Bettina Marta García Laval

Fue, además de una reconocida docente que se especializó en el ámbito de la comunicación, la educación rural y la salud, una mujer de gran calidez humana que se entregó sin concesiones a los suyos. Por eso el fallecimiento de Bettina Marta García Laval, ocurrido a sus 52 años, provocó profundas muestras de pesar en los distintos círculos platenses en los que fue valorada y querida por igual.

Nacida en Mar del Plata el 9 de septiembre de 1964, se convirtió pronto en platense por adopción: a los 3 años su familia se trasladó a nuestra ciudad y se radicó en la zona de 47 y 16 para luego mudarse a los monoblocks de 48 y 20, donde pasó su infancia.

Cursó sus estudios primarios en la escuela 10, de 16 y 48 y los secundarios en el colegio Inmaculada. Interesada en el potencial de la pedagogía como herramienta para la inclusión y la transformación social, se inclinó por seguir la carrera de Ciencias de la Educación en la UNLP, donde obtuvo su profesorado.

Dinámica, emprendedora y en constante búsqueda de la excelencia, encontró en la enseñanza universitaria un estimulante espacio en el cual desplegó y refinó esas cualidades, las que siempre puso al servicio de sus alumnos. Integrante -como ayudante diplomada- de la Extensión Rural de la facultad de Agronomía, orientó sus esfuerzos tanto a la docencia como a la investigación, ya que participaba activamente de los proyectos de la cátedra.

Fecundo también fue su paso por la ex Escuela de Sanidad del ministerio de Salud bonaerense, donde actualmente se desempeñaba como coordinadora de la Unidad Pedagógica. Con su impulso se reeditó el programa Formación Docente en Salud, cuyos lineamientos están centrados en el cruce de los campos de la comunicación, la educación popular y la salud. Guiada por el influjo de la obra de Jorge Huergo, introdujo sustanciales mejoras a un valioso proyecto que volvió a ponerse en marcha en 2010.

Actualmente ejercía también la docencia en la Universidad Nacional Arturo Jauretche de Florencio Varela y supo desempeñarse, años atrás, como directora de línea en el Instituto Provincial de la Administración Pública.

Se casó, en 1985, con el ingeniero agrónomo Miguel Horacio Suárez, a quien había conocido tres años antes. Esa unión se prolongó en tres hijos: María Guadalupe (27), Gregorio (24) y Federica (21), a quienes supo transmitir sus valores.

Mujer comprometida, era una ávida lectora y una apasionada por la política. Defensora a ultranza de ideas progresistas, del rol del estado, de la educación y la salud pública, sostenía con firmeza sus convicciones, y, sin integrar estructuras partidarias, no dudaba en poner el cuerpo por las causas que consideraba justas.

Fiel simpatizante de Gimnasia, también disfrutaba de los viajes familiares a destinos dentro y fuera del país.

Por su entusiasmo, afabilidad y entrega, y por la solvencia con que defendía sus ideales, deja un profundo vacío entre quienes la conocieron y apreciaron, pero también la impronta de un ejemplo de vida.