Y ahora ¿quién podrá cuidar de nuestros hijos?
| 2 de Abril de 2016 | 02:24

Por VERÓNICA LISO
¿Puedo confiarte lo más importante que tengo en la vida? Esa pregunta resuena en la cabeza de la mayoría de los padres a la hora de dejar a los chicos al cuidado de otro. Culpa, miedos, imágenes tenebrosas de abuso y maltrato se les prenden como garrapatas.
Cada vez son más las familias en las que ambos padres trabajan. En las grandes ciudades, ir y venir lleva tiempo y las responsabilidades cotidianas mantienen a los adultos fuera de la casa entre ocho y doce horas. Si son bebés de pocos meses, dejarlos al cuidado de otros parece hasta un acto de abandono. Lo ideal en esos casos es contar con un familiar a mano que tenga el tiempo y las ganas de cuidar al recién nacido. Sin embargo muchas veces los padres no tienen esa suerte y se enfrentan a la complicada tarea de elegir.
Aprender a dejarte
Según el Observatorio de la maternidad el 60.9% de las madres trabajan. En la Argentina la licencia laboral para la madre dura 90 días. Si trabajó hasta el último momento del embarazo tiene tres meses para estar con su bebé antes de volver, y después tendrá que dejarlo al cuidado de otro. Mejor dicho, de otra, porque las cuidadoras en la mayoría de los casos son mujeres: niñeras, maestras jardineras, abuelas.
Florencia volvió al trabajo cuando su hijo tenía cuatro meses. La pasó mal. Cada dos horas llamaba por teléfono a Mirta, su flamante niñera. ¿Comió?, ¿qué hace?, ¿cuánto durmió?, ¿está molesto?, ¿pero qué hace?, ¿llora? Florencia cortaba el teléfono más frustrada que antes. “Esta chica no sabe explicarme nada”, les decía a sus compañeras y llamaba a su mamá para pedirle que pase por su casa. Mirta cuida a su hijo Benicio, ahora de un año, tres veces por semana y después se turnan las abuelas. Florencia gasta 5.500 pesos por mes en niñera.
Cada vez son más las familias en las que ambos padres trabajan. En las grandes ciudades, ir y venir lleva tiempo y las responsabilidades cotidianas mantienen a los adultos fuera de la casa entre ocho y doce horas
“No sabía si estaba tomando la decisión correcta”, dice casi un año después, “te ponés a pensar: voy a dejar a mi hijo todo el día con una extraña por un trabajo al que por ahí puedo renunciar o tomarme un año y después buscar otra cosa”. Ella se planteó no volver, pero el factor decisivo fue económico.
A la larga su malestar afectó la pareja. “Todo ese mes fue áspero, era una guerra mi casa, yo le reprochaba que por su culpa tenía que dejar a Beni, porque él no tenía un mejor trabajo. Era una yeguada, pero le decía esas cosas”, confiesa esta madre primeriza de 32 años. Hoy dice que si su situación económica fuera otra, optaría por trabajar de forma independiente.
“Las leyes laborales y de licencia por maternidad en nuestro país aún no acompañan la realidad de muchas familias”, dice Janine Sommer. Sommer es una profesional capacitada para trabajar en todos los aspectos relacionados con la lactancia materna y la crianza de los niños en sus primeros años de vida, es puericultora. “La madre tiene que saber que lo importante siempre es la calidad y no la cantidad de tiempo que pasa con su bebé. Nadie es peor ni mejor madre por irse a trabajar”, aclara.
Una amiga de Florencia le contó que grababa a su niñera, así descubrió que la mujer le pegaba a su hijo. En los audios se escuchaban los gritos de la niñera, el sonido del golpe y el llanto del bebé de sus amigos. Cuando Mirta empezó a cuidar a Benicio, Florencia tuvo miedo pero nunca la grabó. “Las abuelas al principio fiscalizaron, llegaban a mi casa sin motivo aparente y abrían la puerta. Después me di cuenta que él estaba contento.”
Los padres pueden estar alerta ante ciertos indicios para detectar el abuso. “Si el chico está más irritable o llorón; si hay golpes reiterados, descuidos en forma recurrente; si tiene la cola paspada porque no le cambian el pañal,” enumera la pediatra Luciana Erenchun y aclara “hay varias formas, a veces pueden ser sutiles y no te das cuenta, pero en general el chico va a tender a cambiar el estado de ánimo si está con una persona que lo maltrata.”
Abuela, niñera no
Hace cincuenta años la mayoría de las madres trabajaban en sus casas y dedicaban todo el día al cuidado de los hijos. Veinte años atrás, eso cambió: trabajaban fuera de sus casas y eran las abuelas quiénes cuidaban de los hijos. Hoy, las mujeres trabajan fuera de sus hogares y las abuelas también, o tienen sus propias agendas y eligen no hacer de niñeras de sus nietos.
