Sara y Héctor, un flechazo juvenil que ya alcanzó el titanio

Sara - 89 - estaba “dando la vuelta al perro”, a pocos metros de la iglesia Nuestra Señora del Carmen, cuando Héctor - 93 - la vio. Fue la primera de las miradas chispeantes que se repetirían a lo largo de los siguientes 75 años: “cuando la conocí, ella tenía 14 años y yo, 18; como quería volver a encontrarla, recorrí el barrio en bicicleta y cuando supe donde vivía, llamé a la puerta con cualquier pretexto”, recuerda el esposo.

El último fin de semana el matrimonio festejó 70 años de casados, alcanzó las bodas de Titanio y asegura que el secreto del vínculo que los une es, además del amor, el compañerismo.

En su casa de diagonal 79 y rodeados de artísticos relojes antiguos que parecen haber marcado horas sin sobresaltos, los Molinari repasan su vida juntos.

amor De adolescentes

“Mi abuelo fue uno de los fundadores de La Plata; yo recuerdo la calle 8 de tierra y el arroyo que pasaba de 8 a 9 por la calle 35 y 36, épocas en las que la nafta venía en latas de 20 litros que se cargaban en cajones”, cuenta Héctor, testigo del paso del tiempo en la Ciudad, quien además asegura que él mismo caminó por un túnel de desagüe que hay debajo de la avenida 7, entre las calles 32 y 40.

Cuando se conocieron Sara era apenas una adolescente, por eso estuvieron 5 años de novio.

“Al principio mi mamá me decía que yo era muy chica, pero después aceptó el noviazgo y el casamiento”, agrega Sara, quien recuerda el viaje de luna de miel a La Falda, Córdoba.

Juventud y capacidad de superación fueron algunas de las cualidades que impulsaron al matrimonio. Al principio alquilaron dos habitaciones en una vivienda de 6 y 63, pero cuando obtuvieron un préstamo del banco, se hicieron una casa en la zona de 79 y 1.

Héctor trabajaba en el taller y Sara, además de dedicarse a los quehaceres domésticos, lo apoyaba en cada emprendimiento.

Luego nació su hijo Rubén y, pese a que quisieron ampliar la familia, tuvieron el sinsabor de varios embarazos que se frustraron.

No obstante, la vida les dio la satisfacción de recibir a sus tres nietos, Alejandro, María Mercedes y Leonardo.

Las grandes habilidades de Héctor como relojero y artesano también fue otro punto de conexión con su esposa.

“Como pasaba muchas horas con esa actividad, yo hice cursos de porcelana para acompañarlo”, asegura Sara.

El camino recorrido les dejó muchas anécdotas, historias compartidas y un profundo conocimiento del otro. Por eso no es extraño que se entiendan sin hablar, esa “transmisión de pensamiento” que ya no los asombra.

Ninguno se aventura a decir que es lo mejor que tiene el otro, aunque después de un moderado silencio, Sara afirma que “él siempre me ha tratado muy bien” y Héctor asegura: “lo mejor de Sara es toda ella”.