Pincha con un gol de Marcos Conigliaro, un resultado que varios jugadores del Manchester celebraron en el propio campo de la Bombonera, firmemente convencidos de que la desventaja era exigua y que por ende en la revancha pondrían las cosas en su lugar y ganarían por goleada.

Algo más o menos así deducía la prensa internacional y ni qué decir la prensa británica, que entre otros casos puso entre paréntesis su tono distante y caballeroso, y fomentó un clima hostil que en Old Trafford se tradujo en un estentóreo “¡Animals, Animals!”, no bien los futbolistas de Estudiantes entraron a la cancha para hacer el reconocimiento del estado del césped.

LA PLANIFICACION DE ZUBELDIA

Un rato después la celosa planificación de Zubeldía se cumplió a rajatabla: forzar un tiro libre en ataque para aprovechar una jugada ensayada (centro de Madero, desde la izquierda, y entrada franca, en diagonal, de Juan Ramón Verón, la Bruja), anular a Charlton con la disciplinada marcación de Néstor Togneri, defender cada pelota con uñas y dientes y forzar la creciente desesperación del candidato de hierro convertido en un canto a la impotencia.

“The Witch” Verón abrió la cuenta a los 7 minutos del primer tiempo y despecho del empate establecido por Morgan, ni el resultado ni el destino de la copa cambiaron de rumbo: La Plata.

Los campeones del mundo alistaron a Alberto José Poletti, Ramón Aguirre Suárez y José Hugo Medina; Oscar Miguel Malbernat, Carlos Oscar Pachamé y Raúl Horacio Madero; Felipe Ribaudo, Carlos Salvador Bilardo, Marcos Conigliaro, Néstor Togneri y Juan Ramón Verón.

En el segundo tiempo ingresó Juan Miguel Echecopar, que ese 16 de octubre cumplió 22 años de edad, en tanto el banco de suplentes fue completado por Mario Gabriel Flores, Hugo Spadaro, Rodolfo Fucceneco, Eduardo Manera, Ernesto Juan Alvarez y Luis Lavezzi.

Por encontrarse lesionado, en la Argentina se había quedado uno de los puntales de la conquista de la Libertadores, Eduardo Flores, el Bocha, quien años después sería modelo de cómo pegarle bien a la pelota de un adolescente Michel Platini que andaba sus primeros pasos en el Nancy de Francia.

“La mayoría éramos muy jóvenes, 23, 24, 25 años, no teníamos la dimensión de lo que habíamos logrado, lo grande de aquello; nos dimos cuenta dos días después cuando bajamos del avión en el aeropuerto de Milán, para jugar un amistoso con el Inter, y nos rodearon los periodistas italianos”, evoca Verón, la Bruja.

En la misma perspectiva contribuye Malbernat, capitán de aquel campeón: “Llegamos al vestuario, nos duchamos y mientras nos cambiábamos con total naturalidad uno de nosotros vio por una mirilla el salón del lunch que disfrutaban los jugadores del Manchester. ‘Mirá, están comiendo masas finas, qué rico’, exclamó. Y varios más nos asomamos… ¡Hacía un rato habíamos ganado la copa en Inglaterra y parecíamos un puñado de pibes asombrados!”.