Cecilia tuvo suerte: cuando dejó a Trinidad, de dos meses y medio, para volver al trabajo su mamá se ofreció a cuidarla. Primero fue un alivio saber que estaba en las manos de la persona en la que más confiaba. Pero con el tiempo las cosas se complicaron.
Con los abuelos es difícil poner límites. “A veces se comporta como si ella fuera la madre de Trini”, dice Cecilia. El primer día de jardín, Cecilia se pidió el día en el trabajo para ir al acto. Los chicos entraban de la mano de las mamás, cuando Cecilia se dio cuenta, era la abuela la que llevaba a Trini al aula. Más tarde, “estaba sentada en el piso jugando con Trini y la veo a mi mamá hablando con la maestra. Ya le había dado el cuaderno de la nena y le explicaba cosas que tendría que haberle explicado yo”, se resigna.
La mamá de Cecilia la cuestiona. La enfrenta cuando se entera que retó a su hija o consiente a su nieta cuando los padres le ponen límites. Gestionar en conjunto la crianza con su propia madre es complejo. Sabe que su hija está bien cuidada, pero discutir con ella las decisiones la agobia y en definitiva sabe que su mamá le hace un favor. “Yo trato de hablarle siempre bien y tener paciencia, porque valoro mucho la ayuda que me da.”
Hoy Trini tiene tres años y la mamá de Cecilia está agotada. “Ya está en una edad muy demandante. Habla, pide, se encapricha, anda por todos lados. Para cuidarla necesitás mucha energía. Ella no me dice nada, pero se nota que está cansada”, reconoce Cecilia. Hace unos días decidió contratar a una niñera.
Gerardo, padre sin miedo
Gerardo es un padre sin miedo. Su hija, Helena va a la guardería desde los nueve meses. Su familia y la de Laura, su mujer, están en Mercedes. No evaluaron la posibilidad de una niñera, los dos, sin discutirlo, fueron derecho a una guardería. Ahora, al pensarlo Gerardo sospecha que privilegiaron la socialización temprana, pero no fue una cosa demasiado racionalizada, fue más bien intuitivo.
¿Están más socializados los chicos que van a la guardería que los que se quedan en casa con una niñera o la abuela? La pediatra Luciana Erenchun explica que “hasta los tres años hacen lo que se conoce como “juego paralelo”: uno juega con un chiche y el otro juega con otro chiche”. Hasta esa edad no saben nada de compartir. “Es verdad que los chicos al estar con otros de la misma edad pueden estar más entretenidos. Pero si están en casa con un buen estimulo en realidad no cambiaría demasiado”, aclara.
Hace cincuenta años la mayoría de las madres trabajaban en sus casas y dedicaban todo el día al cuidado de los hijos. Veinte años atrás, eso cambió: trabajaban fuera de sus casas y eran las abuelas quiénes cuidaban de los hijos.
“No sé cómo hubiese sido su crecimiento si no hubiera ido a una guardería los primeros años, pero ahora es genial. Lo que le pasa ahí, las cosas que trae, las cosas que hace”, dice Gerardo y cuenta “Helena participó de un acto a fin de año y jugó a eso todas las vacaciones. Lo practicó seis meses durante el año para que saliera, lo actuó a fin de año y lo siguió haciendo tres meses más”.
Laura volvió al trabajo cuando Helena cumplió tres meses. Al principio la piloteaban juntos, buscaron tener contra turnos laborales para estar con Helena hasta que cumplió nueve meses y empezó la guardería. Fue una recomendación del pediatra.
“Es desaconsejable que los chicos vayan a la guardería antes de los seis meses”, dice Erenchun, “recién al año y medio los bebés tienen las vacunas completas, antes no están protegidos para las enfermedades más comunes.” Según un relevamiento de la Asociación Civil Compromiso Educativo, el 1% de la población platense de entre 45 días y dos años, accede a jardines maternales del Estado. Helena es una de las tantas que se quedó sin cupo. Hoy la llevan a un jardín privado y por 28 horas a la semana pagan 3.800 pesos.
Cuando Laura la dejaba en la guardería, Helena, con sus nueve meses, lloraba desconsolada. La madre se iba a trabajar con ese eco de llanto agudo. Así fue durante tres meses. “De entrada estuvo casi exclusivamente con su papá y su mamá, no la cuidaron otras personas. Cuando tuvo que despegarse de esa unidad celular se quiso matar”, razona Gerardo.
En la guardería los tranquilizaban. “A mí eso me parece perfecto. No me digas, “sabés que tu hija no paró de llorar, no sabés lo angustiada que estaba pobrecita”, a mí decime: “durmió, jugó, estuvo bárbara”.
