Altas y bajas de acuerdos que dependen de la plata

Twitter: @mnspezzapria

En el Congreso se propagó un chiste político. “Estamos llegando a fin de año. Para el gobierno, eso encierra una buena noticia y otra mala. ¿Cuál querés que te cuente primero?” Para los más mordaces, el sólo hecho que concluya una etapa en la que a la Casa Rosada no le fue del todo bien, es de por sí algo positivo. Ese comentario circuló tanto entre oficialistas como opositores.

Algunos sonrieron, otros no. La mala noticia para la administración de Cambiemos es que en el último mes que falta recorrer de 2016, la agenda política está dominada por la oposición. Y se expresa en el Congreso, donde en las próximas semanas se tratarán dos iniciativas -Ganancias y Emergencia Social- que no estaban en los planes del oficialismo, por lo menos en lo inmediato. El PRO no tuvo en cuenta que ya se empezaron a vivir tiempos preelectorales.

De hecho, la gestión del presidente Macri hizo todo lo posible por estirar la modificación del “impuesto al salario” y pasar la discusión para el año próximo, pero tuvo que adoptar una nueva estrategia frente a la presión opositora, especialmente la encarnada por Sergio Massa. El jefe del Frente Renovador estuvo a punto de irse al pasto pero un volantazo lo salvó en la última curva.

La sesión especial que había pedido el tigrense para el jueves pasado en la Cámara de Diputados para avanzar con su proyecto de Ganancias –por cierto más benévolo que el del gobierno- estuvo a punto de convertirse en un chiquero político. De forma inesperada para el propio Massa fue el jefe del bloque radical, Mario Negri, quien se acercó para conciliar y sacarlo de la encerrona.

Como producto de la charla entre ambos el miércoles, es que al final de esa misma jornada dos ministros del Poder Ejecutivo –Frigerio y Prat Gay- desembarcaron en el Congreso con el decreto presidencial de convocatoria a sesiones extraordinarias bajo el brazo. Así, Massa y referentes de los bloques opositores –Bossio, Kicillof, Donda y otros- suspendieron aliviados la sesión especial.

Ese espíritu de colaboración, aunque muchas veces suceda entre bambalinas y luego ante las cámaras los discursos se pongan ásperos, determinó este año la relación entre Cambiemos y la mayoría de las bancadas opositoras en el Congreso, que se convirtió así en el actor más dinámico de la política argentina, después de haber aprobado incondicionalmente las iniciativas de Cristina por el voto del entonces vicepresidente Cobos.

Uno de los artífices de ese entendimiento fue Emilio Monzó. El titular de la Cámara de Diputados hace un culto de la negociación y de la construcción de confianza como una forma de allanar el diálogo entre los distintos actores. Y ya son conocidas sus diferencias con los métodos del entorno más cercano del Presidente, a los que asocia con el marketing antes que con la actividad política.

Por eso hizo tanto ruido en el oficialismo que Monzó aconsejara públicamente a Macri sobre la necesidad de “oxigenar” el Gabinete, tras un año que significó un desgaste para varios ministros, sobre todo los del área económica, a la luz de resultados que tardan más de la cuenta en llegar. Uno de los que peor la está pasando, en ese estricto sentido, es el titular de Hacienda Prat Gay.

El estado de ánimo del ministro de Hacienda es propio de alguien que siente que su desempeño está bajo observación. Tanto, que las últimas dos reuniones que encabezó Macri en la quinta de Olivos –el viernes y ayer por la mañana- estuvieron referidas a temas económicos. “No vemos razones para grandes cambios”, sostuvo en este contexto el jefe de Gabinete, Marcos Peña.

Pero además de la economía, hay otras áreas de la gestión que el Presidente y su mesa chica consideran deficitarias. Por caso, el Ministerio de Salud, donde detectaron falta de operatividad. Esas críticas se extienden también a la provincia de Buenos Aires, pese a que la ministra Zulma Ortiz tiene el respaldo de un funcionario clave como el vicejefe de Gabinete Mario Quintana.

También está en la mira el rabino Sergio Bergman, el ministro de Ambiente, quien tiene a su cargo el organismo encargado de la limpieza del Riachuelo cuya estructura está atravesada por tantas internas, que sus encargados temen presentarse ante la Corte Suprema a dar el informe que corresponde. Y así, se podrían seguir mencionando otras áreas de gestión que no llenan los ojos.

Distinto es el caso de Susana Malcorra, la jefa de la Cancillería, que quedó descolocada tras su fallida apuesta por Hillary Clinton en la elección norteamericana y la necesidad posterior de recomponer la relación con Donald Trump. Pero su gestión es considerado en el PRO como “de alto vuelo”, y señalan como “prueba” las reuniones de primer nivel que mantiene Macri con presidentes de las potencias mundiales.

La canciller se mantiene expectante ante próximas definiciones de Trump sobre la Secretaría de Estado, que aún no se concretaron y que pueden dar una idea más cierta de la mirada que Estados Unidos tendrá sobre América Latina en la etapa que se abrirá en enero de 2017. Lo que parece claro, más allá de las eventuales designaciones, es que Trump no levantará el embargo a Cuba.

El bloqueo económico, a juicio de Malcorra, fue siempre como “una piedra en el zapato” para la relación de Washington con la región. Y ahora la muerte de Fidel Castro viene a cerrar un “capítulo importante de la historia latinoamericana”. En el gobierno argentino prima la idea de que el líder de la revolución cubana fue un gran exponente del siglo XX pero que su influencia está perimida.

En la política doméstica, la misma lógica aplica al kirchnerismo y al PJ tradicional, que acaban de bloquear la reforma electoral en el Senado, con lo cual los comicios legislativos de 2017 tendrán que realizarse con el vetusto y más que imperfecto sistema de boletas de papel, que se han prestado a toda clase de maniobras. El gobierno sintió el cimbronazo: “Lo votan en contra los PJ y…¿Renuncio yo? Sería raro”, razonó Adrián Pérez al desmentir su dimisión.

No obstante, el secretario de Asuntos Políticos vio frustrado su trabajo de todo el año. Y ahora el gobierno emprenderá una nueva tarea para que el sistema de boleta electrónica se aplique en las elecciones presidenciales de 2019. La caída de la reforma electoral expuso a su vez la interna que sacude al PJ, tan fuerte que el propio Miguel Pichetto no pudo alinear al bloque de senadores.

La unidad de esa bancada no estaría asegurada en los próximos meses. La inminencia del año electoral dividirá aguas entre quienes seguirán a Cristina Kirchner y al ex gobernador Daniel Scioli, y los que se inclinarán por otras alternativas del peronismo. En las provincias del Interior, en tanto, también hay disputas entre los viejos líderes y sus delfines.

Un caso es San Juan. Allí el gobernador Uñac encarna una nueva generación que no comparte los métodos de la de Gioja, el jefe del PJ nacional, que el año que viene buscará ser candidato a senador. “El poder es una enfermedad incurable”, advirtió el salteño Urtubey, otro peronista de la nueva camada. Pese a sus diferencias, todos ellos se avienen a negociar con el poder central.

Hasta el fracaso de la reforma política, el gobierno se ufanaba de su buena sintonía con los gobernadores del PJ. El problema es que nunca comprendió –al igual que con la mayoría de los opositores moderados en el Congreso- que el acuerdo político llegaba como consecuencia del reparto de fondos, pero no de una coincidencia estratégica sobre el rumbo de la Argentina.