Los que menos convencían al técnico son los que mejor hacen jugar al Lobo

Por MARTIN MENDINUETA
OPINION

Al menos no podrán acusarlo de haber sido un caprichoso. Dos de los jugadores que antes de empezar el torneo no estaban entre las preferencias de Gustavo Alfaro (¿estarán ahora?), el último domingo fueron vitales para construir otra satisfacción. Al menos, el entrenador de Gimnasia tuvo capacidad de reacción y, mediante los cambios, corrigió a un equipo que no se sentía seguro de poder encontrar el camino de la victoria.

Lo del primer tiempo había sido bastante flojo. La disposición táctica inicial, con Ramiro Carrera transitando el eje central, con la responsabilidad de ser el armador del juego, lejos estuvo de ser eficaz. Nunca se lo vio cómodo ni certero en las entregas al ex-Arsenal. En ese capítulo, sólo Pablo Vegetti consiguió inquietar a Huracán. Una vez de cabeza, con la pelota volando por arriba del travesaño; y otra con un remate franco al palo izquierdo que Marcos Díaz desvió al córner.

La sorpresa llegó segundos antes del inicio del complemento, cuando Sebastián Romero reemplazó a Vegetti, el único que había puesto en aprietos a ese huésped amarrete, conservador y tibio. De todos modos, los comentarios por la decisión que tomó Alfaro se acallaron nueve minutos después, cuando Lucas Armando Lobos, luciendo la diez, ingresó por Imperiale. La atmósfera cambió de golpe. Varios en la platea Néstor Basile se pusieron de pie para aplaudirlo. Pareció el inicio de una fiesta. Todos querían verlo ahí, en la cancha. Mimarlo en el Bosque. Volver a disfrutar esa delgadez extrema que lo hace bailotear al lado de la pelota.

SIN BRILLAR, SE LA PASo A UN COMPAÑERO

Lucas y “Chirola” fueron socios en la tarea de guiar a Gimnasia. A los pases, tan simple como eso, hicieron jugar al resto. Licht se enganchó rápido en la misma sintonía y entonces, la posibilidad de ganar ya se advertía con mayor nitidez Amigado con la pelota, el “Lobo” fue para adelante y la gente, cantando, le hizo saber al equipo su entusiasmo.

Un claro penal a Nicolás ibáñez (se ha ganado en buena ley la titularidad y su despliegue físico es generoso hasta en el minuto final) le sirvió en bandeja a Licht la gran oportunidad de tramitar el alarido que estaba faltando. El “Bochi”, especialista en la materia, volvió a caminar por la “cornisa del riesgo”. Acomodó la pelota, miró fijo al arquero y empezó a trotar en cámara lenta, Suspenso... Temor a que se lo atajen. Pero no, engaño justo en el momento previo a golpear la pelota y otro acierto para su colección.

¡Ahí se despertó Huracán! Bastante tarde ¿No? Los gritos, las indicaciones ampulosas y los cambios de Caruso Lombardi no alcanzaron para quitarle a Gimnasia lo que había obtenido sobrándole nada. El “Rolfi” Montenegro estuvo cerca de clavar un buen remate desde la media distancia, pero no hubiera sido justo. El dueño de casa, aun con falencias, traccionó más y mejor para quedarse con los tres puntos.

EL SOBRIO ENCANTO DE LA MADUREZ

Jugar bien al fútbol no sólo implica ser habilidoso con la pelota, atlético para soportar el ritmo de un partido o implacable para anular a un rival talentoso. La viveza, intuición y/o picardía para darse cuenta por dónde, cuándo y cómo hay que canalizar las energías es tan o más importante que lo anterior. Si los que ahora están “viejitos”, tienen la claridad para “leer” un partido, no sólo serán muy útiles; hasta pueden convertirse en hombres fundamentales para tutelar en el campo el rumbo de un equipo.

La acumulación de años de Sebastián Romero y de Lucas Lobos puede sacarle más provecho a la potencia de Ibáñez, ordenar el incansable patrullaje de Perdomo, el impetuoso ida y vuelta de Oreja, las corridas de Vegetti, el trabajo tan valioso de Imperiale, las ganas de Guanini y así, sucesivamente.

Al fútbol no se juega mostrando el DNI. Como en la mayoría de los aspectos de la vida, aquí también el sobrio encanto de la madurez se cotiza en oro.