Pueblada en Melchor Romero por el asesinato de una vecina en un robo
| 3 de Octubre de 2016 | 02:06

A Marcela Ayala (49) la conocían casi todos en Melchor Romero. No sólo porque trabajaba en el conmutador del hospital Alejandro Korn, sino porque también atendía un kiosco muy cerca. Entre toda la gente que la tenía de vista o, se trataba con ella, habrían estado los delincuentes que ayer a la mañana se metieron a robar en su casa y que la mataron de un tiro en el pecho. La presunción oficial es que, al verse reconocidos, decidieron no correr el riesgo de que la víctima pudiera delatarlos.
El caso generó una espontánea reacción de los vecinos, que salieron a la calle a reclamar seguridad. Anoche, durante la protesta, se vivían escenas de profunda tensión y nerviosismo (ver aparte).
Según pudo saber este diario, cada paso de los delincuentes pareció hablar de un ataque con poca planificación y hasta con rasgos de torpeza. Por empezar, porque es muy probable que desconocieran quién vivía en ese departamento de 519 entre 170 y 171.
En segundo lugar, porque se habría tratado de un golpe al voleo. Varias personas los habrían visto deambular en la zona durante la media hora previa al inicio del robo, poco después de las 6 de la mañana de ayer, cuando ya había clareado y casi los únicos que andaban por la calle eran los que volvían de bailar.
Que el departamento elegido sea lindero a un predio por el que podían llegar a la parte trasera de la propiedad fue el primer aliciente que tuvieron para ir a meterse en ese domicilio.
En el frente de esa construcción se veían las pisadas embarradas de los intrusos. Esa fue la vía de acceso por la que llegaron hasta un patio interno.
Se sospecha que por lo menos uno de los delincuentes era delgado, porque a la casa entraron por una pequeña abertura de 40 centímetros por un metro, sin rejas ni otras medidas de seguridad más que una ventana fácil de vulnerar, según explicó Juan Manuel Alnival (51), el ex marido.
Por ahí accedieron a la cocina y empezaron a revisar todo lo que tenían a mano. Marcela dormía en su pieza, en la planta alta, y en los primeros minutos no escuchó lo que pasaba.
Todo cambió de repente, cuando ella “se despertó, se levantó a ver qué pasaba y cuando se asomó por un pasillo vio de frente a uno de los ladrones”, explicó Juan Manuel en diálogo con EL DIA.
¿Qué pasó justo en ese momento? ¿La mujer lo reconoció de inmediato y el intruso se imaginó en problemas para los días siguientes?
La explicación más firme a mano es la que comparten el ex marido y algunos investigadores: Marcela trabajaba en un kiosco de 521 entre 169 y 170, “que atiende hasta la noche tarde y por el que conoce a mucha gente del barrio”, señaló uno de los detectives. Entre los que suelen pasar por ese comercio “posiblemente hayan estado los delincuentes”, se animó a especular la misma fuente.
En un asalto cualquiera, la modalidad de un ladrón común y corriente es la de empezar a amenazar a su víctima para sacar provecho de la situación y poder engrosar su botín. En la Región hay casos cotidianos en los que esa secuencia suele implicar golpes, encierros forzados y otra clase de maltratos de todo tipo: la crueldad parece no tener límites.
Sin embargo, nada de eso habría ocurrido en la casa de 519. “Por las marcas que quedaron, pareció que no hubo forcejeo ni nada por el estilo. Los dos se vieron de frente y él le pegó un solo tiro en el pecho”, describió Juan Manuel.
El final repentino del asalto precipitó los planes de los delincuentes. De la casa solamente se robaron un celular, pero dejaron ahí una computadora y otros elementos que les podrían haber interesado. “Se fueron por la puerta de entrada. Abrieron con la llave que estaba puesta y se escaparon”, reconstruyó el ex esposo, a partir de lo que pudo saber de palabra de los investigadores.
El ruido seco de un disparo retumbó en varios metros a la redonda. Varios vecinos se despertaron y se asomaron. La puerta de la casa de Marcela estaba abierta, y una mujer primero la llamó a los gritos y después se acercó para ver si todo estaba bien. Le costó poco tiempo y esfuerzo comprobar que no. La víctima yacía en el suelo sin ningún signo de vida.
Haber perdido a una vecina querida llevó a la gente del barrio a salir a reclamar por justicia (ver nota secundaria). Marcela tenía dos hijos y dos nietos, de 1 y 3 años.
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