No puede aspirarse a una mayor seguridad vial si no se acentúa la educación

Los últimos datos estadísticos acerca de la cantidad de muertos por accidentes de tránsito en Región en lo que va del año, reveladores de un ostensible crecimiento, debieran obligar a la sociedad y a las autoridades a no permanecer impasibles ante el alto grado de riesgo que impera en las calles de la Región. La situación se torna especialmente preocupante si se toma en cuenta que siguen vigentes -desde hace muchos años- las características culturales y estructurales que, según los especialistas, confluyen para explicar la inseguridad vial.

Tal como lo ha revelado un informe publicado por este diario, hace dos años se registraba hasta el mes de marzo una muerte por accidente de tránsito cada tres días. Esa cifra experimentó un descenso en igual período de 2015, lapso en el que se pasó a una víctima fatal cada poco más de 6 días. Y ahora, las cifras volvieron a ofrecer conclusiones alarmantes. En enero, febrero y lo que va de marzo de 2016, se registra un caso fatal cada sesenta horas en la Región, esto es una muerte cada poco más de dos días.

Desde luego que tantos casos fatales son productos de muchos más accidentes, en donde numerosas personas resultan lesionadas o heridas, en lo que resulta ser una virtual exposición cotidiana del desorden con el que se desenvuelve el tránsito. Resulta claro, desde hace ya largo tiempo, que es imperativo avanzar hacia una mayor educación vial en nuestra región, que incluya tanto a los automovilistas como a los peatones. Se conoce que según estudios que se vinieron realizando, la conflictividad vial de la Región sobrepasa, por el número de accidentes, a las registradas en varias provincias argentinas juntas y es superior, inclusive, a la alcanzada en la ciudad de Buenos Aires, que tiene un parque automotor cuatro veces más crecido y por cuyas calles circulan vehículos de numerosas jurisdicciones vecinas y del resto del país.

Parece evidente, entonces, que existen causas propias que pueden explicar el caos vial existente en la Región. Hace tiempo que los urbanistas ponen de relieve que la zona carece de suficientes avenidas de circunvalación y de anillos perimetrales capaces de regularizar la circulación de vehículos. A su vez, si bien resultan necesarios, de poco han servido los controles de alcoholemia y en general los operativos de fiscalización, más encaminados al cobro de infracciones que a educar a los conductores.

Tampoco han demostrado mayor eficacia los lomos de burro -muchas veces, instalados a discreción de los vecindarios, sin intervención oficial-, pero no se trata de terminar con ellos, sino de emplearlos con racionalidad. Existen múltiples causas -todas muy conocidas- que explican la inseguridad vial existente. Pero es cierto que la mayor de ellas es la falta de una profunda educación a los peatones, ciclistas, motociclistas y automovilistas, que son, a la vez, potenciales gestores y también potenciales víctimas de la falta de apego a las normas y a los principios de convivencia social.

Son muchos y complejos los factores que inciden en la inseguridad en el tránsito, pero esta sólo podrá disminuir cuando cada habitante tome conciencia de la responsabilidad que le cabe al circular por la vía pública y, además, conozca y cumpla con las reglas según las cuales debe conducirse en las clles. Tal como insisten los especialistas, recién cuando las autoridades se decidan a poner el acento en la tarea educativa, las estadísticas podrán ir decreciendo.