Nelly, una tanguera ciega que contagia energía a los abuelos

Nélida Sara Tadei -86-, reconocida en el mundo del tango platense como Nelly Achával, mujer de decisiones además de cantante con una extendida trayectoria en nuestra ciudad, vive en un centro de atención de adultos mayores por resolución propia. Con la pasión por la música intacta, todos los jueves, junto a su guitarrista desde hace 42 años y marido desde hace 15, Carlos Briguez -85-, ofrece un espectáculo que disfrutan, a la hora de las visitas, los residentes del lugar y sus familias.

“Recreo literario musical” se llama la propuesta que después de la merienda convoca a todos al hall central del hogar. En rigor, es como una reedición de lo que Nelly y Carlos acostumbraban a brindar en distintos locales de la Ciudad durante décadas, pues además de recorrer el cancionero de música popular argentina (con tangos y folclore) y un poco de latinoamericana (con boleros) el matrimonio invita a pasar al “escenario” a quien quiera sumarse al “mini” recital.

Así como una vez, cuando transitaba los 30 años, salió de la resignación de quedarse deprimida, postrada en una cama, y enfrentó la ceguera que había contraído unos años antes como consecuencia de una rara enfermedad, ahora, luego de una intervención de alta complejidad que sufrió su esposo y pasados los dos los 80, decidió vivir junto con él en una residencia geriátrica de la avenida 32 entre 131 y 132. Pero el gusto por la música y la poesía, y una contagiosa energía pudieron más que cualquier dificultad física, y mientras que Carlos toca la guitarra y acompaña, en parte, con su voz, Nelly apela a su memoria y canta viejos tangos, algún bolero y hasta se le anima a unos clásicos del folclore.

Impecable, vestida de negro combinado con el rojo de zapatos, prendedor y aros, le da paso a Carlos, que arranca con las cuerdas y empieza con los primeros acordes de “Sigamos pecando”. Nelly canta, recita y acompaña con un suave movimiento de las manos el ritmo bien conocido para el público.

Nelly Achaval es rosarina. Muy pequeña, por trabajo de su padre, que era jockey, se mudó con su familia a La Plata. Y se quedó para siempre.

Conoció, desde joven, el pesar y los obstáculos. A los 24 años un síndrome hasta ese entonces casi desconocido la dejó ciega; se sometió, sin éxito, a cinco operaciones de la vista. Un día, en la cama, de donde no salía porque ni ella ni su familia sabían cómo podía encarar lo cotidiano una persona no vidente, reflexionó y se dijo así misma que la opción era quedarse así, inmóvil, sin ningún progreso personal, o salir a hacerse cargo de su vida. Ingresó a la Escuela 515, aprendió a escribir y a leer en Braille, a usar el bastón blanco y a manejarse sin depender de nadie. Ahí, en ese ámbito, empezó a cantar para sus compañeros de clase. Estudió en el Conservatorio Gilardo Gilardi y hasta llegó a actuar, con un programa tanguero, en el Teatro Argentino. Por razones familiares no completó los estudios secundarios, por lo que no pudo ingresar a Bellas Artes. “Por eso siempre me dediqué a la música popular”, dice más que satisfecha.