El gran desafío para el ganador: ayudar a cerrar heridas

Para el ganador de la elección, el premio es una herida enorme y horrible en el corazón de la política estadounidense. Casi dos años de incesante campaña y de retórica con tintes raciales han dejado al descubierto profundas fracturas que sangran y se consolidan. La raza, el género y la clase social han sido factores decisivos para orientar el voto en estos comicios. Y así como los estadounidenses se atrincheran cada vez más en sus posiciones, los políticos tienen poca motivación para comprender al otro bando. 

Esa dinámica marcó el tono, para bochorno de EE UU y del resto del mundo. A menudo, esta campaña apareció como una conversación ruidosa e incoherente que se desarrollaba en dos mundos paralelos, en la que Donald Trump y Hillary Clinton vociferaban a través del profundo abismo que los separaba. Puede que fuera una contienda llena de momentos imprevisibles, pero sus certezas fueron igual de notables. A su llegada a la jornada electoral, Clinton se encaminaba hacia una victoria clara, en ocasiones por abrumadora mayoría, entre votantes negros, hispanos y de educación universitaria. Trump, por su parte, se vio impulsado por el apoyo de votantes blancos de clase trabajadora, un grupo que según las encuestas rechazaba a Clinton con mayor vehemencia que a cualquiera de sus predecesores demócratas recientes porque se sintió desplazado por el gobierno de Obama.

Esta división entre blancos y minorías, entre hombres y mujeres, entre los que tienen educación universitaria y los que no, no comenzó en 2016. Es un fenómeno con raíces más antiguas. Pero 2016 será recordado como el año en el que las divisiones se agrandaron, las posiciones se consolidaron y la conversación, a su vez, se volvió más dolorosa. Se recordará este año como la ocasión en que un candidato republicano pudo describir a ciudades de EE UU como “zonas de guerra”, sin consideración por los sentimientos de las personas que tienen su hogar allí. Se recordará como las elecciones en las que Clinton describió a la mitad de los partidarios de Trump como “una canasta de deplorables” y sólo se disculpó por lo amplio de su acusación. Se recordará por el momento en el que el argumento final de Trump fue que “todo va mal” cuando Clinton preguntó “¿desde cuándo nos hacemos pesimistas?”. Se recordará por la enorme fractura social que habrá que sanar

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