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Opinión |ENFOQUE

La felicidad instantánea

La felicidad instantánea

La felicidad instantánea

SERGIO PALACIOS (*)

22 de Abril de 2016 | 02:17

Hace exactamente 20 años visitaba una granja donde se alojaban personas para recibir tratamiento contra adicciones, droga fundamentalmente. Allí, muchos lograban recuperarse y otros no. Una diferencia fundamental entre uno y otros era la existencia de entorno familiar que pudiese dar contención y cierta disciplina que el adicto necesita una vez fuera del lugar. Algunos de los jóvenes en tratamiento eran pobres y las posibilidades de contención y un futuro mejor eran escasas.

Pasados los años, el problema se agravó por mayor volumen de droga, menor calidad y cantidad de ayuda estatal, y aumento de la cobertura política a este rentable y siniestro negocio. Millones de jóvenes, sobre todo en los grandes centros urbanos y suburbanos, carecen de oportunidades para llevar una vida digna. Tienen muchos de ellos una infancia robada por la insatisfacción de necesidades básicas, la violencia, el abandono y el desamor. La única opción que la vida les muestra para transitar es la que conocen, agravado en un entorno frívolo de quienes viven bien y muestran indiferencia en una fiesta consumista frente a sus ojos.

SIN ELECCION

La pobreza y marginalidad -en síntesis- priva a las personas de su libertad de elección. No pueden optar por seguir un camino en la vida. Peor aún, en la ruta de la marginalidad los jóvenes y niños no tienen dinero para comprar droga y muchas veces roban fármacos, pegamento, o buscan conseguir “paco”, como descarte de sustancia que los que sí tienen dinero consumen. Como resultado de este sistema -funcional a determinadas esferas de poder- tenemos una fábrica de personas deshumanizadas, listas para morir y, tal vez, también para matar a otras personas.

Pero hace pocas horas, la droga y los narco negocios burdamente disfrazados de legalidad, golpearon a un sector acomodado de la sociedad. La tragedia se produce entre quienes tienen la posibilidad de ser mucho más libres que aquellos que mueren por el paco.

Los muertos, muertos son. Una familia con el alma y el corazón vaciados por el dolor no se categoriza. La tragedia está allí, circulando, a veces impunemente por la vida, lista para abrazarnos en el instante menos esperado. Pero hay un juicio para hacer. Uno que sea mucho más útil para nuestro futuro como sociedad que el placebo de “encarcelar” a los organizadores de la fiesta y los vendedores de pastillas venenosas: el caso penal no resuelve el problema de fondo, sólo lo mediatiza. Si no lo hacemos, mientras la Justicia criminal haga lo suyo con los cuasi narcos, seguiremos como sociedad jugando los juegos que mejor conocemos: mirar para el costado; tolerar la corrupción; no meternos; buscar terceros para descargar culpas; no tomar decisiones como individuos, como miembros de la sociedad, o como responsables de instituciones.

A lo largo de los últimos años hemos logrado internalizar que podemos evadirnos de la “responsabilidad” frente a nosotros mismos, con nuestros semejantes y con la vida misma. Somos libres, hacemos lo que queremos con nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestra moral. Hemos logrado construir un nuevo ideal de paraíso en nuestra vida individual y colectiva. Recordando la audaz y controversial idea de Hannah Arendt, podríamos decir que nuestras vidas están siendo gobernadas por la “banalización de la libertad” en lugar de la “banalización del mal” al que refería en sus reflexiones sobre el juicio de Adolf Eichmann.

EL CONSUMISMO

La búsqueda de la “felicidad instantánea”, excedió los límites de la frivolidad, para ingresar al terreno de la inconsciencia frente a la vida. Algunos la buscan comprando bienes que tal vez ni usen, aunque su satisfacción tenga principio y fin con el acto de consumo. Otros, la búsqueda desenfrenada del dinero que muchas veces no gastarán. Y ahora, la idea de que una pastilla puede crea una realidad en nuestra mente como aquella vivida en los sueños.

Pero ¿quién construyó este nuevo mundo donde la libertad es banalizada? ¿Quién reemplazó la construcción de valores por el consumo de experiencias efímeras y bienes? ¿Cómo y cuándo la idea de felicidad abandonó a los actos simples de la vida (jugar con tus hijos; besar y hablar con los seres amados; educar transfiriendo conocimiento y experiencia a los demás; compartir anécdotas con los abuelos; respirar profundo bajo un tilo o naranjo cuando la primavera pisa el verano, y un sinnúmero de experiencias vitales que no se olvidan)? ¿Cuántos grandes momentos los mayores recordamos de nuestra infancia? Seguro que muchos. ¿Cuántos aromas del pasado mantenemos vivos en recuerdo y sensaciones?

VIDA SANA

La vida se construye de intangibles como principal insumo para lograr felicidad. Todos ellos, científicamente probados en el campo experimental a lo largo de generaciones, sin diferencia de geografía. El dinero, los bienes, el consumo de experiencias irreales no aumentan la productividad del hombre y mucho menos lo alimentan espiritualmente. En cambio la felicidad acumulada por el cultivo de una vida sana desde el alma y el amor fraternal, ha estimulado a lo largo del tiempo la buena vida que tuvieron nuestros abuelos y bisabuelos, aún con penurias económicas. El trabajo honrado y el amor por la familia (en el más amplio sentido) eran la mejor herencia que se transmitía de padres a hijos. Pero esto implicaba mucho esfuerzo y dedicación. Este acervo cultural hoy sufre la envestida de un nuevo estilo de vida bajo la idea instalada de que “más bienes es más felicidad y mejor vida”.

La “banalización de la libertad” nos lleva depositar hijos en la escuela; comprarles bienes para que se distraigan y no nos distraigan; tomar las calles a la fuerza aún al costo de los derechos del otro; tirar basura en la calle; mal gastar el agua; tomar prisioneras las instituciones y disponer de ellas no para cumplir sus fines sino los propios.

Al banalizar la libertad se construye un modelo de vida que confunde a las jóvenes generaciones y condena a un futuro oscuro a nuestra sociedad. Este modelo llevó a los marginados a no tener libertad y así vivir sin destino, y también instaló una fórmula perversa y falsa en la búsqueda de la felicidad para muchos que son formalmente educados y con oportunidades. Todo este drama, es el resultado de los ejemplos y mensajes que como una pantalla gigante exhibimos a los jóvenes. Ellos no están construyendo un mundo propio. Están viviendo el mundo que les legamos por nuestra falta de visión y de compromiso con los valores. Por habernos abrazado a la sociedad de consumo y al frenesí del dinero. Si hoy día una parte importante de la juventud está perdida y confundida, será porque los mayores les robamos el camino que habíamos heredado de nuestros abuelos.

 

(*) Profesor de Economía Política. UNLP

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