Luciana Erenchun, además de pediatra es madre de una nena de tres años, “Yo antes me sentía mal porque mi hija nunca lloró. La dejaba con mi suegra, con mi mamá, en el jardín y no lloraba nunca. Después leí en algún lado que en realidad eso quiere decir que ella tiene confianza. Entonces, el papá miedoso, el papá súper protector le transmite al hijo esa inseguridad. Si vos le transmitís que va a estar todo bien, tolera mejor la separación”, Erenchun aclara que se trata de una mirada personal y no científica.
Azul y Mari, una sociedad necesaria
El cine y la televisión construyeron sus propias versiones, desde la feliz Mary Poppins a la tenebrosa Peyton Flanders de la Mano que mece la cuna, pasando por la Novicia Rebelde, la Nana Fine y Floricienta. Dulces, rígidas, invasivas, descuidadas, divertidas, las niñeras son parte del imaginario social. Pero en la vida real, cuesta confiar el cuidado de los hijos a una desconocida.
Azul le enseña a Milo, su hijo de cinco años, que hay muchas formas de armar una familia. La de ellos es una, distinta. Ricardo, el papá vive en Los Ángeles, hace muchos años que trabaja como fotógrafo de cine y cuando formaron esta familia de tres lo hicieron así. Cada dos meses Ricardo viene a Argentina y se queda algunas semanas. Azul tiene 41 años, es Licenciada en Artes y sabe que para que la familia que armaron funcione hay una persona clave: Mari, la niñera.
“Un domingo le mando un mensaje y le digo si puede pasar a buscar a Milo a las ocho, llevarlo, traerlo, y no sé cuántas cosas más. Ella me contesta “Ok” y entonces le escribo: ¿te querés casar conmigo Mari? Al otro día me dijo que no me lo tomara a mal, que ella me conocía pero su novio no. “Es muy celoso, yo le dije que vos sos una loca y hacés esos chistes, pero no le gustó”, le explicó Mari.
El 98 por ciento de las personas que se dedican al cuidado de los chicos son mujeres, tienen una edad promedio de 33 años y trabajan aproximadamente 27 horas semanales.
Antes de dar con la indicada, Azul tuvo cinco niñeras. Por ahora Mari no tiene hijos, pero quiere. Azul está preocupada, “quedarme sin Mari para mí es la muerte,” dice y se ríe por el dramatismo. Es más que una niñera: es su mano derecha. Hace las compras, se ocupa de la casa, decide la dieta de Milo, es una persona clave en la dinámica familiar. “Los hombres van y vienen, las niñeras no”, dice Azul.
Por 40 horas semanales Azul le paga a su niñera 7.680 pesos, 48 pesos la hora, uno de los salarios más altos en el rubro. El sueldo promedio de una niñera ronda entre los 5.900 y los 7.800 pesos mensuales. Según el Observatorio de la Maternidad, 1,1 millones de mujeres trabajan en el servicio doméstico, el 25 por ciento aún está en negro.
Milo, cuando sueña, a veces dice el nombre de Mari. “Vos querés que tu hijo la quiera. El precio que pagás es que la quiera demasiado”, concluye Azul.
* Pensar las opciones, incluso antes de que nazca el bebé, baja la ansiedad y quita muchas inseguridades. Conocer a la persona o institución que cuidará del niño o la niña ayuda a los padres a ir adaptándose y afrontar mejor el momento.
La puericultora Janine Sommer recomienda:
SI ELEGIMOS UNA GUARDERÍA O JARDÍN
• Analizar si se adapta a la dinámica familiar: ubicación horarios, transporte, dinero.
• Calcular la cantidad de horas que va a estar en el lugar.
• Saber si la guardería o jardín favorece la lactancia materna.
• Conocer el espacio físico: cuántos bebés están en la misma sala y bajo el cuidado de cuántas personas.
• Saber si hay maestras auxiliares que ayuden con el cambio de pañales, la alimentación y el juego nos dará una idea de cuánta atención podrán prestarle a cada bebé.
• Preguntar si el lugar cuenta con asistencia médica en caso de urgencias, si el personal está capacitado en primeros auxilios y Reanimación cardiopulmonar (RCP).
• Mirar la higiene y ventilación del espacio. Si es limpio y aireado, si fomentan el lavado de manos.
• Controlar que todas las ventanas, escaleras y puertas tengan sus cerramientos correspondientes.
• Ver si el acceso al jardín es restringido.
• Controlar que solo permitan el acceso a personas conocidas y que pidan documentos a las personas que retiran a los chicos.
SI ELEGIMOS UNA NIÑERA
• Pedir siempre datos de identidad, teléfono y dirección.
• Pedir referencias de otros trabajos.
• Hacer la adaptación del bebé unas semanas antes de volver al trabajo.
• Explicarle de antemano qué tareas queremos que realice y cómo.
• Darle una lista de cosas que puede comer el bebé, si es alérgico, teléfonos de familiares, teléfono de la prepaga/obra social/servicios de urgencias.
• Pedirle que haga el curso de RCP. En muchos lugares no dura más de 2hs y es gratuito.
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