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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

¿Qué tienes que no hayas recibido?

2 de Octubre de 2016 | 00:15

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

Alguna vez escuché decir que, en el plano imaginario, el mayor negocio del mundo, el más redituable y el más seguro, sería el de “comprar personas” por lo que en realidad valen y venderlas por lo que cada uno piensa de sí mismo que vale. Sí, hay mucha diferencia entre la verdad objetiva y real – que Dios conoce – con lo que la soberbia dibuja en no pocas mentes que se creen sanas y superiores.

El camino de la soberbia es amplio y tiene su punto de partida en la negación de Dios y de su obra en la vida personal. Por eso se suele decir que el ateo y el soberbio tienen muchos aspectos en común. El ateo rechaza y niega la existencia de Dios. El soberbio excluye a Dios de su vida y no reconoce como divinos los dones con que Dios lo ha enriquecido.

Santo Tomás de Aquino define a la soberbia como “la estimación desordenada de las propias cualidades”. Es decir que es la excesiva elevación e inmoderada grandeza de sí mismo. El soberbio afirma obstinadamente: “sólo yo soy el mejor y nadie me valora bien”, mientras se bambolea complacido en la vaciedad de sí mismo.

Aquellos que emprenden el itinerario de la soberbia ingresan en un intrincado laberinto que, entre adornos de siniestras adulaciones, les hace perder la sana orientación de sus vidas. Ellos no encontrarán ninguna salida honesta fuera de la reducida brecha de la humildad.

Varones y mujeres soberbios los hubo, los hay y los habrá. No hay sociedad exenta de tales delirantes. También los hay en la Iglesia, lamentablemente.

San Pablo ofrece una consideración preventiva: “¿Con qué derecho te distingues de los demás? ¿Y qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7)

Santo Tomás de Aquino define a la soberbia como “la estimación desordenada de las propias cualidades”, es decir, que es la excesiva elevación de sí mismo

La desgraciada vida de los soberbios no tiene otro horizonte que su propio egoísmo. Son incapaces de mirar por encima de los engañosos juicios de sí mismos. Son tan inermes para pedir un consejo, como para aceptarlo, porque no valoran como mejor a ningún otro. Son personas aferradas a sus propios criterios hasta la tozudez. Los soberbios ignoran deliberadamente cualquier opinión que no sea la propia. El desprecio por Dios y por el prójimo es su norma de conducta. ¡No tienen capacidad de tener amigos!

La soberbia es generadora de todos los vicios y todo pecado tiene su origen en la soberbia, que es el peor de todos los males.

Entonces, ¿habrá remedio para semejante y miserable delito? ¡Siempre lo hay! Es necesario detenerse, examinarse, conocerse y enfrentarse con la verdad de sí mismo. Desde la propia pequeñez, meditar en la humildad de Jesús – verdadero Dios y verdadero Hombre, nacido de María Virgen por obra del Espíritu Santo – que “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor... se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Fil. 2, 7 ss). ¡Y dejar que Dios cambie el corazón!

Sólo Jesús, y nadie como Él, nos enseña a vencer la soberbia y a vivir con equilibrio y normalidad. Pero es necesario tener el coraje de querer ser equilibrado y normal, dejándose cambiar el corazón, para tenerlo en consonancia con el Corazón misericordioso del mismo Jesús.

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