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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Mentiras “piadosas”

23 de Octubre de 2016 | 00:04

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

Quizás gran parte de la humanidad puede atestiguar que existen demasiadas personas entrometidas que preguntan lo que no tienen derecho a saber. En tales casos, ¿hay que mentirles? ¡Nunca jamás! Entonces, ¿hay que decirles la verdad? ¡No, ciertamente, no debe decírseles lo que no tienen derecho a saber!

Pero... ¿cómo responder? Sencillamente, lo que corresponde en cada caso. Incluso es dable decirle: “usted no tiene derecho a formular tal pregunta” o “no puedo responderle” o “pregúnteselo a quien pueda contestarle”. No debe temer pasar por mal educado quien así procede, ya que – en todo caso – la persona no educada en el respeto y en la discreción es quien pregunta lo que no le incumbe. Se evitarían muchos chismes y malentendidos si se evitaran las mentiras por una parte y la curiosidades morbosas por otra.

Es deplorable que mucha gente tenga arraigada la mala costumbre de mentir, como si ello fuese natural. Entonces mienten ante la enfermedad grave, engañando al enfermo que tiene derecho de saber la verdad sobre su salud; mienten para justificar que llegan tarde o no asisten a un compromiso cuando en realidad carecen de responsabilidad; mienten cuando quieren ocultar una verdad teniendo sobradas razones para mantener la reserva. Para no pocos, mentir es un placer; pero lo acreditan bajo el rótulo de “mentira piadosa”.

Pero, entonces, ¿nunca se puede mentir? ¡Nunca! En la Sagrada Biblia se afirma con toda claridad: “La mentira es para el ser humano una mancha infamante: siempre está en boca de los ignorantes... El que se acostumbra a mentir cae en la deshonra y su ignominia lo acompaña constantemente.” (Eclesiástico, 20, 24 y 26)

¿Podría existir alguna excepción, como sería salvar la humanidad? ¡No! La mentira es intrínsecamente mala, es decir que no es mala porque alguien la prohíbe sino que es mala en sí misma. Y todo que de suyo es malo nunca podría producir algo bueno.

Para no pocos, mentir es un placer; pero lo acreditan bajo el rótulo de “mentira piadosa”. Pero, entonces, ¿nunca se puede mentir? ¡Nunca!

Esto ilumina la afirmación de que no existen “mentiras piadosas”, ni “mentiras inocuas” (las mismas palabras son contradictorias en sí mismas). Un mal moral, aun el mal moral de un pecado leve, es mayor que cualquier mal físico; por lo tanto no es lícito cometer un pecado venial ni siquiera para salvar un continente de su destrucción.

La afirmación parece exagerada, pero la verdad no admite medias tintas. Quizás por la mediocridad de una humanidad indolente, por el relativismo de una sociedad sin principios, por la fragilidad de un sistema educativo carente de valores esenciales, estamos cayendo en un estado de somnolencia que incinera ilusiones, proyectos y desarrollos civilizados.

Jesús, que es “la Verdad” (Jn. 14, 6), declara con énfasis, refiriéndose al demonio que es “mentiroso y padre de la mentira” (Jn. 8, 44). Todo aquel que miente, por el motivo que sea, se asocia al demonio y le rinde sumisión.

El cristiano que ha optado por Cristo y su Evangelio ha renunciado definitivamente a la mentira en cualquiera de sus expresiones y debe exigirse de modo que, siempre y en todo, sea coherente con la verdad.

Si necesitamos de la Misericordia de Dios, vivamos siempre en la verdad.

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